El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

domingo, 29 de mayo de 2011

Un hombre que amaba los animales. Cap 40





Era la primera batalla librada entre los dos y José, en lo más hondo de su corazón, sentía que había sido vencido por su adversario.
Pesaba sobre él la responsabilidad por las muertes de aquellos hombres, la cuales sentía aunque la impunidad que permitía el caos de la guerra permitiese mirar para otro lado. Compartía por ello la misma culpa que "el Fortu", pero intuía que el suyo era un sufrimiento mayor, pues estaba seguro que aquel a quien conocía sobradamente no se sentía responsable en absoluto.
La guerra era todo aquello y mucho más, no sólo se decidía en los campos de batalla, que permitían que los hombres muriesen legalmente combatiendo por una causa, la lucha se desarrollaba desde todos los ángulos y en todas las direcciones.

Reflexionaba sobre lo que se estaba convirtiendo su vida. Si conseguía aislar por un momento el presente de sus pensamientos para tratar de vislumbrar su persona en el futuro, cuando todo hubiese acabado, veía un hombre sombrío y atormentado, marcado por el color de la muerte. Nunca más volvería a confiar en nadie, solamente lo haría en sus instintos e intereses personales, que serían precisamente aquellos que no le aconsejaran los demás. Su confianza en el género humano se había resentido hasta el extremo de pensar que los conflictos nunca tendrían solución debido al carácter inconformista y vanidoso de los hombres, que restaban fuerza al resto de sus valores impidiendo su realización plena.
Amaba con fuerza a todos los animales y anhelaba su espíritu, nada más preocupado que del momento presente para sobrevivir al siguiente; observando  y acatando siempre  las mismas reglas, reglas iguales para todos.
Creía profundamente que los hombres confundían todo con su manía de dividir el tiempo tridimensionalmente, lo que provocaba que viviesen en una auténtica confusión que los conducía siempre a catástrofes inducidas por sus ansiedades e insatisfacciones, y que nada tenían que ver con el orden natural que regía al resto de las especies.
Los animales vivían linealmente en el tiempo, mientras los hombres trataban de alargar el suyo entre el recuerdo y la imaginación.


Después de tales pensamientos su mente caía en una enorme depresión que daba la vuelta a su concepción de las cosas y  le provocaba un gran sentimiento de debilidad. 
Veía ahora a los hombres como al resto de las especies, esclavos del orden natural; un orden que contenía en sí mismo el tiempo y el espacio que limitaban sus acciones, sus sentimientos, sin que nada pudieran hacer para variarlo. Los animales también luchaban por sobrevivir y estaban sujetos a un destino incierto. También se devoraban entre ellos para prevalecer unos sobre otros; era la misma ley salvaje la que regía para todas las cosas y a la cual nada escapaba.


El odio y el resentimiento por lo sucedido excitaba su corazón y en todo el cuerpo sentía cómo le hervía la sangre al correr frenética por las venas. Era ese mismo odio el que mantenía a su alma en guerra constante contra lo que él era y representaba para los demás, y actuaba como un revulsivo que le devolvía al presente y recuperaba su voluntad de las simas de la duda.


De pronto se rehízo estirando su figura, y repeinando para atrás su pelo descuidado miró al frente para despertar la vista del cansancio de sus ojos. Siempre que se encontraba solo en aquel estado terminaba doblado, con los codos clavados en las rodillas y la cabeza hundida entre las manos.
Se levantó y se sirvió un café. Mientras lo hacía encontró su rostro en el espejo colgado por encima del palanganero de la habitación que ocupaba en aquel momento, única que se mantenía en pie de todo un bloque de vecinos. Se acercó y observó con detenimiento su rostro demacrado por la delgadez, el maldito parche en el ojo y la barba sucia, alargada, que mas que fiereza trasmitía lástima. Apenas se reconocía ya desde que comenzara la guerra. Trataba de imaginar la impresión que causaría en Micaela verle en aquel estado, y todo le decía que sería decepcionante e inesperado, tal vez repulsivo. Aquella imagen la había labrado sobre la roca que significaba para él la complicidad con sus hombres, viviendo a su lado de la misma manera, al mismo tiempo; respirando a su lado el polvo y el sudor, sintiendo como ellos el frío y el calor. Pero ahora, frente al espejo, veía a alguien que no le gustaba, un ser sucio y sombrío que empezaba a infundir recelo a su propia persona corriendo el riesgo de trasmitir a los suyos la misma impresión.






Se quitó el parche del ojo y observó detenidamente el daño causado: nunca volvería a ver bien con él. Había quedado totalmente saltado, de manera que parecía que miraba siempre para otro lado. Aún así decidió no volver a taparlo, a pesar de su fealdad le gustaba más que el parche de cuero, y al fin y al cabo no dejaba de ser suyo. Del mismo modo que el resto de sus defectos, lo aceptaría sin prejuicios.
Llamó a Sergio para pedirle ropa limpia y mandarle que buscara al barbero de la compañía, pues quería que afeitase su barba y le cortara el pelo.




La derrota en Teruel, que causó al ejército republicano una ingente cantidad de bajas y de material irrecuperables, y que provocó la desmoralización general en sus combatientes, originaría a su vez una lucha intestina por su control que terminaría afectando al estamento político de la República. Indalecio Prieto, ministro de defensa en aquel momento, sería puesto contra las cuerdas por sus socios comunistas en el gobierno.


