-Oye Sergio - le dijo José cuando salían del salón de la casa de citas donde habían terminado la noche -. ¿Tú conoces a ese brigada legionario?
-¿Por qué me lo preguntas?
-No me seas gallego; he preguntado yo primero.
-¡Joder macho! ¿No puedes olvidarte por un tiempo de esa obsesión? No, no le conozco.
-Me fijé en su distintivo; pertenece a la IV bandera del segundo tercio Duque de Alba, de Ceuta - replicó José ; pensé que podías conocerlo.
-Pues no, no lo conozco - afirmó Sergio -; no lo había visto antes.
-Estoy seguro que conoce a mi paisano. No se la relación que mantiene en este asunto, pero creo que se han visto recientemente y que sabe donde está destinada la compañía de Fortu.
-Bueno, ¿y qué más da? ¡Que el diablo se lo lleve! Olvídate de una vez.
-No puedo Sergio. Se la tengo jurada y no descansaré hasta que le vea donde debe estar, que es en el...- Y se mordió la lengua para no decir la última palabra.
-Puedo localizar a ese brigada e intentar que tengáis un encuentro - le dijo Sergio -; pero olvídate ahora de ello, por favor. A ver, cuéntame como te ha ido.
-Bueno, ya sabes, te he esperado pacientemente sin dar guerra; me he tomado un par de copas con Berta a mi lado y he mantenido una divertida conversación con dos lindas señoritas.
-¡Pero bueno, yo creía que... Es imposible contigo! - Le dijo Sergio -. ¿No será que estás aún sin estrenar y te da vergüenza? Porque entonces...
-No, nada de eso Sergio; pero lo que siento por Micaela impide que pueda dar mi amor a otra mujer.
-¡Vah, tonterías! ¿Que coño tiene que ver eso con disfrutar un poco de la naturaleza femenina? ¿Por qué tienes que ser tan estricto con las cosas? Estamos muy lejos de casa, sufrimos como canallas y no sabemos cuando desapareceremos. ¿Es que no se puede perdonar un pequeño desahogo?
-Yo no he dicho nada de eso - le contestó José.
-Bueno, pero eres un hombre. Como todo el mundo sentirás ganas de una mujer de vez en cuando.
-Pues claro, no estoy ciego ni "cojo" - los dos se rieron de la indirecta -; pero me aguanto. Y si la cabeza se calienta, para eso tengo aún las dos manos.
-¡Joder macho, cómo eres! Jamás he visto un tipo más frío.
-Si fuéramos todos como tú, Sergio, la tierra se recalentaría demasiado. Está todo calculado.. - Ambos rieron de nuevo -. Bueno, te tomo la palabra: quiero que localices a ese brigada y que me consigas con él una cita. Pero no lo demores demasiado, presiento que pararemos aquí poco tiempo. Mañana Franco llegará para pasar revista a las tropas, quiere pisar la arena del Mediterráneo con sus botas. Tenemos todo el día de hoy para iniciar los preparativos de la visita. Mañana al mediodía está prevista su llegada. La tropa deberá estar a punto para entonces y bien formada. Quiero la mejor compostura de nuestros hombres y el armamento reluciente. La próxima noche quedan suspendidas las salidas del campamento, no quiero rezagados.
Llegaron al asentamiento con las primeras luces del alba. Todo se mantenía en un pulcro silencio. El "gigante" que ocupaba la playa hasta donde se perdía la vista, permanecía dormido aún. Las tímidas luces, que como un manto de velas encendidas delimitaban el cuerpo de aquel ejército, permitían distinguirlo de lejos.
Entraron en la tienda buscando café caliente, el cual hallaron sobre la vieja estufa de carbón que aún mantenía el rescoldo de la última carga.
-¿Dónde crees que nos mandarán ahora José? - Preguntó Sergio.
-No lo se. Lo más lógico sería presionar en el frente catalán y alcanzar Barcelona - le contestó José -; pero mucho me temo que Franco quiere seguir con una guerra de desgaste mientras Francia mantenga cerrada su frontera.
-Eso tengo entendido -. Dijo Vázquez, que entraba en esos momentos.
-¡Hombre Vázquez ! ¿Cómo se ha dado la noche?
-Como siempre - se jactó -. Os he traído unos puros para los dos; y para ti José, esta pipa de tabaco. ¿Qué te parece?¿A que es divina, eh?
