-He
tatuado mi cuerpo, adornado mi cuello y mis manos con piedras preciosas y
metales brillantes. Pinto mi cara, visto mi talle con ropas vistosas y adorno
mi pelo con guirnaldas de flores. Luego me pregunto, si es la imagen que
trasmito, aquella que compongo frente al espejo cada mañana antes de entregarme
al mundo, el reflejo de mi ser real y auténtico, o se debe al afán porque me vean
como a mí me gusta ver a los demás.
Y
el sentir se reveló:
-Temí
mirar mi cuerpo desnudo y no reconocerme en su piel, mas cuando me desprendí de
la vestimenta y fijé en él la mirada, descubrí al ser auténtico que latía sin
artificios.
El
bello se erizó al tacto de mis dedos, mis músculos se contrajeron y las venas
se expandieron al ritmo del latido de mi corazón, y sentí amor por mí cuerpo,
por la vida que circulaba renovándose en su interior. Me juré que él sería el
templo puro de mi alma y que trataría de conservarlo intacto hasta el final
dejando su recubrimiento a lo estrictamente necesario, pues comprendí que ningún
adorno conseguiría hacer de él algo
diferente; por sí sólo ya se distinguía.
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