El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

miércoles, 28 de junio de 2017

REGRESO A LA CORDURA.





Sabía que aquella soledad forzada no le devolvería a la calma, pero como otras veces - más de las deseadas - era la única puerta de salida a la crisis nerviosa por la que atravesaba.
Debía acallar las voces que se articulaban en sus labios incontinentes y que llegaban de su pensamiento torturado por las dudas del espíritu menospreciado, apartado a un lado como si fuera un trasto viejo; por lo que intentaba contener los sentimientos encontrados buscando razonar respuestas necesarias, aunque sólo hallaba desdoblamientos de la razón.

Había caído de nuevo en el confusionismo cegador de la ira y necesitaba tiempo para serenar su corazón acelerado, que tiraba de su cuerpo como una bestia desbocada intentado librarse de su carga.
De nuevo dudó de sí mismo, de lo que creía haber conseguido, de la seguridad en lo que daba por cierto, que parecían despreciar quienes más cerca de él estaban. Se enfrentaba otra vez a la incomprensión de su destino como el suicida pegado al muro sobre la cornisa del puente, antes de saltar al vacío.

Después llegó a la conclusión de que el conocimiento no es importante si no sirve a las necesidades del ser, que es lo que ocurre cuando, quien lo posee, no es capaz de poner en práctica consigo mismo. Por ello comprendió que disponer de más conocimientos no significa actuar sabiamente; que la sabiduría nace de los seres para servir a sus propósitos de realización en armonía con la naturaleza de las cosas.

Su instinto de posesión le había traicionado de nuevo haciéndole olvidar que nada se posee, ni incluso aquello que se engendra, por lo que en la capacidad de compartir los propios valores sin obligación, sin otras pretensiones, radica la felicidad pretendida, la ausencia de desdicha que permite olvidar al ser único e irrepetible para disfrutar de cada instante de existencia; algo difícil de reconocer mientras se mantienen vivas todas las energías y se olvida que un día desaparecerán.

Regresó a él la calma y revivió su espíritu, renovado por la certeza de que el tiempo estaba todavía de su parte. Decidió no malgastar más fuerzas empeñado en afirmar su valor, pues a él sólo pertenecía y nadie más podría reconocerlo como propio; lo pondría en práctica para compartirlo con los demás; sólo así podría tomar de ellos también su parte, aquella que le hacía tan desgraciado cuando le faltaba.

Había aprendido que de la comprensión de lo ajeno se consigue la propia, y era feliz por la nueva oportunidad que la vida le brindaba.
Cada segundo, cada minuto y hora de su tiempo los aprovecharía para que su saber se disolviera en la vida, de donde lo había tomado.



























No hay comentarios: