Sonó el teléfono en el momento justo que cerraba la puerta tras de sí. Giró de nuevo la llave, abrió y entró corriendo para descolgar el teléfono antes de que dejase de sonar.
- Sí, soy yo; dime.
- Soy "Chuspi": Te llamo para decirte que en la empresa donde trabajabas están cogiendo personal para una obra nueva en la ciudad - dijo una voz al otro lado del auricular -. Creo que la dirige tu antiguo jefe de obra; ¿ no te ha llamado ?
- No, es la primera noticia que tengo de ello.
- Pues no pierdas el tiempo y pásate por allí cuanto antes. Es fácil que ahora pueda hacerte un hueco.
- ¿ Dónde tienen la obra ? ¿ Hay instalada allí oficina ?
- Se que la obra está en la ronda sur, pero no se si tendrán oficina montada todavía.
- Gracias "Chuspi". Iba a salir ahora mismo para la ciudad, tengo consulta con el dentista. Intentaré localizar la obra y hablar con el jefe. Ahora tengo que colgar; espero verte pronto para tomarnos unas cañas y contarte cómo me ha ido.
- A ver si tienes suerte.
- Gracias de nuevo amigo. Pasaré pronto por el barrio para verte.
Se quedó un instante pensando en ello mientras colgaba el teléfono inconscientemente. La llamada parecía haberle transportado a un sueño, después de tanto tiempo sin que nadie conocido se acordara de su situación. Verdaderamente hacía mucho tiempo que no veía a Chuspi. Se habían conocido en la última obra que realizó como operador de grúas, antes de caer en paro; de eso hacía poco menos de dos años.
Le resultaba extraño que Gonzalo iniciara una edificación sin contar con él y apenas tres meses después de contactar por última vez. La cita con el dentista lo impulsaba a salir, por lo que apartó a un lado - aunque no del todo - sus pensamientos, cerró de nuevo con llave la puerta y bajó las escaleras del portal casi corriendo.
Cuando arrancó el coche cayó en la cuenta de que era ideal que las cosas coincidieran de forma tan favorable, aunque no solía ser muy habitual que terminaran como habían empezado. Pero pensó de igual modo, que casi todo lo que se espera aparece de improviso sorprendiéndonos siempre un poco. Se dijo que sería una buena forma de aprovechar el viaje.
Llegó a la ciudad entre un tráfico enorme, por lo que le costó encontrar aparcamiento. Tras dar un par de vueltas a la manzana donde se encontraba la clínica, debió abandonarla pues no pudo aparcar. Consiguió hacerlo en otra zona más alejada y que no conocía muy bien.
Apremiado por el tiempo decidió dejar el coche en el primer sitio que encontró. Intentó memorizar el nombre de la calle, que al cabo de un rato olvidaría. Recordaría después que se encontraba en la barriada de "La Marina".
Comenzó a caminar deprisa, excitado primero por el teléfono y después por el tráfico. No quería perder más que el tiempo necesario con el dentista, necesitaba disponer del suficiente para localizar la obra antes del medio día. Necesitaba ese empleo con urgencia, sus recursos económicos se estaban acabando. Pronto dejaría de percibir el subsidio de desempleo y por ello llevaba una temporada preocupado, a pesar de que solía tomarse aquellas cosas con tranquilidad; pero, inconscientemente, su mente retenía dormida la obsesión por encontrar un empleo, contenida también por la frialdad que mostraba su carácter.
Llegaba tarde a la cita y le impacientaba cada vez más la enorme cantidad de gente caminando por las calles, que frenaba su ritmo frenético y le hacía perder más tiempo. Fatigado y nervioso, llegó al fin.
La visita al especialista resultó algo más larga de lo pensado, pues el doctor decidió intervenir a otro paciente en el tiempo que duró su ausencia, y le tocó esperar. Cuando salió de la clínica quedaba poco más de media hora para el mediodía, por lo que decidió entrar en una cafetería para tomar un café.
Le invitó a quedarse con él un rato mientras tomaban un café, pero su amigo le dijo que ya había tomado el suyo y que tenía mucha prisa pues lo esperaban en la oficina. Le preguntó entonces donde la tenían y quien llevaba la obra.
