El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

domingo, 31 de julio de 2016

SERENIDAD.










-No es fácil disfrutar del momento presente, que al materializarse muere angustiado por el deseo impaciente del siguiente, atrapado en los recuerdos del pasado - dijeron las palabras -. Por eso no logro la felicidad que la contemplación de la belleza permite en cada instante.
Después me arrepiento de mi tozuda ansiedad y me engaño de nuevo, pues mientras en ello pienso desperdicio el momento esperado, por el que derroché otros tantos en su  preparación.
 Maldigo al tiempo, que se escurre entre los sueños de realización dejando mi mente saturada de proyectos por realizar, mi espíritu lleno de insatisfacciones.

Y el sentir se reveló:

El tiempo es inmaterial, por lo que no tiene principio ni fin. En nuestro deseo de perdurar intentamos retenerlo dividiéndolo hasta la fracción más imperceptible. Pero sólo la realización de nuestros deseos marca un antes y un después a cada cosa.
Cuando decidimos que un momento es más importante que otro nos equivocamos: no existen momentos, sino percepciones distintas influidas por los recuerdos y alentadas por los deseos. Todo lo hacemos por el afán de materializar nuestras pretensiones, así tomamos partido por unas cosas o por otras y comenzamos a hacer distinciones en las que centramos nuestra mente imposibilitando más opciones.
Cada cosa es igual de importante; cada acción necesaria tiene el mismo valor. Nada se debe menospreciar, nada se debe demorar. Todo se debe atender cuando es requerido con el mismo interés e igual entrega. Sin dejar que el resto ocupe su espacio, sin hacer de él el único motivo. Tenemos la capacidad de sentir, de soñar y realizar nuestros proyectos al mismo tiempo. En la absurda obsesión de hacer una cosa y después otra intentamos dividir lo indivisible; por eso, cuando nuestros deseos no coinciden con la realidad nos sentimos frustrados, pensamos que hemos perdido el tiempo.

Para poder disolver nuestra existencia entera en cada instante es necesario vaciarse de pretensiones innecesarias, que nos llevan a priorizar la materialización de los deseos instintivos y a discriminar la importancia de las cosas.

Vaciarse de deseos no es dejar de actuar, de pensar, de ensayar sueños; es otorgar a cada instante la importancia que merece como único e irrepetible sin tomar cuenta de él. Esto permite la serenidad necesaria para contemplar los pensamientos en armonía con la realización de nuestras manos y el mundo que nos rodea. Sin ansiedad, sin más pretensión que hacer lo adecuado, lo correcto en cada circunstancia.





martes, 19 de julio de 2016

OTRAS RAZONES.











-"Dos por dos son cuatro", solemos decir. Pero, ¿podemos aplicar la misma norma con nuestras sensaciones, sentimientos y emociones?¿Es posible definir numéricamente la felicidad y el sufrimiento, el valor y el miedo, el odio y el amor? - Preguntaron las palabras.
¿Son los números el patrón básico que modela el universo y condiciona la vida; que mantiene cautiva nuestra fe?

Y el sentir se reveló:

-Hemos creado los números para establecer un orden imprescindible que nos permite, gracias a la comparación que de nosotros hacemos con el resto de las cosas, reconocer el camino que marca nuestra estela y que se funde en el firmamento lleno de estrellas.
No existieron los números antes de todos los tiempos, sino después de nosotros. Los números son patrón de referencia física y no sirven al espíritu, irracional y voluble. Los hombres se sienten seguros por poder medir sus pasos, pero ninguno lo conseguiría con los ojos cerrados.

Nuestra sociedad, como antes lo fueran otras, ha sido fascinada por la exactitud de los números y en ellos ha basado la primera y más importante de las razones para conseguir logros de desarrollo material indudables, aunque ha errado de nuevo tratando de imponer su lógica a los individuos, pues los números son estructuras demasiado estáticas para contener la inconsistencia del ser. Intentar enmarcar el comportamiento humano dentro de la lógica numérica es un error muy grave que ata la voluntad de los seres, agrava sus diferencias y evita el cumplimiento de las normas establecidas.

Los seres humanos no son números; éstos son parte de su lenguaje, de su manera de calcular situaciones y posibilidades, de comprender su relación física con todas las cosas.
La coexistencia en paz de los individuos, que posibilita la evolución del ente social de forma sostenible con el entorno que le rodea, no es posible sólo desde un orden numérico. Es necesario proveer a la sociedad de razones que encaucen y den salida a sus aspiraciones espirituales, a sus razones metafísicas, sin las cuales los seres dejarían de ser racionales. 






viernes, 15 de julio de 2016

EL MÁS GRANDE DE LOS DESAFÍOS.




