El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

sábado, 28 de mayo de 2016

CREER EN EL AMOR.




Había alcanzado esa edad - que todos reconocen como respetable - en la que comienzan a doler los huesos como cuando de niño se crece demasiado rápido; edad en la que pintan las canas por todo el cuerpo y la piel pierde su tersura; cuando de los sentidos se aleja la sensibilidad y la fuerza vital comienza a desvanecerse. Pero nunca antes había sentido tan nítido, tan definido el camino que su vida recorría; un camino labrando en el tiempo al lado del destino caprichoso, que junto a su voluntad de cumplir los compromisos de sus decisiones se había convertido en toda su realización. Había llegado hasta allí para dejar de buscar más razones y reconocer como verdadera su creencia. La misma que las dudas de los demás le negaron, con las que habría de librar combate en su interior. 
Orgulloso, podía afirmar ahora que sólo el amor libera del dolor en los momentos peores de nuestra leve existencia; que la compasión por lo que nos rodea consigue salvarnos de la ansiedad frustrante que nos producen las limitaciones, siendo el principal aglutinante del respeto en nuestras relaciones, que necesitan de su bondad para emprender cualquier empresa en común que nos proteja de le soledad bochornosa del ego. Que sin amor todo se resquebraja y se conduce al fracaso, pues fuera de él sólo reina el caos de la desconfianza.

Otros habían pasado y era a él a quien correspondía ahora mantener su fe intacta. Miraba ya desde otra altura el horizonte y contemplaba a los seres y a las cosas como parte propia, y ellos también a él le contemplaban como su pertenencia. Sabía, que sólo quien no se desprende del amor de sí mismo para amar a otros es desdichado. Debería ser como la roca, que se desgasta lentamente con el azote del viento y del agua y sirve de refugio en la marea; firme hasta el momento de convertirse en arena y desaparecer fundida en la playa.



martes, 17 de mayo de 2016

PARA LA EDUCACIÓN.





-Debí primero ser padre para aprender a ser hijo - dijeron las palabras -. Sólo así comprendí lo sabido: "Los potros, mejor que los dome otro". 
Y para aprender a ser padre el destino me condujo a cuidar de los míos. Admito ahora haberme equivocado como hijo y también como padre. No es igual tener hijos que criarlos; no es lo mismo querer a los padres que atenderlos en sus necesidades. Existe un ancho margen entre dar y compartir.

Y el sentir se reveló:

Los hijos necesitan rectitud para crecer fuertes, seguros de sí mismos, y la rectitud exige disciplina, aquella que les une con el tutor que los mantiene firmes y erguidos. Pero el padre resulta un tutor tirano si ejerce la autoridad que le aporta su experiencia; en el lazo de amor sólo cabe el respeto mutuo. Idéntica dificultad cuando el hijo cuida del padre anciano, pues el respeto no tiene edad. Se yerra cuando se cree proteger a los hijos; sólo de ellos depende su seguridad. El afán de protección de los padres para con los hijos es el reflejo de los miedos e inseguridades no superadas por aquellos y contiene mas egoísmo que amor, pues busca una seguridad inexistente. Si algo se debe procurar enseñar a los hijos es a valerse por sí mismos, y en esto no valen cadenas, sino alas fuertes y seguras para lanzarse al vacío del mundo, que exige volar en libertad. Para ello los padres contemplarán y tendrán en cuenta primero las motivaciones y cualidades de los hijos - que no se descubren poniendo limitaciones a su voluntad - antes de trasmitirles los conocimientos de su experiencia. Pretender que los hijos sean el camino que no se terminó de recorrer es un error que se paga con la falta de amistad, como el sentimiento de propiedad sobre ellos se paga con la pérdida del amor.

Igual de importante es la unidad de criterio de los padres en la educación de sus hijos; para no sembrar la duda en sus conciencias y significar una guía segura para sus pasos. Sin ella, la voluntad de ayudarles a formarse correctamente puede ser fácilmente doblegada por sus caprichos imposibles, que, para conseguirlos, buscarán refugio en el chantaje emocional a la parte más débil y que supondrán, de no corregirse a tiempo, el germen de la separación en la pareja.
Por ello no habrá concesión sin contrapartida, pues los premios, igual que los castigos, no surten efectos positivos si antes no existió compromiso.





















martes, 3 de mayo de 2016

SIETE AÑOS Y UN BLOG.










Siete años inolvidables como una sentencia, largos como una condena indefinida. Siete años explorando en la sima de la memoria para encontrar al yo único, intransferible, desconocido aún. Siete años y un blog.

Tiempo que comenzó para finalizar otro dedicado al compromiso con quienes alumbraron mis pasos, junto al barro sobre el que exhalé la vida que debía moldear. Entregado incondicionalmente al amor, que pudo con todo sin desfallecer, en lucha permanente contra la corriente de ambición que arrastraba las existencias bajo la tormenta de los deseos. Tiempo para construir el ser en la acción y en el olvido de sí mismo.

Siete años que iluminaron nuevos horizontes, sólo posibles en la creencia llena de ilusión, sin la cual la vida se consume. Siete años para bagar sobre las esperanzas devastadas, sobre los sueños frustrados y la decepción. Siete años para la soledad del ser consciente de su transcendencia. Siete años para un blog.

Tiempos duros, amargos y desafiantes, donde se imponía soñar de nuevo para sobrevivir al insomnio de la congoja y a la incertidumbre que se cernía por todos lados. Para tomar de nuevo la memoria y poner en valor lo que rescaté de la tormenta que nada dejó en pie. Dedicados a la vocación que siempre había deseado y que llamaba fuerte a mi puerta, insistente. Tiempos para aprenderse a uno mismo y transmitir lo aprendido, sin lo cual no alcanzaría la bondad que deseaba. De extraversión imprescindible del yo, que renacía con fuerza tras ser arrancado a los recuerdos de la niñez, de las ilusiones interrumpidas, secuestradas en el alba de la juventud y liberadas por fin tras la catástrofe.

Tiempos de transgresión de lo establecido, pernicioso y caduco, sobre lo que se impondría mi voluntad de ser lo que siempre había amado; entregando a otros el sentimiento para descubrirme a mi mismo y no pasar desapercibido entre las generaciones. Tiempos para un blog.

Salté al vacío de un mundo confundido, abochornado por los errores e incrédulo de sus posibilidades, y lancé sobre él un mensaje de confianza, de creencia en las posibilidades infinitas de realización del ser humano. A pesar de sus debilidades, de sus instintos descontrolados, que lo separan de la bondad que necesita para realizarse en felicidad. Y volé alto como el halcón para ser símbolo de un nuevo renacimiento.

El blog fue el camino y las letras mis pasos a seguir. Pasos comprometidos, que no serían atrapados en el artificio y la complacencia porque eran el resultado de la reflexión interior, que pretendía hallar las respuestas a las preguntas que necesitaba contestarme y que iría descubriendo con cada composición.
Letras que necesitaban de la belleza para mostrar la verdad que contenían, pues la belleza era el valor reconocido por todos. Pero también la franqueza, la sinceridad sin doblez, reflejo de lo que siempre había sido y que pretendía afianzar mientras durara mi consciencia.

Siete años y un blog, una aventura de realización personal.