Siete años inolvidables como una sentencia, largos como una condena indefinida. Siete años explorando en la sima de la memoria para encontrar al yo único, intransferible, desconocido aún. Siete años y un blog.
Tiempo que comenzó para finalizar otro dedicado al compromiso con quienes alumbraron mis pasos, junto al barro sobre el que exhalé la vida que debía moldear. Entregado incondicionalmente al amor, que pudo con todo sin desfallecer, en lucha permanente contra la corriente de ambición que arrastraba las existencias bajo la tormenta de los deseos. Tiempo para construir el ser en la acción y en el olvido de sí mismo.
Siete años que iluminaron nuevos horizontes, sólo posibles en la creencia llena de ilusión, sin la cual la vida se consume. Siete años para bagar sobre las esperanzas devastadas, sobre los sueños frustrados y la decepción. Siete años para la soledad del ser consciente de su transcendencia. Siete años para un blog.
Tiempos duros, amargos y desafiantes, donde se imponía soñar de nuevo para sobrevivir al insomnio de la congoja y a la incertidumbre que se cernía por todos lados. Para tomar de nuevo la memoria y poner en valor lo que rescaté de la tormenta que nada dejó en pie. Dedicados a la vocación que siempre había deseado y que llamaba fuerte a mi puerta, insistente. Tiempos para aprenderse a uno mismo y transmitir lo aprendido, sin lo cual no alcanzaría la bondad que deseaba. De extraversión imprescindible del yo, que renacía con fuerza tras ser arrancado a los recuerdos de la niñez, de las ilusiones interrumpidas, secuestradas en el alba de la juventud y liberadas por fin tras la catástrofe.
Tiempos de transgresión de lo establecido, pernicioso y caduco, sobre lo que se impondría mi voluntad de ser lo que siempre había amado; entregando a otros el sentimiento para descubrirme a mi mismo y no pasar desapercibido entre las generaciones. Tiempos para un blog.
Salté al vacío de un mundo confundido, abochornado por los errores e incrédulo de sus posibilidades, y lancé sobre él un mensaje de confianza, de creencia en las posibilidades infinitas de realización del ser humano. A pesar de sus debilidades, de sus instintos descontrolados, que lo separan de la bondad que necesita para realizarse en felicidad. Y volé alto como el halcón para ser símbolo de un nuevo renacimiento.
El blog fue el camino y las letras mis pasos a seguir. Pasos comprometidos, que no serían atrapados en el artificio y la complacencia porque eran el resultado de la reflexión interior, que pretendía hallar las respuestas a las preguntas que necesitaba contestarme y que iría descubriendo con cada composición.
Letras que necesitaban de la belleza para mostrar la verdad que contenían, pues la belleza era el valor reconocido por todos. Pero también la franqueza, la sinceridad sin doblez, reflejo de lo que siempre había sido y que pretendía afianzar mientras durara mi consciencia.
Siete años y un blog, una aventura de realización personal.
Tiempo que comenzó para finalizar otro dedicado al compromiso con quienes alumbraron mis pasos, junto al barro sobre el que exhalé la vida que debía moldear. Entregado incondicionalmente al amor, que pudo con todo sin desfallecer, en lucha permanente contra la corriente de ambición que arrastraba las existencias bajo la tormenta de los deseos. Tiempo para construir el ser en la acción y en el olvido de sí mismo.
Siete años que iluminaron nuevos horizontes, sólo posibles en la creencia llena de ilusión, sin la cual la vida se consume. Siete años para bagar sobre las esperanzas devastadas, sobre los sueños frustrados y la decepción. Siete años para la soledad del ser consciente de su transcendencia. Siete años para un blog.
Tiempos duros, amargos y desafiantes, donde se imponía soñar de nuevo para sobrevivir al insomnio de la congoja y a la incertidumbre que se cernía por todos lados. Para tomar de nuevo la memoria y poner en valor lo que rescaté de la tormenta que nada dejó en pie. Dedicados a la vocación que siempre había deseado y que llamaba fuerte a mi puerta, insistente. Tiempos para aprenderse a uno mismo y transmitir lo aprendido, sin lo cual no alcanzaría la bondad que deseaba. De extraversión imprescindible del yo, que renacía con fuerza tras ser arrancado a los recuerdos de la niñez, de las ilusiones interrumpidas, secuestradas en el alba de la juventud y liberadas por fin tras la catástrofe.
Tiempos de transgresión de lo establecido, pernicioso y caduco, sobre lo que se impondría mi voluntad de ser lo que siempre había amado; entregando a otros el sentimiento para descubrirme a mi mismo y no pasar desapercibido entre las generaciones. Tiempos para un blog.
Salté al vacío de un mundo confundido, abochornado por los errores e incrédulo de sus posibilidades, y lancé sobre él un mensaje de confianza, de creencia en las posibilidades infinitas de realización del ser humano. A pesar de sus debilidades, de sus instintos descontrolados, que lo separan de la bondad que necesita para realizarse en felicidad. Y volé alto como el halcón para ser símbolo de un nuevo renacimiento.
El blog fue el camino y las letras mis pasos a seguir. Pasos comprometidos, que no serían atrapados en el artificio y la complacencia porque eran el resultado de la reflexión interior, que pretendía hallar las respuestas a las preguntas que necesitaba contestarme y que iría descubriendo con cada composición.
Letras que necesitaban de la belleza para mostrar la verdad que contenían, pues la belleza era el valor reconocido por todos. Pero también la franqueza, la sinceridad sin doblez, reflejo de lo que siempre había sido y que pretendía afianzar mientras durara mi consciencia.
Siete años y un blog, una aventura de realización personal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario