Los días transcurrían eternizándose en la espera. José se impacientaba ante la ausencia de noticias de Micaela y los nervios le empezaban a pasar factura. Su alma intranquila no dejaba que el sueño acudiera cada noche y el cansancio hacía mella en su cuerpo. Prácticamente no comía, y el recuerdo de la última misión fracasada atormentaba sus pensamientos. No podía prever cuanto más duraría aquel sin vivir, aquella agonizante espera sin noticias de su familia y sin nuevas órdenes que entretuvieran su cabeza cavilosa. Una y otra vez le daba vueltas al sentido que tenían en su vida los acontecimientos por los que atravesaba, y se sentía más desdichado cuanto más reconocía que de ellos no era responsable; que como el resto, había sido arrastrado sin quererlo a aquella locura.
Al lado de su perra Berta se alejaba de las barricadas siempre que podía, buscando estar solo; de tal modo trataba de relajar su mente atormentada en compañía de quien creía entendía su dolor en silencio, sin buenos consejos ni comprensiones compasivas. Solos en la inmensidad del paisaje árido, casi desértico de las llanuras aragonesas, verdaderamente impresionantes de cielo y tierra, que le recordaban a las suyas de Castilla.
En sus cavilaciones nada más encontraba amargura y su carácter afable fue volviéndose introvertido y esquivo, hasta el punto de que evitaba todo contacto que no fuera estrictamente profesional, incluso con quienes habían sido sus mejores amigos hasta entonces. No dejaba de ocuparse de sus hombres, pero sólo desde el punto de vista de la supervivencia militar, lo cuál lo traía obsesionado; del resto de sus vidas parecía no preocuparse demasiado. Deseaba recibir pronto nuevas órdenes para otra misión y la espera lo impacientaba.
Una de las últimas tardes de verano, aún caluroso, sentado sobre una gran piedra mientras contemplaba el rastreo de Berta sobre las pajas de cereal y los terrenos perdidos que se abrían ladera abajo, intentaba sin conseguirlo poner orden a sus pensamientos. Sacó su petaca de tabaco y se lió un cigarro; después apuró un trago de aguardiente que guardaba en una pequeña botella metálica que tiempo atrás le regalara Sergio, y tras encender el cigarrillo y exhalar la primera bocanada de humo al atardecer, dejó escapar un ligero suspiro que dio una tregua a sus nervios afilados por la impaciencia.
- ¡ Maldita sea ! - se decía -. Los poderosos siempre encuentran la misma solución a sus desmanes, a su propia decadencia. Y siempre pagamos los mismos sus culpas. Primero nos explotan como si fuéramos un rebaño, y cuando les suponemos una carga, nos conducen al matadero a precio de saldo con tal de que no seamos el cubo roto por donde se escapen sus ganancias. Nos condenan a la incultura para poder manejarnos; a la miseria y el hambre para doblegar nuestro espíritu, y si no servimos ya para sus fines, desde la sinrazón y la ceguera nos acercan a la guerra para que nos degollemos entre nosotros. Ellos no son más fuertes, sobreviven a costa de nuestras necesidades, las cuales alientan y estimulan en nuestras mentes confusas, deliberadamente no preparadas. Eso es lo que les da su fuerza. Son como vampiros que se alimentan de nuestra sangre joven, de nuestra nobleza. Y aquí estamos de nuevo, devorándonos a nosotros mismos en tanto que ellos dirigen la carnicería. Inventaron y patentaron el dinero para apropiarse de todas las riquezas, que a todos nos corresponden y que han robado al mundo, al que realmente pertenecen. Otra vez nos han hecho creer que nuestra es la culpa y que sólo nosotros podemos arreglarlo, cuando de ellos son los desmanes, el lucro desmedido y las injusticias; y perdidos, hambrientos y desilusionados, nos lanzamos al vacío como demonios expulsados a una piara de cerdos.
¡Malditos, malditos sean ! ¡ Mas... espera; debo evitar que me desborde la cordura. Eso, eso es precisamente lo que pretenden, que como el resto me vuelva loco ! No, no lo conseguirán si no pierdo la calma, si estoy dispuesto a asumir que ésta, como cualquier otra etapa de mi vida y que nunca más sucederá, es importante para mí. Tengo que mantener a raya los nervios relajando mis pensamientos.
