-Miré a mi alrededor buscando la esperanza
de la fe por un futuro mejor, pero mis ojos sólo reconocieron un mundo
decepcionante que se levantaba frente a los sueños de bondad.
Dudé del hombre y de Dios, y tras ello
certifiqué la duda sobre mí mismo, aquella que acerca al ser al fondo vacío de
la insustancialidad, en el transcurso de su tiempo breve.
Y de tanto dudar llegó la revelación
necesaria, que me hizo comprender que todo lo que contenía el horizonte no era
más que el resultado de la materialización de las pretensiones humanas; muchas
equivocadas, otras, imperfectas, algunas extraordinarias, pero todas posibles
gracias a la voluntad humana de crear.
Reconocí entonces a Dios en el hombre y me
reconcilié con el ser que daba forma a mi cuerpo, con la suerte que acompañaba
mi paso por el tiempo, para admitir por fin en mi corazón las eternas palabras:
“A su imagen y semejanza.”
Miré de nuevo, pero esta vez al interior de
mi consciencia; para poner alas a mis sueños, para entregar mi alma a su dueño,
la vida, y contribuir a su valor. Mi fe resurgió intacta, novísima y
provocadora, poniendo en marcha la ilusión necesaria para transformar en
realidad los anhelos, que sólo habían sido sueños de mi débil voluntad
domesticada por la pereza, por la resistencia a desgastarme y envejecer.
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