Las palabras, arrasadas por las llamas de la ira, se alzaron en grito de dolor frente al silencio de la soledad. Intentaban escapar de la incomprensión de la verdad incómoda que contenían y que ardía víctima de una época que agonizaba, que se resistía a la despedida poniendo en peligro el transito pacífico hacia la nueva era inminente.
Dudaron de haber nacido alumbrando un sueño esperanzado en la realización creativa del ser humano, aquella capaz de encontrar en la sencillez de lo cotidiano la felicidad posible. Y temieron caer en el vacío de una generación adormecida en el confort, que exigía el premio antes del esfuerzo y necesitaba halagos y aplausos para poner en marcha metas necesarias . Una generación ignorante de la importancia de los sacrificios personales, del valor del ser enfrentado en soledad a las contradicciones de la personalidad ante el compromiso de las decisiones. Una generación que, ciega de sí misma, había priorizado los deseos por encima de las necesidades, despreciando el valor de la experiencia de quienes les habían precedido y exigiendo todo del mundo para saciar la ansiedad de nuevas sensaciones.
Y el sentir se reveló:
Hasta en las fisuras de la piedra, allí donde se deposita el polvo transportado por el viento, nace la semilla de la vida. De igual modo se materializan las palabras de esperanza en los corazones necesitados de piedad, pues ellos son las grietas de la sociedad monolítica e intransigente que intenta perpetuarse en contra de los cambios necesarios que conllevan los nuevos tiempos, haciendo infelices y enormemente necesitados a los seres que la conforman.
El rostro de la sociedad es el reflejo de la evolución de sus individualidades, pero sólo en unas pocas se encuentra el principio que activa el mecanismo del cambio necesario.
Sólo las palabras de vida pueden germinar en ellos, y sólo ellos pueden hacerlas germinar. Es un terreno abonado, que necesita ser cultivado sin descanso hasta obtener su predominio para que el resto adopte su forma.
No caen en terreno estéril las palabras verdaderas que transportan vitalidad a la sociedad que se resquebraja acosada por la incertidumbre y el miedo al porvenir. Siempre llegan como agua fresca a las bocas sedientas por tanta súplica, a los corazones incendiados con las pasiones desbordadas, a las mentes cegadas por el humo de los sueños rotos.
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