Berta subía hacia él ladera arriba con un gazapo en la boca, que orgullosa le entregó. Movía el rabo y aullaba feliz reclamando babeante una recompensa de José. Éste
sacó un trozo de "pasta" de piñones y almendras dorada al horno que había cogido de ranchería la noche anterior y que envolvió con cuidado en una servilleta para, como siempre, tener algo con que recompensar los buenos ratos de paz y aprendizaje que su amiga le otorgaba a diario, y se la dio. Después la acarició en el cuello y por debajo de sus orejas, lo cual la complacía sobremanera.
- Tu si que eres buena Berta, perrilla mía. Nunca me faltará tu afecto y tu generosidad. Tengo tanto, tanto que aprender de ti... Berta se inclinaba sobre sus piernas zalamera, buscando más caricias, y José respondía con afecto al cariño conque la perra se mostraba. Se subía sobre sus rodillas y le lamía las barbas y las orejas mientras él la acariciaba apretándola contra su cuerpo.
- Sí Berta, eres muy buena. Gracias por devolverme a la calma. Ya lo se, no cambiaré nada; sólo cambiaré yo si no contengo mis pasiones y mis miedos. Debo continuar como si nada hubiera aprendido, como si mañana fuera mi primera lección; sin dejarme sorprender como este conejillo que me has traído y con el que ha rebrotado mi apetito.
Cogió de nuevo la botellita para darse un trago de satisfacción, pero un último rayo de luz del sol que se ocultaba bajo las colinas a su espalda, le insinuó que la satisfacción no debe sofocarse - y menos en un trago - sino disfrutarla al máximo mientras se retiene dentro; como el destello instantáneo y fugaz de aquel rayo de luz que irremediablemente desaparecía tras las sombras.
En ese preciso instante se serenó definitivamente y respiró con profundidad para llenar sus pulmones compungidos por la ansiedad pasada. Después encendió la mecha de su
"mechero" de bolsillo dándole a su ruleta con la palma inclinada de la mano, soplando luego sobre aquella para avivar la brasa. Encendió el cigarro apagado, y tras dar un par de caladas distendidas, se levantó con el conejo de la mano que Berta le cazara. Ambos subieron animosos la colina.
Sergio lo esperaba para darle nuevas de retreta. Además tenía órdenes recién llegadas del cuartel general de Alcañiz que José esperaba desde hacía días.
Apareció decidido entre las sombras del crepúsculo, con el conejo de la mano y la perra a su lado. Sergio sonrío al verle, percibiendo en él un cambio que imaginó sería bueno para encajar lo que supondrían las nuevas órdenes.
- Buena caza José - le felicitó -. Te esperaba con impaciencia. Han llegado nuevas órdenes - y le entregó la carta que guardaba en su camisa.
- ¿Qué tal todo por aquí? ¿Alguna novedad? -. José abrió el sobre para leer el comunicado.
- Todo bien. Como siempre te he traído un poco de comida. Supuse que no pasarías a la cena y no te encuentro bien.
- Nada más lejos de la realidad. Me encuentro perfectamente, y hoy si que traigo hambre. Quiero que lleves esto al ranchero para que me lo prepare ahora mismo junto a una botella de vino. Mientras iré mirando los detalles de las órdenes recibidas. Estaré en el puesto de mando. Regresa pronto, estudiaremos juntos la jugada. ¿De acuerdo?
José se sentó, con Berta como siempre a su lado, en el parapeto de la trinchera que les servía de refugio. Sobre la pequeña mesa que utilizaba como escritorio y comedor extendió el comunicado con los planos topográficos de la zona donde se desarrollaría su nueva misión. Miró con nostalgia al otro lado, entre las ranuras de los sacos de tierra y las piedras que servían de muro de contención. Ya se había acostumbrado a aquellos hombres, que ahora comprendía como a hermanos levantados uno contra el otro y que estaban condenados a reconciliarse. Sentía cierta pena por todo lo ocurrido en el fondo del barranco. Por los hombres perdidos y por los no recuperados, igual que por los otros, que murieron también por nada; por defender una matanza que se cernía a sus espaldas y que seguro tampoco deseaban.
