El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

martes, 17 de febrero de 2015

ACERCARSE.




Existe un tiempo necesario para la soledad admitida, para enfrentarse con los fantasmas de las dudas de lo aprendido. Para afianzar al ser en su convencimiento y prepararlo para la misión encomendada. Único tiempo de alejamiento exterior, de concentración absoluta en el objetivo buscado, fraguado lentamente en el intelecto.
Mas, es un tiempo pasajero del que se debe escapar en el momento adecuado para acudir de nuevo al mundo y entregarse a él. Nuestro valor no tiene sentido sin la entrega necesaria.

Crece el ser y se desarrolla en su entorno humano más próximo. De relaciones y manifestaciones sociales nutre su día a día. Pocos hombres asumen la soledad como única compañera.
Mirar desde la distancia empequeñece las cosas que cobija el horizonte, las mismas que se engrandecen cuando a ellas nos acercamos. Así sucede en nuestras relaciones sociales. Igual que los demás para nosotros, somos grandes para ellos en la medida que nos aproximamos y rozamos la nuestra con sus vidas. Y pequeños e inalcanzables al distanciarnos, cuando ciegos por la ignorancia escondemos de nosotros lo que les corresponde como parte.
La prudencia y la mesura son los soportes de las relaciones fructíferas y duraderas, pues el acercamiento agranda la felicidad y el dolor en el mismo grado.
En nuestra relación con los demás descubrimos lo que vislumbrábamos desde la distancia, pero también aquello que no habríamos sido capaces de imaginar por muchas suposiciones que nos suscitasen de lejos sus formas.
Todos cargamos con un peso intransferible que habremos de llevar con dignidad, mirando para los que nos preceden con el afán de aprender a soportarlo sin cargarlo en exceso en otros, a quienes la paciencia y la perseverancia necesarias intentarán resistirse a su voluntad de soportar el suyo.    









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