- El jefe de obra se llama Gonzalo - le dijo su amigo -; un chico joven, alto y con gafas. La empresa es[...] y la oficina no está muy lejos de aquí, en una calle cercana a la estación de trenes.
- Es que estoy buscando trabajo - no podía creer lo que su amigo le contaba - y para esa empresa he trabajado yo los últimos años. Dices que se llama Gonzalo el jefe de la obra,¿Gonzalo Fernández?
- Sí, el mismo. ¿Pero le conoces?
- Ha sido mi jefe durante los tres últimos años de trabajo en la construcción.
- Pues está cogiendo gente ahora. ¿Por qué no te pasas por allí? Seguro que tendrá un hueco para ti.
- Sí, creo que pasaré. Tomaré antes un café. Acabo de salir del dentista y tengo algo raro el estómago. Estoy de pruebas y radiografías para arreglarme la dentadura, que ya va algo necesitada de atención. Bueno, si no quieres nada te dejo libre. Me pasaré por allí, así podré verte de nuevo. Me alegro mucho de haberme encontrado contigo. Por cierto, ¿te casaste?¿Tienes familia?
- Tengo un chaval de quince años, pero no, no me he casado - le contestó su amigo -. María y yo seguimos juntos; ella no ha querido volver a dar el paso y a mi no me importa.
- Bueno, todo sirve si hay respeto y os queréis - dijo -. Eso es lo importante.
- Venga, nos vemos - contestó el amigo -. No te olvides, pásate pronto.
- Sí, sí; hoy seguramente. Si no tuvieses demasiada prisa me iría contigo, pero no quiero entretenerte ni que te sientas comprometido.
Entró en el bar y pidió café. Su cabeza no estaba despejada, como si no hubiera dormido bien; además la llamada de Chuspi, y ahora el encuentro con Ángel, más le parecía un sueño que la realidad, pues tras dos años en paro sin que nadie diera señales de vida, ahora de golpe todo aquello le parecía irreal. Vino entonces a su cabeza aquello de que "Dios aprieta pero no ahoga", y creyó que tal vez Dios empezaba a soltar sus manos.
Contento apuró el último sorbo de café y pidió al camarero un "chupito" de ginebra sin hielo, en vaso frío; necesitaba calentar su espíritu, que aún parecía aletargado ante la posibilidad que se le presentaba.
Pero cuando salió de nuevo a la calle era como si todo hubiese cambiado, no recordaba donde le había dicho su amigo que se encontraban las oficinas. Sacó de su bolso el teléfono móvil y marcó el número de Gonzalo, su antiguo jefe de obra, mas la llamada se repetía inútilmente sin que nadie respondiera al otro lado. Insistió de nuevo pero fue en vano. Le resultó extraño, ya que nunca había rechazado una llamada suya. Miró su reloj y se sorprendió de que fuera tan tarde. El sol estaba en todo lo alto y el calor era horroroso. Pensó que Gonzalo estaría comiendo y que por cualquier razón no quería coger el teléfono a esas horas. Después se dijo que no, que parecía un hombre pegado a un teléfono, que algo raro estaba pasando. Decidió entonces recorrer las calles de la manzana para buscar la oficina, y sin pensar que no había comido y que pronto pasaría la hora comenzó a deambular por la zona fijándose en cada portal, en sus placas y letreros, en cada escaparate y en los anuncios de neón, que interminables llenaban las calles.
Caminar se había convertido en una obsesión para él; se le escapaba el tiempo y era incapaz de acordarse de la dirección y encontrar las oficinas. Buscó un banco en la sombra de las acacias de una pequeña plaza y se sentó sofocado. Volvió a marcar otra vez el número de Gonzalo y el teléfono repitió cadencioso la señal sin encontrar respuesta.
Sudaba, y un estado de agitación e impaciencia lo sofocaba. Al tiempo se dio cuenta de que las calles se habían quedado prácticamente vacías, todo el mundo se ocultaba del sol en esas horas centrales del día. Se sintió absurdo, solo en aquella plaza desierta, donde la única compañía eran los pájaros que alocadamente revoloteaban en los árboles. Se tendió de espaldas en el banco mirando sus copas y el juego de las pequeñas aves, que despreocupadas jugaban libres a esas horas de la tarde.