Pero la realidad retornaba en los planos. La acción lo reclamaba y pronto entraría con sus hombres en combate. Fuentes de Ebro era el objetivo, un pequeño pueblo de no más de quinientos habitantes enclavado en el discurso del Ebro a escasos treinta kilómetros de Zaragoza en dirección sureste.
Tendrían que atravesar el extenso macizo calcáreo hacia el este, hasta enlazar con el siguiente frente atrincherado antes de llegar a Fuentes, a unos veinte kilómetros de donde se encontraban; por Roden.
Los esperaban con urgencia. Una ofensiva con tanques apoyada por la XV brigada internacional de "Walter" intentaba abrir brecha en ese punto, por lo que deberían hacer el camino de noche, evitando el menor ruido posible a su salida para no alertar demasiado a las tropas destacadas frente a ellos.
Se lió otro cigarro y llenó de café su taza de metal porcelanado. Casi se quemó cuando fue a agarrar la cafetera, no le había parecido tan caliente al tratar de sacarla de las cenizas, aparentemente apagadas, que la tapaban parcialmente desde su base. Vendó con un pañuelo la mano y se lamentó de que fuera la derecha, pues le molestaría cuando empuñara su pistola.
¡Señor! - Se presentó Vázquez -. Buenas noches mi capitán. Le di las órdenes recibidas al sargento Huertas para que se las entregase. ¿Me necesita señor?
- Vaya acostumbrándose, teniente, a la confianza entre nosotros; es importante. ¿ Si no confiamos en nosotros mismos, en quien hacerlo ? Debería haber sido usted quien me entregara las órdenes.
Hizo una pausa, y después cambió el tono totalmente para tratar a su subordinado de forma diferente, como nunca antes lo había hecho:
- Pero siéntate camarada, debemos estar en perfecta coordinación. Échale un vistazo a estos planos, tomaremos dirección este. Trata de encontrar la mejor ruta para tus piezas ligeras. Lo debatiremos y nuestros hombres seguirán por donde se decida. Ten en cuenta las dificultades del relieve y la distancia, que nos permita en todo momento estar fuera del alcance de su fuego artillero. No podemos estancarnos por suelo imprevisto o un mal cálculo de sus posiciones...
¿Quieres un café caliente? Saldremos esta noche.
- ¡ Esta noche ! No tenemos el tiempo suficiente para planificarlo y hay por delante dieciocho o veinte kilómetros de travesía.
- Bueno, ¿quieres el café, o prefieres seguir lamentándote?
- Sí, sí; quiero ese puto café.
- Pero relájate - dijo José -, aún no he cenado -. Y dejó correr una buena sonrisa pretendiendo la complicidad y camaradería de Vázquez. Necesitaba más que nunca que su equipo de hombres estuviera sincronizado como un reloj suizo, unido como una piña recién tirada al suelo.
- A sus órdenes mi capitán -. Se presentó Sergio.
- Déjate de formalidades y dime, ¿donde está el conejo?
- Me ha dicho el ranchero que ya lo tiene limpio, ¿qué cómo lo quieres?
- Haciéndote el gracioso ¿no? Te dije que tenía hambre.
- Me has dicho que me olvide de formalidades.
- Pretendía que lo comiéramos aquí los tres. Tiene que ser tierno y sabroso - dijo José -.
- Y yo que te relajes - replicó Sergio -, vendrá pronto con él. Lo está guisando en "moje colorao".
- Cojonudo; Como lo hace mi madre..
- Además, dos botellas de "claretillo" de la parte de Cariñena. ¡ Ah ! Yo he traído los puros -. Desenvolvió la servilleta que los contenía y en la mesa aparecieron media docena de puros.
- ¡Joder, no se si tendremos tiempo! Son demasiado grandes -. Dijo Vázquez.
- No te agobies como siempre Vázquez - le soltó José -, nos los fumaremos sobre la marcha -. Los tres se echaron a reír.
- ¿ Ya conoces las noticias Sergio ? -. Le preguntó el teniente Vázquez.
- No, pero ya estaba deseando moverme de aquí. Los hombres se aburren y eso los corroe por dentro. Dice el ranchero que está harto de echar de su tienda a soldados que le piden más brandy. Quieren estar borrachos antes de derrochar su tiempo en una espera tan deprimente. No se entienden demasiado bien con los italianos y a la mínima levantan chispas.