Indalecio Prieto Tuero era uno de los principales protagonistas de la guerra, estaba metido en lo más hondo de su génesis y a punto de perder el control de unos acontecimientos que él mismo había inducido, preparado y pronosticado, y que terminarían con su carrera política. Su caída significaría el derrumbe del Partido Socialista Obrero Español y el control del gobierno de Juan Negrín por sus socios comunistas.
Prieto nació en Oviedo en abril de 1883, pero emigraría muy joven a Bilbao adquiriendo su formación en un colegio religioso protestante. Su condición humilde le llevaría a trabajar en los más diversos oficios para poder subsistir, y pronto entraría en contacto con los socialistas, lo que en 1889 le llevaría a engrosar las filas de la Agrupación Socialista de Bilbao.
Comienza su carrera profesional como taquígrafo en La Voz de Vizcaya y pronto se convierte en periodista; pasará después a trabajar en la redacción de El Liberal, del que será director y propietario en 1932 y que utilizará a partir de entonces para pregonar su ideario político. Como agente activo de la UGT participa en la organización de la huelga general de 1917, que es duramente reprimida por el gobierno y que termina con la detención de todos sus dirigentes en Madrid; él consigue huir a Francia para regresar en abril de 1918 al ser elegido diputado por Bilbao. 
En 1921 se convierte en miembro de la ejecutiva del PSOE.
Durante la dictadura de Primo de Rivera se opone a la corriente de opinión mayoritaria de su partido, que impulsada por Largo caballero defiende la opción colaboracionista con el gobierno, por lo que temporalmente se aparta del juego político hasta que en 1930 firma esta vez, junto a su correligionario político y el resto de fuerzas republicanas, el Pacto de San Sebastián para derrocar a la monarquía de Alfonso XIII.
En diciembre de ese mismo año se produce la sublevación militar de Jaca, que proclama la república frente a la llamada "dictablanda" del gobierno del general Berenguer, que aunque fracasa, siendo fusilados a los pocos día sus principales protagonistas - los capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández -, supone un balón de gas para las aspiraciones republicanas. De nuevo Prieto se exilia en Francia para regresar en 1931 cuando es proclamada la República tras las elecciones municipales de abril, donde la coalición republicana gana en las principales jurisdicciones de provincia (Madrid, Barcelona y Valencia). Entonces es elegido Ministro de Hacienda en el primer gobierno de de la República, con Niceto Alcalá Zamora como presidente.







Tres años más tarde Prieto presionará al presidente para forzar su dimisión por las consecuencias políticas derivadas del escándalo del "estraperlo", un caso de corrupción y estafa en el mundo del juego donde se vio implicado directamente el mismo jefe del gobierno en aquel momento, Alejandro Lerroux, del Partido Radical Republicano, y que supuso para este partido su hecatombe final.
Prieto preparaba por entonces la "revolución de octubre" en Oviedo, que desde París vería fracasar tras una cruenta represión de las fuerzas gubernamentales.
Retorna a España con el triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936. Él por el PSOE, y Azaña por Izquierda Republicana, habían sido sus principales impulsores, aunque sin la adhesión del voto anarquista no hubieran conseguido su triunfo en las urnas.
Tras la destitución de Alcalá Zamora, Azaña asume la presidencia del gobierno e intenta un pacto con el PSOE favorecido por Prieto, que representaba el ala moderada del partido, pero debido a la falta de entendimiento con el sector más a la izquierda de Largo Caballero, el PSOE decide no participar en el gobierno. En septiembre de 1936, tras estallar la guerra civil y después de varios gobiernos moderados de Izquierda Republicana, Prieto llega al gobierno de la mano de Largo Caballero para ocupar la cartera de Marina y Aire. El nuevo gobierno de Largo Caballero incorporó a los anarquistas de la CNT en varias de sus carteras ministeriales, lo que posteriormente sería aprovechado por Indalecio Prieto para hacerle responsable de los sucesos de mayo del 37 en Barcelona y la posterior ilegalización del POUM y la revolución social anarquista, que conduciría a la dimisión de Largo Caballero y la entrada en el ejecutivo de Juan Negrín como jefe del gabinete apoyado por el PCE; Prieto logra la cartera recién creada de Defensa.








En aquellos momentos todas las miradas estaban puestas en el que fuera una de las plumas más sobresalientes del periodismo español de la época, que desde el poder que le proporcionaba su atalaya pública, había accedido a la política conspirando en cada momento para conseguir sus fines, y que ahora era responsable del desastre del ejército republicano en Teruel.
Aquel brillante, arrogante orador que encandilaba a las masas con sus radicales discursos a pesar de su imagen gruesa, opulenta y fanfarrona, estaba demasiado implicado en el origen de la guerra fratricida que se desarrollaba. El asesinato de Calvo Sotelo - diputado monárquico - por hombres afines a Prieto, fue uno de los detonantes de la contienda, pero de todos era conocido su lenguaje beligerante y violento. En cierta ocasión encañonó con su pistola a un diputado de la CEDA en una votación en el parlamento que provocó un serio altercado. Al ser interpelado por el presidente de la cámara, se justificó diciendo que sólo había respondido a la intimidación del diputado, al que creyó ver sacar un arma.


Ahora la situación de los frentes reflejaban la marea que se cernía sobre el gobierno de Negrín, que se vería obligado a inclinarse más sobre las tesis comunistas, permitiendo que el PSOE sufriera una fuerte desmembración.



No hay comentarios: