Como tantas otras veces habían aprendido sin comprender, y confundidas por la percepción de una realidad equívoca, contradictoria, las palabras preguntaron al sentir:
-¿Por qué, a pesar de ser más las cosas que por semejanza nos unen que las que por distinción nos separan, los humanos nos esforzamos por hacer valer lo que nos diferencia en detrimento de lo que nos iguala?¿No es esto fuente permanente de conflictos en una especie como la nuestra, consciente de la huella de sus actos y por tanto responsable de sus consecuencias?
Y el sentir se reveló:
No somos absolutamente conscientes, responsables de nuestras acciones, lo que no nos disculpa ni nos libra de sufrir sus consecuencias. El ser humano no ha llegado aún al culmen de su realización individual, y mucho menos nuestra civilización, que evoluciona al ritmo de la multiplicidad de transformaciones individuales.
Lo que nos asemeja y lo que nos diferencia son partes del binomio fundamental que compone la vida, que se repite en cada escala, dimensión y latitud, creando a partir de él la diversidad que conocemos.
Por esperar de otros las respuestas que necesitamos, por vivir a ritmo de descubrimiento continuo de emociones, todavía no hemos aprendido a conjugar la dualidad en nuestro interior, lo que hace que vivamos en confusión permanente y sin distinguir confundamos la pertenencia con la propiedad, la supremacía con la independencia, el respeto con el temor, el afecto con la compasión, la sabiduría con la acumulación de datos, y así sucesivamente en cada cosa.
Lo que realmente nos une como especie son las necesidades físicas y espirituales, iguales en todos los humanos, no distinguiendo entre raza, sexo, credo o condición. Lo que nos separa son las ambiciones del ser único e irrepetible, que cuando ejerce como dios de su existencia olvida que es limitado y pasajero, que su verdadero sentido se encuentra en la contribución de su peculiaridad para dar forma a la vida con los demás seres, sin alterar el orden natural de las cosas para que puedan renovarse haciendo sostenible la supervivencia.
Cuando los seres humanos nos comportamos de forma irresponsable anteponiendo las cualidades de nuestras diferencias a la contribución social para las que están destinadas, somos arrastrados a la vorágine de la supervivencia, donde el engaño y la manipulación acechan nuestras debilidades reviviendo en ellas los impulsos más primitivos y salvajes, que nos retornan siempre al principio de las cosas obstaculizando el progreso beneficioso de las individuales, y como consecuencia, de una sociedad rebosante de vitalidad.
-¿Por qué, a pesar de ser más las cosas que por semejanza nos unen que las que por distinción nos separan, los humanos nos esforzamos por hacer valer lo que nos diferencia en detrimento de lo que nos iguala?¿No es esto fuente permanente de conflictos en una especie como la nuestra, consciente de la huella de sus actos y por tanto responsable de sus consecuencias?
Y el sentir se reveló:
No somos absolutamente conscientes, responsables de nuestras acciones, lo que no nos disculpa ni nos libra de sufrir sus consecuencias. El ser humano no ha llegado aún al culmen de su realización individual, y mucho menos nuestra civilización, que evoluciona al ritmo de la multiplicidad de transformaciones individuales.
Lo que nos asemeja y lo que nos diferencia son partes del binomio fundamental que compone la vida, que se repite en cada escala, dimensión y latitud, creando a partir de él la diversidad que conocemos.
Por esperar de otros las respuestas que necesitamos, por vivir a ritmo de descubrimiento continuo de emociones, todavía no hemos aprendido a conjugar la dualidad en nuestro interior, lo que hace que vivamos en confusión permanente y sin distinguir confundamos la pertenencia con la propiedad, la supremacía con la independencia, el respeto con el temor, el afecto con la compasión, la sabiduría con la acumulación de datos, y así sucesivamente en cada cosa.
Lo que realmente nos une como especie son las necesidades físicas y espirituales, iguales en todos los humanos, no distinguiendo entre raza, sexo, credo o condición. Lo que nos separa son las ambiciones del ser único e irrepetible, que cuando ejerce como dios de su existencia olvida que es limitado y pasajero, que su verdadero sentido se encuentra en la contribución de su peculiaridad para dar forma a la vida con los demás seres, sin alterar el orden natural de las cosas para que puedan renovarse haciendo sostenible la supervivencia.
Cuando los seres humanos nos comportamos de forma irresponsable anteponiendo las cualidades de nuestras diferencias a la contribución social para las que están destinadas, somos arrastrados a la vorágine de la supervivencia, donde el engaño y la manipulación acechan nuestras debilidades reviviendo en ellas los impulsos más primitivos y salvajes, que nos retornan siempre al principio de las cosas obstaculizando el progreso beneficioso de las individuales, y como consecuencia, de una sociedad rebosante de vitalidad.
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