La enseñanza que sólo trasmite datos sin concretar la utilidad práctica de los mismos, se asemeja a la información que volcamos en la memoria de un ordenador personal para luego manipularla a nuestro antojo.
El receptor de la enseñanza, cuando recibe ésta de manera codificada, aparentemente desconectada de su utilidad práctica, se convierte en un ser sombrío y sin voluntad propia, que sólo responde a estímulos de la información previamente adquirida, descodificada interesadamente; cediendo a otros la posibilidad de alterar su destino, de forjar su ser.
La enseñanza debe tender a motivar inquietudes personales, auténticos motores del desarrollo colectivo, no a producir autómatas sin motivación propia; sólo preparados para consumir los productos inútiles que ellos mismos fabricarán.
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