El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

lunes, 30 de septiembre de 2019

ENTRE LA TEMPESTAD Y LA CALMA.







-Reconozco el empeño de mi padre por trasmitirme su forma de entender lo importante de la vida. Algo que, por conocerme bien, sabía que necesitaría mientras durara mi existencia. Aquel conocimiento era la mejor herencia que podía recibir de él, y realmente, hoy puedo decir que no se equivocaba.

En los momentos de soledad ganada por el inconformismo, en los que no existe calma, sino tempestad, y el ser se debate entre lo que es y lo que desea, regresan en auxilio del alma las mismas respuestas.

-¿Quien es el hombre más feliz de este mundo?¿Que es lo más amargo que se puede probar en la vida? - Me decía.

Yo apenas tenía consciencia, pero mi padre insistía día tras día con las mismas preguntas. Supongo que estaba convencido de que sólo desde la tierna infancia, si se es constante, es posible influir en el carácter para fijar en él las directrices sobre las que el individuo caminará en adelante. Tengo que confesar que mi padre dejó en mí el poso filosófico que desde entonces filtra mi visión de la realidad, y que, en consecuencia, rige mis respuestas para intentar contener mis reacciones.

-El hombre más feliz del mundo es el que se conforma con su suerte - respondía yo ante su insistencia -. Y el sabor más amargo es el del desengaño.

Mi madre miraba para mi padre mientras le daba vueltas a la cabeza, intentando quizás que entendiera que aún era un niño y que sólo el paso del tiempo me haría comprender esas cosas.
He tardado mucho en admitir que mi genio se debe a ella; mi repente, mi fuerza y mi valor. Y creo que era eso, precisamente, lo que conocía mejor mi padre, por lo que sabía que sufriría tantas veces. Su largo camino como pareja se había bifurcado hacía tiempo, desde que me trajeran al mundo y su relación carnal terminara después de siete hijos y más de treinta años de relación, en la que nunca cesó su lucha por sobrevivir, por obtener un futuro mejor. Su destino sería morir juntos, a mi lado. Yo soy el resultado de su binomio, de la dualidad que formaron, y me siento orgulloso por ello. Y aunque es la enseñanza de mi padre lo que hoy acude a mi recuerdo, es por el carácter fuerte que de mi madre recibí, por lo que he conseguido ser quien soy. Pero no puedo por menos que reconocer, que sin las enseñanzas de mi padre no podría controlar mi ímpetu y mi pasión por la vida, que a veces me arrastran por el fango de la personalidad y me empujan al vacío de la depresión. De ambos, sigo estando enormemente agradecido.







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