Me enseñaron que en este mundo no hay nada seguro, sólo la muerte; pero he aprendido, que aún más seguro es cada momento que respiro mientras mis ojos adsorben la luz, para transformar en imágenes la materia que me rodea y que contiene mi libre movimiento.
No necesito la certeza de lo que nadie conoce y que todos aceptan como inevitable, de nada sirve. Reconozco la vida como instante fugaz que se repite de forma constante, difícil de reconocer sin nuestro sentimiento, sin nuestra voluntad de fundirnos en él para alimentarlo y hallar sentido a nuestra existencia: la felicidad.
Demasiada vida no vivida, sino ansiada. Demasiadas imágenes irreales de los sueños de nuestra mente inquieta, que a menudo perseguimos inútilmente sin tomar parte de lo que nos rodea, de lo que se presenta en cada momento.
Demasiados planes, proyectos del intelecto ambicioso; demasiado pensamiento sin acción que lo consume. Demasiado tiempo perdido esperando momentos mejores, oportunidades imposibles sin nuestro sentimiento vital, entretenido constantemente en pretensiones que se solapan unas a otras sin materializarse, y que alimentan deseos inconformistas, incómodos con la vida que transcurre sin parar en nuestras contemplaciones.
Decidí no soñar otra realidad. Mis sueños son visiones de la realidad que palpo en cada instante y que transformo en experiencia, en vida contenida.
Y quiero absorber de cada momento la luz que alimenta la realidad que contemplo, y de la que no deseo escapar, pues es la fuente que nutre de vida mi alma para conformar mi ser auténtico.
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