El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

lunes, 23 de febrero de 2015

MÁS QUE UNA DECLARACIÓN DE INTENCIONES.





La desigualdad en la formación técnica y humanista de los individuos afianza el sistema de clases y contribuye a perpetuar la pobreza en los menos preparados.
Hemos construido un método de estimulación al aprendizaje basado en los premios y en los castigos, y en ello salen perjudicados los más desfavorecidos económicamente, que no pueden premiar o privar a sus vástagos con las mismas cosas.
De esta manera la pobreza se perpetúa en los menos formados, condicionados a actividades más primarias y elementales para sobrevivir, que se apoderan hasta del tiempo necesario para la atención adecuada en la correcta formación de los hijos.
En los progenitores, el desempleo actúa como agente destructivo de su autoridad moral sobre los hijos y roba su legitimidad para pedirles unos resultados que ellos mismos son incapaces de obtener en sus vidas.
Se cierra de este modo el ciclo involutivo que condena a los menos preparados a la precariedad de nuevo y perpetúa el régimen de la pobreza que posibilita la supremacía de unos individuos sobre otros.
En la base de esta desigualdad social está la escala de valores por los que son premiados también los adultos. Siendo todas las profesiones importantes, vitales para el mantenimiento social, sigue habiendo enormes diferencias de retribución entre ellas, lo que provoca una competencia salvaje por unas en detrimento de otras, en las que se produce una devaluación en la misma proporción. Un cirujano no podría operar por mucho tiempo, durante muchas horas, si no estuviese bien alimentado y descansara el tiempo necesario. ¿Por qué quien recolecta los frutos que se lleva a su boca no es igualmente retribuido, no merece el mismo descanso?
Si queremos orientar nuestro sistema educativo para conducir a las nuevas generaciones a una madurez feliz y regeneradora de su realidad futura, habremos de revisar el sistema de valores, de premios y castigos con los que ahora medimos nuestra contribución social, para que los derechos individuales que reconocemos como universales y legítimos no se queden en una simple declaración de intenciones. 



















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