Esbozó una sonrisa y con cariño contempló su barba ceniza ascendiendo por las patillas y conquistando con su mismo color el pelo oscuro y rebelde hasta el flequillo encrespado. El rostro anguloso, marcado por las arrugas profundas que el tiempo añade al gesto del carácter temperamental, apasionado; y la mirada cansada y profunda, protegida tras las lentes sucias de sus gafas.
Quiso preguntar, pero sabía todas las respuestas que podía obtener.
-¿El éxito? ¿El fracaso?
-El éxito personal no resulta de la magia ni de la casualidad - se dijo -, se debe primero a la consecución de la voluntad del ser para realizar lo que pretende, que sólo con tenacidad y perseverancia consigue; y luego al reconocimiento y la admiración de los demás por tal afirmación de voluntad personal, para ellos imposible.
Es por tanto que sin reconocimiento social no se consigue el éxito que se pretende.
Y es que, realmente, el fin de la voluntad del ser cuando persigue el éxito en sus acciones no es otro que el reconocimiento social, pues ello confiere respeto a la personalidad.
Y de forma contraria resultan los fracasos de las acciones, cuando sin tener en consideración el reconocimiento y respeto que merecen para los demás se llevan a cabo sin reparar en medios, haciendo un ejercicio de imposición del ego perjudicial para sus intereses, que raramente concuerdan con otros y que son condenados al fracaso.
Nuestro éxito en verdad se debe a los demás, a quienes no es bueno menospreciar magnificando el valor de nuestras acciones, pues sin ellos no encontrarían forma y sentido. Así evitaremos la pretensión maligna de imponer nuestra voluntad y no fracasaremos.
De otro modo, de nada servirá lamentarnos mientras buscamos en vano culpables de los errores sólo por nosotros cometidos, pues cuanto más lo hagamos más sentiremos la soledad y la frustración de los proyectos malogrados, echados a perder por la vanidad del orgullo desmedido.
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