- Pues vete preparándote, tu querido amigo, el capitán, dice que saldremos esta noche -. Le explicó Vázquez.
- No te preocupes, los hombres estarán preparados. Tienes que creer en sus posibilidades -. Le dijo Sergio.
- Ya, si lo creo; pero el trecho es largo para una noche, son casi veinte kilómetros.
- Bueno Vázquez - dijo José -, creo que tendrás ya definida la ruta.
- José, camarada, pero si no me has dado ni tiempo.
- Así no vamos a ninguna parte; creo que necesitas un trago. ¡Sergio, saca tu petaca; la mía está seca!
- ¡A sus órdenes mi capitán! - contestó Sergio - que no pudo menos que soltar una sonora carcajada que se unió a la de José, socarrona y efusiva. Tras la distensión de la burla y una vez que terminaron de reír, José continuó:
- Nos dirigiremos al Este algo más de veinte kilómetros en linea recta sobre el macizo, a Fuentes de Ebro. Entraremos directamente en acción. Vázquez está estudiando esos planos, ya veremos cuales son los obstáculos más importantes.
- No podemos utilizar una linea recta sin meternos en su área de tiro y sin romper sus defensas. El frente no es una linea recta hacia el este. Sería un suicidio probablemente -. Argumentó Vázquez.
- No tenemos tiempo - dijo José -; de otro modo llegaríamos demasiado tarde. Y confían en que lo consigamos.
- Una compañía entera es imposible que pase desapercibida, sin ser vista; aunque sea bajo la oscuridad de la noche -. Insistió el teniente.
- ¿Y por qué hemos de ser vistos si nos ayudamos de la oscuridad y las sombras? La guerra no consiste sólo en matar y pegar tiros, en destruir. El reto siempre está en tener el menor número de perdidas, y para ello es la estrategia. No se trata únicamente de atacar o defender, evitar el enfrentamiento en condiciones desfavorables es tan importante como que el enemigo no conozca tus posiciones, pues no sabrá nunca por donde ni cuándo le vas a atacar; y para ello lo más importante es que piense que te encuentras en un punto donde realmente no estás. Utilizaremos el camuflaje y la distracción, y haremos que vean y oigan lo que nosotros queramos.
El frente se rompe aquí, aquí y aquí, a poco de Roden - indicó José sobre el plano -; coincide con nuestras coordenadas de destino. Sólo una cota de 260 metros nos separa de ese punto, la cuál tendremos que superar con astucia y audacia. Disponen de artillería y defensa contra carros. El resto es tierra de nadie. Salvando un par de inconvenientes, que es lo que espero que Vázquez nos detalle, pan comido.
- ¡Joder ! Lo has expuesto de maravilla José - interrumpió Sergio -. Supongo que nos contarás tu táctica para no ser vistos, si no, será imposible superar esa cota.
- Todo a su tiempo - continuó José -; ahora tendremos que enfrentarnos a estos suculentos manjares que Ángel nos trae -. En ese momento entraba por la puerta el ranchero con su guiso de conejo de monte y dos botellas de vino.
- ¡Mejor no puede oler! - observó Sergio -. ¡Joder Ángel macho, hoy te has esmerado!
- Todo por nuestro capitán, que necesita comer bien. Se está quedando delgado. Se alimenta más de líquidos que otra cosa, y eso no puede ser bueno.
- No exageres Ángel, que también me alimento, sólo que a mi manera. Anda, siéntate con nosotros, a algo tocaremos .
El ranchero sacó de entre su mandil una cuña de queso de oveja curado y lo colocó también encima de la mesa diciendo:
- No, yo no me quedo. Tengo aún que recoger la cocina. Se haría tarde.
- Bueno, otra vez será; tal vez tengas razón; nos vamos esta misma noche. Vete levantando tienda y recogiendo equipaje. Seremos breves - le dijo José -. Pero antes abre esa botella y brinda con nosotros.
El cocinero abrió la primera botella, y tras servir en los vasos brindaron por la buena marcha de la larga noche que les esperaba.
- Y reserva doble cantidad de brandy para los hombres; lo van a necesitar.