Sin querer se quedó dormido, y cuando despertó de nuevo el bullicio había regresado a las calles. Los coches iban y venían de un lado para otro, y las gentes, como hormigas minuciosas, fluían de todos los lados hacia todas las direcciones. Levantándose del banco como un vagabundo que ignora al mundo envuelto en sus pensamientos, sin importarle que todo el mundo le observa, comenzó de nuevo a caminar sin una dirección predeterminada. Eran las cinco de la tarde, por lo que decidió dejar para otro día la búsqueda de las oficinas de su antigua empresa e ir a por su coche, que no recordaba muy bien donde lo había dejado. Antes de regresar a casa quería pasarse por las obras del nuevo tendido ferroviario que se construían a las afueras de la ciudad, y donde pretendía encontrar algún trabajo.
Aceleró el paso tratando de llegar a la barriada donde dejara el coche; pero sorpresa, cuando llegó allí no fue capaz de encontrarlo. No recordaba la calle que buscaba, y todas, que partían en cuadrícula exacta, le parecían iguales. La ansiedad le hacía caminar más deprisa y empezó a sentir cansancio; no haber comido nada le producía cierta debilidad y su cabeza comenzaba a sentirse confusa. Decidió olvidarse por el momento del coche y siguió caminando hacia las afueras de la ciudad con la esperanza de llegar antes de que cerraran las obras del ferrocarril. Estaba sumamente cansado, pero la necesidad imperiosa de conseguir algún resultado positivo en aquel día que empezara prometiendo tanto y que tan poco le había dado, lo impulsaba a seguir sin detenerse.
Por fin, tras una larga caminata, dejó a sus espaldas la urbe y distinguió a lo lejos las obras que buscaba. Enormes grúas se levantaban sobre las vías. Su ánimo pareció superar el cansancio de todo un día caminando sin nada en el estómago. Cuando llegó, unos descomunales pórticos sustentaban las gigantescas estructuras de las torres de acero de las grúas. Todavía estaban trabajando los ferrallistas y los encofradores; los materiales se acumulaban descargados a ambos lados del tendido y las máquinas y camiones continuaban su ritmo vertiginoso. Pronto vio aparecer un hombre con casco blanco y una carpeta debajo del brazo que supervisaba los trabajos. Se acercó a él:
- Por favor, ¿es usted el jefe de obra o encargado? - le preguntó -.
- Sí, soy el jefe de obra. ¿Qué desea?
- Me llamo [...] y soy operador de grúas torre, conductor de camiones, y dispongo de la tarjeta profesional de la construcción. Estoy buscando empleo y había pensado que tal vez aquí...
- Pues sí, vamos a necesitar "gruistas". Creo que podré hacerle un hueco. Venga conmigo.
Le llevó hacia otra parte de la obra donde se encontraban distintos tipos de almacenes y algunos talleres. Casi al llegar se encontraron con dos mujeres, también con cascos blancos y sendas carpetas debajo de los brazos.
- Miriam, Raquel, un momento - les llamó el jefe de obra -. Mirar, este hombre es gruista y está buscando trabajo. Le he dicho que tal vez hubiera un hueco para él -. Una de ellas, la más baja, abrió su carpeta y extendió sobre la pared unos planos del trazado:
- Bueno, aquí tenemos una grúa y aquí otra, y entre medias sí, aquí hay un hueco. Colocaremos en breve otra. Bueno, nosotras ahora tenemos que irnos, nos espera el director gerente para unas consultas. Nos vemos.
De nuevo se quedó sólo con el jefe de obra, que pareció un tanto sorprendido por el encuentro.
- No te preocupes, veremos al encargado y haré que él te encuentre un hueco mientras montan la grúa.
- Gracias, no tengo problema de hacer otras cosa mientras tanto.
Estaba esperanzado, contento después de un día de tanto trajinar; orgulloso de que su afán estuviera dando resultado. Ya no se acordaba del cansancio que su cuerpo acumulaba.
- Pedro, ven un momento - llamó el jefe de obra a otro de casco blanco que estaba entretenido dando órdenes a una cuadrilla -. Quiero que busques un hueco para este hombre. Es gruista y camionero, necesita trabajar.
