-No es fácil disfrutar del momento presente, que al materializarse muere angustiado por el deseo impaciente del siguiente, atrapado en los recuerdos del pasado - dijeron las palabras -. Por eso no logro la felicidad que la contemplación de la belleza permite en cada instante.
Después me arrepiento de mi tozuda ansiedad y me engaño de nuevo, pues mientras en ello pienso desperdicio el momento esperado, por el que derroché otros tantos en su preparación.
Maldigo al tiempo, que se escurre entre los sueños de realización dejando mi mente saturada de proyectos por realizar, mi espíritu lleno de insatisfacciones.
Y el sentir se reveló:
El tiempo es inmaterial, por lo que no tiene principio ni fin. En nuestro deseo de perdurar intentamos retenerlo dividiéndolo hasta la fracción más imperceptible. Pero sólo la realización de nuestros deseos marca un antes y un después a cada cosa.
Cuando decidimos que un momento es más importante que otro nos equivocamos: no existen momentos, sino percepciones distintas influidas por los recuerdos y alentadas por los deseos. Todo lo hacemos por el afán de materializar nuestras pretensiones, así tomamos partido por unas cosas o por otras y comenzamos a hacer distinciones en las que centramos nuestra mente imposibilitando más opciones.
Cada cosa es igual de importante; cada acción necesaria tiene el mismo valor. Nada se debe menospreciar, nada se debe demorar. Todo se debe atender cuando es requerido con el mismo interés e igual entrega. Sin dejar que el resto ocupe su espacio, sin hacer de él el único motivo. Tenemos la capacidad de sentir, de soñar y realizar nuestros proyectos al mismo tiempo. En la absurda obsesión de hacer una cosa y después otra intentamos dividir lo indivisible; por eso, cuando nuestros deseos no coinciden con la realidad nos sentimos frustrados, pensamos que hemos perdido el tiempo.
Para poder disolver nuestra existencia entera en cada instante es necesario vaciarse de pretensiones innecesarias, que nos llevan a priorizar la materialización de los deseos instintivos y a discriminar la importancia de las cosas.
Vaciarse de deseos no es dejar de actuar, de pensar, de ensayar sueños; es otorgar a cada instante la importancia que merece como único e irrepetible sin tomar cuenta de él. Esto permite la serenidad necesaria para contemplar los pensamientos en armonía con la realización de nuestras manos y el mundo que nos rodea. Sin ansiedad, sin más pretensión que hacer lo adecuado, lo correcto en cada circunstancia.