Tras la marcha del ranchero los tres quedaron degustando el escaso y exquisito plato que aquel les preparara. El vino era de primera, al fresco de la noche entraba de maravilla y calentaba sus corazones algo aletargados por lo inesperado y repentino de aquella misión. José escurrió los últimos vasos de la segunda botella y mirando para su puro, dijo:
- ¡Buenos puros, si señor! Quizás nos duren toda la noche. Nos van a venir bien y no sólo para calentar nuestro aliento.
Sergio: tendrás que preparar a los hombres. Necesitaremos un grupo que se dedique a recoger y hacer manojos de escoba, de retama o Jara, cualquier cosa que arda bien y con la que podamos confeccionar antorchas. Se encargarán de prepararlo sobre la marcha, aprovechando lo que nos otorgue el terreno en cada sitio.
Vázquez: necesito que tus hombres camuflen bien su material. Intentaremos pasar inadvertidos, pero necesito un señuelo. Deberán encontrar también el modo de que sus piezas se multipliquen a la vista del enemigo. ¿Me comprendes, no? Nos serán tan valiosas las que no existan como las de verdad.
Quiero orden, agilidad, y el más absoluto silencio. No deben sospechar nada, por lo que aprovecharemos esta baza de salida. El brandy llegará más tarde. Al más mínimo problema o contratiempo quiero estar informado. El armamento preparado y listo para entrar en combate y los cargadores con la munición disponibles en todo momento. ¡En marcha caballeros!
Los dos hombres abandonaron el refugio y José empezó a recoger su equipaje. Berta miraba cada uno de sus movimientos y parecía como si comprendiera lo que pasaba por su mente cuando se paraba y oteaba al otro lado entre los huecos de la barricada, hacia aquellos hombres que abandonaba y que tras semanas de hostil enfrentamiento ahora sentía como hermanos; seres queridos, lejanos en la distancia del tiempo y con quienes un día quisiera reiniciar la relación perdida, sin rencor.
Pero los sentimientos empezaban a quedar en un plano secundario en su cabeza, pues sabía que la sinrazón lo exigía; de otro modo sería imposible no volverse loco antes de comenzar una nueva misión donde la muerte sería compañera inseparable y el tiempo la cuerda que estrangularía su respiración.
Cuando terminó de recoger todas sus cosas desenfundó su pistola para comprobar el estado en que se encontraba y la munición. Tiró para atrás el carro y dejó cargada la recámara. Después puso de nuevo el seguro y la volvió a enfundar. Salió entonces fuera, con Berta siguiéndole los pasos. Comenzó a caminar barricada abajo para ver a sus hombres y comprobar su estado de ánimo. Cuando llegó a la mitad del recorrido, entre un grupo de hombres numeroso, paró y se dirigió a ellos de la siguiente manera:
- Soldados: me ha comunicado el oficial ranchero que os aburrís demasiado y que con el brandy de todos los días no llega para cubrir vuestras necesidades. Tendréis hoy ración doble y un buen café caliente y bien cargado. Desde ahora se acabó el sueño hasta nueva orden. Necesito de vosotros lo mejor; la noche va a ser larga, y espero fructífera, si sabemos comportarnos. Tendremos delante de nosotros siempre su sombra, la cuál aprovecharemos para no ser vistos. Sólo una ligera colina nos separa de nuestro destino y os necesito vivos a todos, pues ella no es el objetivo. He dado instrucciones a los oficiales, pero sin vuestra colaboración, sin vuestra capacidad de sacrificio y vuestra valía, no conseguiremos nada. Nada son las ideas sin la fuerza que pueda desarrollarlas, y vosotros sois ahora esa fuerza. Yo estaré el primero a vuestro lado, seguidme sin dudar. Todos dependemos de todos. No quiero individualidades, si no son para sacar a nuestros compañeros de una muerte segura. Aténganse a las órdenes de sus superiores y todo saldrá bien. El silencio primero, y después el ruido, serán nuestros aliados; ténganlo en cuenta.
Siento mucho que comience el "Ramadam", pero por hoy no habrá fiesta. Apuren sus pipas de "kif" y sus licores, pronto nos pondremos en marcha.
José reunió de nuevo a sus oficiales para darles las últimas instrucciones mientras la tropa se preparaba para partir. Tomás paso a despedirse y lo hizo con un largo abrazo a su amigo, de quien se separó obligado por éste, que prometió volver a verle pronto, pues le reclamaría para que en adelante estuviera siempre a su lado.
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