Había alcanzado esa edad - que todos reconocen como respetable - en la que comienzan a doler los huesos como cuando de niño se crece demasiado rápido; edad en la que pintan las canas por todo el cuerpo y la piel pierde su tersura; cuando de los sentidos se aleja la sensibilidad y la fuerza vital comienza a desvanecerse. Pero nunca antes había sentido tan nítido, tan definido el camino que su vida recorría; un camino labrando en el tiempo al lado del destino caprichoso, que junto a su voluntad de cumplir los compromisos de sus decisiones se había convertido en toda su realización. Había llegado hasta allí para dejar de buscar más razones y reconocer como verdadera su creencia. La misma que las dudas de los demás le negaron, con las que habría de librar combate en su interior.
Orgulloso, podía afirmar ahora que sólo el amor libera del dolor en los momentos peores de nuestra leve existencia; que la compasión por lo que nos rodea consigue salvarnos de la ansiedad frustrante que nos producen las limitaciones, siendo el principal aglutinante del respeto en nuestras relaciones, que necesitan de su bondad para emprender cualquier empresa en común que nos proteja de le soledad bochornosa del ego. Que sin amor todo se resquebraja y se conduce al fracaso, pues fuera de él sólo reina el caos de la desconfianza.
Otros habían pasado y era a él a quien correspondía ahora mantener su fe intacta. Miraba ya desde otra altura el horizonte y contemplaba a los seres y a las cosas como parte propia, y ellos también a él le contemplaban como su pertenencia. Sabía, que sólo quien no se desprende del amor de sí mismo para amar a otros es desdichado. Debería ser como la roca, que se desgasta lentamente con el azote del viento y del agua y sirve de refugio en la marea; firme hasta el momento de convertirse en arena y desaparecer fundida en la playa.
Orgulloso, podía afirmar ahora que sólo el amor libera del dolor en los momentos peores de nuestra leve existencia; que la compasión por lo que nos rodea consigue salvarnos de la ansiedad frustrante que nos producen las limitaciones, siendo el principal aglutinante del respeto en nuestras relaciones, que necesitan de su bondad para emprender cualquier empresa en común que nos proteja de le soledad bochornosa del ego. Que sin amor todo se resquebraja y se conduce al fracaso, pues fuera de él sólo reina el caos de la desconfianza.
Otros habían pasado y era a él a quien correspondía ahora mantener su fe intacta. Miraba ya desde otra altura el horizonte y contemplaba a los seres y a las cosas como parte propia, y ellos también a él le contemplaban como su pertenencia. Sabía, que sólo quien no se desprende del amor de sí mismo para amar a otros es desdichado. Debería ser como la roca, que se desgasta lentamente con el azote del viento y del agua y sirve de refugio en la marea; firme hasta el momento de convertirse en arena y desaparecer fundida en la playa.
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