-No alcanzo a responder - dijeron las palabras -, pues son tantas las dificultades con las que se enfrenta el ser humano, que cada vez que me inclino por una, aparece otra nueva que la despoja de valor. He meditado mucho tiempo la pregunta, pero aún no se cual es el reto más difícil al que se enfrenta el ser para su verdadera realización. Existen tantos seres como estrellas en el mar, como gotas de agua en el océano. Todos tan parecidos cuando se juntan, tan diferentes cuando se separan. Cada uno surgiendo a un tiempo bajo circunstancias distintas, propiciando destinos diferentes, quizás predeterminados por otros que los precedieron.


Unos son trabajadores, otros pensadores, otros organizadores, y otros dirigen el mundo. No todos los seres tienen las mismas cualidades, los mismos recursos ni el mismo poder para enfrentarse con los desafíos. ¿Se puede entonces comparar a un rey con un vasallo en la grandeza o en la bajeza de sus acciones, en el éxito o en el fracaso de sus desafíos?


Y el sentir se reveló:


El rey y el vasallo lucharán en la misma guerra. Por mucho que el primero la declare y el segundo la decida, ante el desafío de la guerra los dos serán igual de importantes. No habría pueblo en lucha sin rey que defender, ni rey que lo fuera sin pueblo al que representar. Mas sobrevivir a la guerra - como a cualquier otro avatar de la vida - supondrá para ambos un desafío mayor, pues antes de vencer a su enemigo habrán de vencer sus propios miedos, sus dudas, sus inseguridades. Habrán de vencerse a sí mismos y será la primera y más dura batalla que librarán. Sin ganarla, la guerra estará perdida.

Sólo dominándose a uno mismo se puede dominar a otros. Sin dominarse a uno mismo pronto por otros se es dominado.

Sin dominio no hay control, y sin éste, fracasa la realización.

El dominio de las emociones que juegan con el carácter es determinante para afrontar cualquier desafío, cualquier empresa, cualquier decisión. Porque el dominio personal es aplomo y seguridad y forja la personalidad deseada.












  

jueves, 7 de julio de 2016

LA PUERTA DEL LABERINTO.







Aprendió la primera lección de vida en la adolescencia temprana, tras comprobar en sí mismo cómo el ser humano es el único capaz de tropezar en la piedra de sus decisiones, no dos, sino muchas veces. Pero fue demasiado tarde. Para su corta edad aquello significaba alejarse de la llamada de entrega de servicio a los demás que un día sintiera en su corazón y que diluyó sin pretenderlo en la búsqueda de una personalidad inexistente aún, forjada a golpes de carácter indómito.
Entonces no comprendía que dar la vida al mundo supone olvidarse de uno mismo, pues de él sólo recoge afecto y reconocimiento quien es capaz de entregar primero su valor por amor a sus semejantes, sin condiciones previas. Y no podía olvidarse de sí mismo, de todo aquello que amaba por encima de las demás cosas, de quienes aún desconocía. En él se contenían valores necesarios, pero inútiles cuando de ellos se pretende una satisfacción personal. Nadie le había explicado que, por ser el más escaso, la humildad es el valor que más destaca.

Ansiaba tantas cosas que toda preparación era inútil, de nada serviría a quien iba a ser víctima de sí mismo. Despojarse de anhelos, de la sofocante ansiedad de posesión que sufre el ser por sentirse seguro, fue un precio demasiado alto para un alma joven que se enfrentaba en soledad con el mar de dudas que ahogan las decisiones. Y tratando de definir su ser se perdió en el tiempo, confundido entre las cosas.

Tardó una vida entera en comprender que hay un momento para todo y sólo uno para lo que se está preparado; y que ese momento es como un tren que llega puntual a su hora y no espera por nada. Un tren que no pasará otra vez, nunca más, aunque se le espere paciente con el equipaje dispuesto.
Admitió que hay empresas que sólo pueden comenzarse temprano, antes de que las cargas vitales impuestas por la realización de nuestros deseos resten fuerzas o supongan trabas a su realización. Que la indecisión es el laberinto de la vida, que nos retiene confundidos recorriendo pasillos sin fin, rincones cerrados, donde sólo la paciente cordura es el hilo conductor que nos conduce a la salida; las más de las veces, aquella por la que entramos.