- Mi intención siempre es buena - dijeron las palabras -. No así siempre sus resultados. Y por ello me siento confundido, varada mi voluntad en el desierto de la indecisión.
- Nada en sí mismo es bueno o malo - reveló el sentir -. El bien y el mal que consideramos resultan de nuestras decisiones acertadas o equivocadas, que apreciamos como tales en base a la satisfacción que nos reportan.
Las latitudes conceptuales sobre lo que esta bien o mal varían mucho de unos individuos a otros, encontrando sus límites en las creencias sociales impuestas en ellos por la tradición, y que rigen el comportamiento individual que exige el ente social con sus normas.
Actuamos en principio por interés propio, pero a su vez medimos éste con el interés ajeno, porque somos seres sociales que necesitamos interaccionar unos con otros para coexistir. Nuestra supuesta moralidad trata de mantener el equilibrio caminando por el filo de la navaja de las decisiones que tomamos, cuya cualidad sólo el tiempo descifra.
Es el temor a la respuesta contraria a nuestros intereses lo que pone en guardia el instinto de conservación para limitar otros instintos reprimidos, a los que nos entregaríamos para saber de su naturaleza si no sintiéramos temor.
El bien y el mal son conceptos primarios y fundamentales que utiliza nuestra mente para clasificar y definir la respuesta que provoca nuestra interacción con los seres y las cosas, en el eterno aprendizaje de la vida material.
Por el sendero estrecho que limita nuestra consciencia del bien y del mal conducimos nuestro existir. Cruzar sus fronteras, aunque sólo sea para saber que hay más allá, es entrar en terreno movedizo, donde perdemos definitivamente el control de nuestras vidas poniendo en peligro al mundo.
Las latitudes conceptuales sobre lo que esta bien o mal varían mucho de unos individuos a otros, encontrando sus límites en las creencias sociales impuestas en ellos por la tradición, y que rigen el comportamiento individual que exige el ente social con sus normas.
Actuamos en principio por interés propio, pero a su vez medimos éste con el interés ajeno, porque somos seres sociales que necesitamos interaccionar unos con otros para coexistir. Nuestra supuesta moralidad trata de mantener el equilibrio caminando por el filo de la navaja de las decisiones que tomamos, cuya cualidad sólo el tiempo descifra.
Es el temor a la respuesta contraria a nuestros intereses lo que pone en guardia el instinto de conservación para limitar otros instintos reprimidos, a los que nos entregaríamos para saber de su naturaleza si no sintiéramos temor.
El bien y el mal son conceptos primarios y fundamentales que utiliza nuestra mente para clasificar y definir la respuesta que provoca nuestra interacción con los seres y las cosas, en el eterno aprendizaje de la vida material.
Por el sendero estrecho que limita nuestra consciencia del bien y del mal conducimos nuestro existir. Cruzar sus fronteras, aunque sólo sea para saber que hay más allá, es entrar en terreno movedizo, donde perdemos definitivamente el control de nuestras vidas poniendo en peligro al mundo.
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