Bien, le dejo con nuestro encargado. Mucho gusto por conocerle, hasta otro momento.
Se alejó dejándolo con el encargado.
- Venga conmigo, le llevaré a nuestro taller de tornería y mantenimiento; a ver si puedo encontrar un hueco para usted.
Entraron en unas naves antiguas habilitadas a tal efecto donde trabajaban no más de una docena de personas, cada una distante de las otras en puestos muy diferentes. El local chorreaba aceites y olía a carburantes y grasas industriales. Parecía un taller improvisado donde fabricaban piezas especiales para sus máquinas y herramientas. Lo condujo hacia una prensa hidráulica que doblaba en su troquel piezas de hierro, dándoles una forma determinada. Comenzó explicándole el procedimiento pero al momento se paró diciendo:
- No, no creo que este sea un buen puesto para ti, aunque algo tendrás que hacer mientras...
- Haré lo que sea, no me importa. Comprendo estas situaciones, y se que de alguna manera hay que comenzar .
Pero aquella situación, aquel pasar de unas manos a otras sin concretar nada, sin hablar de otra cosa que no fuera el maldito "hueco", le empezaba a mosquear. No era normal que aún no hubiesen hablado de condiciones de trabajo, horarios, salario y demás cosas. El malestar por tal situación, unido al cansancio que de nuevo sentía, comenzaban a irritarle, y se conocía demasiado como para suponer que aquello pudiese soportarlo demasiado tiempo.
- Bueno - le dijo el encargado -, mientras lo pienso podíamos tomarnos un café, tenemos máquina en las casetas de obra; es la hora del cambio de turno y aún disponemos de un rato de tiempo. Venga, le explicaré como funciona esta empresa.
Se dejó conducir por el encargado hacia la caseta habilitada como comedor y que a esa hora ocupaban los trabajadores del turno entrante aprovechando el momento para tomar un refrigerio antes de incorporarse a sus puestos. Fueron a sentarse a una mesa donde se encontraban las dos mujeres de los planos y los cascos blancos, que hablaban mientras tomaban un café con el jefe de obra sin hacer el más mínimo caso a quienes a su lado se sentaban, como si no se conociesen. Aquello no gustó nada a nuestro hombre, que lo consideró como una descortesía y una muestra de soberbia y prepotencia por su parte. Su estado de ánimo comenzó a incendiarse y el tuteo con el que comenzaba su explicación el encargado le estaba sacando de sus casillas:
- Te explico; bueno, es un poco difícil porque ésta no es una empresa normal y corriente, aunque estoy seguro de que tú lo comprenderás perfectamente, pareces un tipo inteligente - aquello acabó por hacerle perder los nervios -. Aquí es algo complicado hacerse un hueco...
Se levantó entonces de la mesa, y con rotundidad y en un tono desafiante le dijo:
- He venido aquí buscando trabajo y esperaba que tuvierais algo para mi. Estoy harto de tanto hueco y tanta monserga. Soy un profesional y mi experiencia me avala. Dime si tienes trabajo y no me hagas perder más el tiempo, no me sobra.
El encargado quedó como mudo, sin respuesta, desconcertado, casi sin habla. Contestó tras una ligera pausa:
- No; de eso no tenemos por aquí.
- Pues entonces a que tanto hueco de los cojones. Vas a reírte de tu puta madre -. Y dándose media vuelta abandonó la caseta.
Cuando salió le temblaban las piernas, más por su nerviosismo incontrolado que por el cansancio que acumulaban.
- !Joder! - se dijo -. ¡Vaya día de mierda! Y ahora sin coche, a más de una hora de camino andando y la noche para caer dentro de poco. Pero no, esta vez cogeré el bus, estoy harto de andar.
Cogió la salida hacia la carretera general que conducía a la ciudad, y después de un paso a nivel sin barreras llegó al cruce con la carretera. Allí mismo, a un lado, había una parada de bus.
Estuvo un buen rato esperando sin que parara ninguno. Apenas pasaban coches, sólo al cabo de un buen rato una viejecita se acercó a él caminando lentamente, apoyada en un bastón y con una pesada bolsa de la mano. Cuando llegó a su altura le preguntó:
- Perdone señora, ¿para aquí el autobús que lleva a la ciudad?
