El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

viernes, 30 de junio de 2017

COMPROMISO.






No existe voluntad sin la acción que la confirme. Por eso en mi deseo de ser lo que quiero, de alcanzar el sueño que pretendo, no descansa mi empeño de realización.
He caminado solo mucho tiempo, haciendo cauce lentamente como el agua que brota de la montaña; sin cesar, tomando otras aguas que me encuentro y que acompañan mi discurrir aumentando mi caudal.
Ahora soy río que discurre, que hace fértiles otros campos, y que busca uno mayor donde disolverse para contribuir a su grandeza.








No existen secretos ni tampoco sorpresas, sólo la continuidad de las acciones en la aplicación del método concebido produce el resultado esperado, la respuesta buscada. No deja de tejer su tela la araña, pues de ella depende su supervivencia; como tampoco el ser de intentar lo que pretende para dar sentido a su existencia.

Caminé tras mis deseos arrastrado por la corriente de la vida, ahora busco los retazos de mi yo abandonados por las ambiciones y el deber, y que una vez superados los éxitos y los fracasos, recobro llenos de experiencia, de conocimiento del ser que habitó en mi cuerpo esperando paciente su oportunidad para manifestarse.















Todas las acciones tienen respuesta, y la mía es intencionada. Hace tiempo que la fuerza de la perseverancia en mi compromiso domina a la indecisión desconfiada y perezosa, que acerca a la insustancialidad del ser.
Ahora recorro un camino trazado sólo por mí y que conduce a un destino pretendido. Llevo el equipaje cargado de experiencia, pero tampoco falta la ilusión del niño que fui y que el tiempo pasado no logró marchitar. Nada he dejado a la ventura de la suerte caprichosa, nada nuevo pretendo encontrar, sólo liberar al ser recluido en el lado oscuro del yo, condicionado en su tiempo por las circunstancias. 

miércoles, 28 de junio de 2017

REGRESO A LA CORDURA.





Sabía que aquella soledad forzada no le devolvería a la calma, pero como otras veces - más de las deseadas - era la única puerta de salida a la crisis nerviosa por la que atravesaba.
Debía acallar las voces que se articulaban en sus labios incontinentes y que llegaban de su pensamiento torturado por las dudas del espíritu menospreciado, apartado a un lado como si fuera un trasto viejo; por lo que intentaba contener los sentimientos encontrados buscando razonar respuestas necesarias, aunque sólo hallaba desdoblamientos de la razón.

Había caído de nuevo en el confusionismo cegador de la ira y necesitaba tiempo para serenar su corazón acelerado, que tiraba de su cuerpo como una bestia desbocada intentado librarse de su carga.
De nuevo dudó de sí mismo, de lo que creía haber conseguido, de la seguridad en lo que daba por cierto, que parecían despreciar quienes más cerca de él estaban. Se enfrentaba otra vez a la incomprensión de su destino como el suicida pegado al muro sobre la cornisa del puente, antes de saltar al vacío.

Después llegó a la conclusión de que el conocimiento no es importante si no sirve a las necesidades del ser, que es lo que ocurre cuando, quien lo posee, no es capaz de poner en práctica consigo mismo. Por ello comprendió que disponer de más conocimientos no significa actuar sabiamente; que la sabiduría nace de los seres para servir a sus propósitos de realización en armonía con la naturaleza de las cosas.

Su instinto de posesión le había traicionado de nuevo haciéndole olvidar que nada se posee, ni incluso aquello que se engendra, por lo que en la capacidad de compartir los propios valores sin obligación, sin otras pretensiones, radica la felicidad pretendida, la ausencia de desdicha que permite olvidar al ser único e irrepetible para disfrutar de cada instante de existencia; algo difícil de reconocer mientras se mantienen vivas todas las energías y se olvida que un día desaparecerán.

Regresó a él la calma y revivió su espíritu, renovado por la certeza de que el tiempo estaba todavía de su parte. Decidió no malgastar más fuerzas empeñado en afirmar su valor, pues a él sólo pertenecía y nadie más podría reconocerlo como propio; lo pondría en práctica para compartirlo con los demás; sólo así podría tomar de ellos también su parte, aquella que le hacía tan desgraciado cuando le faltaba.

Había aprendido que de la comprensión de lo ajeno se consigue la propia, y era feliz por la nueva oportunidad que la vida le brindaba.
Cada segundo, cada minuto y hora de su tiempo los aprovecharía para que su saber se disolviera en la vida, de donde lo había tomado.



























sábado, 3 de junio de 2017

CLIMA.








Vivimos una época prodigiosa en cuanto a desarrollo tecnológico se refiere, que, estimulado por el comercio, llega primero a los individuos en forma de bienes de consumo desechables, lo que ha motivado una fiebre consumista que eleva al infinito la cantidad de detritos altamente perjudiciales para el clima, y por consiguiente, para la salud de la especie humana y sus expectativas de supervivencia en el planeta. El clima ya no es como lo conocimos en otros tiempos, y por primera vez reconocemos que nuestra actividad influye también en el desarrollo de los fenómenos meteorológicos.

El género humano, igual que el resto de las especies, ha basado su supervivencia en la adaptación al medio que lo contiene, aunque lo ha hecho de forma más eficiente, pues no sólo se ha adaptado a él, sino que lo ha transformado creando nuevas formas de vida artificiales que superan las normas de la naturaleza; esto ha provocando alteraciones es sus ciclos internos, en lo que conocemos como clima y que ahora parece no adaptarse al ritmo vertiginoso de desarrollo de la civilización, que busca expansionarse a otros medios, a otros espacios hasta ahora desconocidos y en apariencia inhabitables.

Aparecen nuevos profetas que auguran la catástrofe si no se reniega a tiempo de lo que nos trajo hasta aquí, lo que hizo posible que llegáramos tan lejos; que hacen culpable a la condición humana de los males con los que la naturaleza nos achaca. Por eso ahora penamos en otros la conducta que antes fue habitual para nuestro modo de vida, el cuál ellos aún no han alcanzado teniendo el mismo derecho.

La experiencia de nuestro error debería servirnos para reconducir nuestra conducta, seguros de que podremos dominar la naturaleza que nos rodea si la tenemos en cuenta en nuestras ambiciones; no para crear una nueva carga moral con la que dominar a la especie y que sirva de nuevo al negocio y la especulación de unos pocos.

Deberemos invertir en nuevas soluciones compatibles con el clima que nos acoge, antes de gravar aquellas que aún permiten el desarrollo de la especie. Sabemos que los recursos actuales son limitados, por lo que se impone con urgencia un cambio de modelo que no esté supeditado al desarrollo comercial, que conlleva un consumo devastador de los recursos y altera negativamente los ciclos naturales del clima, sino que de prioridad a la mejora de las expectativas de supervivencia de la especie humana por encima de todo, conteniendo sus instintos más perniciosos.