El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

lunes, 16 de noviembre de 2020

MI ADICCIÓN.









Hace ya tiempo que inicié un camino, el del escritor, que no pienso abandonar aunque la tormenta arrecie y los elementos enfurecidos azoten mi transitar, pues por él escapé con lo que le robé al destino, caprichoso y tirano.

Es un camino que construyo día a día para conducir mis pasos en la búsqueda del conocimiento del alma. Pasos, nunca como ahora tan ciertos, tan seguros de sí mismos, tan decididos a avanzar a pesar de las nuevas dificultades que vislumbro cerca, de los desafíos que vendrán y las energías mermadas con las que contaré para afrontarlos. Porque se, que cuando concluya mi existencia el camino permanecerá por mí, pues di a luz una vida que palpita con fuerza, que camina ya por su cuenta tirando de mi mano. Una vida construida con palabras extraídas de la cantera de los pensamientos, forjadas con las razones de mis sentimientos por la comprensión de lo experimentado.

Escribiendo he encontrado sosiego para reflexionar, algo tan necesario cuando se quieren iluminar las sombras de la personalidad y a la vez protegerla del destello de sus luces. Para poner en la balanza del tiempo lo pretendido en principio y lo conseguido al final, y llegar al ser real que todos reconocen.

Mas, no es fácil el camino del escritor, pues es una distancia que recorre en soledad arrastrado por su ser más íntimo y escurridizo, al que realmente ignora y que, sin saberlo, se esfuerza en descubrir. Un camino muchas veces tedioso, lleno de espinas de desánimo que invitan a olvidarse, a abandonar el recorrido. Un camino de flores marchitas en la distancia del tiempo inexorable.

Ha dejado de importarme si lo que escribo importa o no al resto del mundo, y si es poco o mucho lo que logro con mi esfuerzo, pues es una necesidad imperiosa que me arrastra sin saber adónde, por y para qué, lo que tampoco me importa en absoluto. Un síndrome que me reclama para saciar su abstinencia y del que no quiero ni me puedo liberar. ¿Cómo podría liberarme de mí mismo sin perecer en el intento?
Escribir se ha convertido en mi droga, mi adicción suprema. Se que me acompañará por siempre hasta el final y que nunca más trataré de evitarla.





 

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