- Sí, sí, para aquí, pero hoy no pasa.
- Entonces tendré que irme andando si no quiero que se me haga de noche antes de llegar a la ciudad. ¿Vive muy lejos señora ? Permita que le lleve su bolsa, debe pesar mucho.
- Vivo ahí mismo en esas casas; allí delante. Gracias hijo, las personas como yo no tenemos quien nos ayude. Mis hijas viven en la ciudad y apenas vienen a verme. Claro, están ahora tan atareadas con sus hijos y el trabajo, que casi no se acuerdan de una. Pareces buen muchacho, ¿que te trajo por aquí?
- He estado buscando trabajo.
- ¿Y qué, has tenido suerte?
- Están las cosas muy mal señora.
- Siempre han estado mal para la gente humilde, para los que sólo tienen su vida para responder por ella. Pero no te desanimes, la vida continúa a pesar de todas las dificultades. Ya me ves a mi, que aquí estoy; y he visto mucho hijo. Mas lo que se, es que debo seguir tirando por la pella pues nadie lo hará por mi; y no puedo desanimarme, en nada me ayudaría.
- Gracias por sus sabios consejos señora. ¿Es aquí verdad?
- Sí hijo sí, aquí es. Gracias por tu amabilidad y que tengas mucha, mucha suerte.
Siguió rumbo a la ciudad acusando cada vez más el cansancio acumulado a lo largo del día, caminando sin parar y sin haber metido bocado. El sol se ocultaba tras los tejados a lo lejos y la ansiedad por llegar y recoger el coche agrandaba su cansancio.
Era de noche cuando llegó y apenas reconocía la ciudad, todo estaba cambiado, donde no debía estar, incluso algunos edificios resultaban totalmente nuevos y extraños para él. Aquella no parecía ser su ciudad, la que conocía de siempre; estaba totalmente desorientado.
Al entrar por una calle larga y oscura, sin coches ni aparcamientos, casi rendido, vio pasar a un individuo corriendo como alguien que persiguieran, mirando hacia atrás de vez en cuando con los ojos casi fuera de sus órbitas. Fue un instante, como una exhalación que dejó tras de sí el sonido de otros pasos que se acercaban también corriendo. Miró a sus espaldas y vio unas sombras que avanzaban con rapidez deslizándose sobre la pared y que aumentando vertiginosamente se le echaban encima. Alguien lo agarró por el cuello y lo apretó contra la pared poniendo una navaja en su garganta; mientras, otros dos dejaban atrás sus sombras corriendo calle abajo con palos y cuchillos tras los pasos de quien antes viera huir.
- Vamos, dime ¿por dónde se ha ido? Dímelo si no quieres que te mate.
- No lo se; sólo he visto correr a alguien calle abajo.
- ¡ Bah! No voy a perder el tiempo contigo -. Y le soltó, emprendiendo rápido la carrera tras las pisadas de los otros.
Quedó un momento apoyado en la pared sin reaccionar, consternado por el incidente. Casi se desploma sobre sus piernas, que temblaban como varas verdes. Prácticamente sin recuperarse trato de cruzar la calle al otro lado, pero en ese mismo instante una luz lo cegó y cayó al suelo al tiempo que sentía la frenada de un coche de policía y el zumbido de sus sirenas de colores.
En ese momento se levantó sobresaltado, con un tembleque que recorría todo su cuerpo mientras sus manos se agarraban con fuerza al colchón de la cama. Eran apenas las seis de la mañana y su mujer dormía a su lado. Estaba empapado en sudor y resquebrajado por el desasosiego. Había estado soñando. Se levantó y se dirigió al salón para levantar con ansiedad la persiana. Allí estaba su coche. Era cierto, sólo había sido una pesadilla. Pero el cansancio de sus piernas no había desaparecido después del sueño, más al contrario, ahora le dolían y todo su cuerpo le pedía descanso.
1 comentario:
Ao passar por aqui desejo um bom fim de semana e convido a seguir o meu blog.http://ardegãopassadopresente.blogspot.com/
Um abraço.
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