Era una "pipa"con cazoleta de espuma de mar, anillo de plata y boquilla de nácar. La cazoleta representaba un cazador y su perro junto a la caza cobrada; era una auténtica maravilla de origen turco.
-¿A quien se la ganaste? - le preguntó José.
-El legionario no tuvo suficiente con este trozo de metal y tuvo que empeñar lo último de valor que le quedaba.
Vázquez había sacado de uno de sus bolsos la plancha de oro que el brigada de la Legión había empeñado en la partida y la mantenía en la palma de la mano.
-Déjame verla un momento - le pidió José -. Vázquez se la dejó y José comenzó a examinarla. Tenía la misma forma y prácticamente el mismo peso que la que él entregara a su coronel en Fuentes de Ebro. La inscripción estaba casi borrada en su totalidad, como si la hubieran raspado con un cuchillo, pero José estaba seguro de que ambas piezas habían salido del mismo sitio y que posiblemente no fueran las únicas.
-¿Qué pasa José, habías visto antes algo parecido? - Sergio y José se miraron por un momento sin decir nada.
-No - contestó José -, nunca había visto nada igual -. Y se la dio de nuevo a Vázquez.
-Bueno - dijo Sergio -, cuéntanos de que te has enterado por ahí -. Vázquez devolvió al bolsillo la plancha de oro y contestó:
-Creo que Yagüe ha sido suspendido temporalmente de sus funciones por discrepar y criticar la estrategia del "jefe". Han parado su avance sobre Barcelona. Franco ha decidido atacar Valencia.
-Ya te lo decía yo Sergio - dijo José -. Tal concentración de efectivos aquí no podía significar otra cosa.
-Se rumorea que la ofensiva sobre Valencia es inminente y que con su presencia aquí mañana, el "Caudillo" sólo trata de reafirmar su posición y ultimar con sus generales todos los detalles de la operación - continuó Vázquez -. Parece que se han producido graves tensiones en el Estado Mayor. Los alemanes han desaconsejado la ofensiva; en su opinión es un error ir contra Valencia teniendo Barcelona al alcance de su mano. Nadie sabe que coño se le ha metido ahora en la cabeza al gallego, pero después de lo de Yagüe, ya nadie más osa contrariarle.
-Joder con "Paquiño" - intervino Sergio -, tiene la cabeza pequeña pero dura.
-Nuestros hombres irán donde les manden - comentó José -; están llenos de euforia y aún saborean el último triunfo, pero no me gusta la idea. Valencia es ahora la capital, y de la experiencia de Madrid habrán tomado buena nota.
-Si los alemanes han desaconsejado la operación es porque tienen información fiable - dijo Sergio -; su servicio de información está resultando hasta ahora infalible.
-Lo que te decía Sergio, le importa una mierda cuantos tengamos que morir si con ello consigue debilitar más al ejército republicano. Está aprovechando la neutralidad de Francia para apretar con fuerza el cuello de la República - concluyó José -. Pero ahora señores, eso no nos incumbe; nos espera la tropa y queda todo un largo día por delante. Ah, por cierto Vázquez, es una pipa fabulosa, gracias por acordarte de mí. Lo malo será encontrar tabaco para ella.
-Sabía que lo dirías - le contestó Vázquez -, pero aún no te había dado todo -. Y sacó una pequeña caja de madera forrada en fina piel y una "petaca" de cuero llena de tabaco.
-¡Joder Vázquez, vaya un detalle! - Comentó Sergio -.
-Te lo agradezco de verdad camarada - le comunicó José a Vázquez -. Espero que no tengas que explicarme ahora como se usa.
-Eso si que no, nunca he fumado en pipa.
-Hay que apretar bien el tabaco, ni mucho ni poco, y encenderla lenta y pausadamente - dijo Sergio -, sin tragar el humo.
-Como sabes tú eso - le preguntó José.
-Mi padre fumaba en pipa. En casa hay toda una colección - le contestó Sergio -. Dejó alguna similar, pero como ésta no había visto ninguna; tiene que valer un "güevo".
-No tuvo suficiente con ella el brigada para su última apuesta. Todavía está en deuda conmigo - explicó Vázquez.
-¿Sabes donde está destacada su compañía? - Le pregunto José.
-Sí; a poca distancia de Benicarló, en su término municipal. Me aseguré bien de su paradero, me debe una suma nada despreciable.
-Dala por cobrada - intervino Sergio -. Los tipos como él muestran una gran fachada, pero no suelen cumplir su palabra.
-No te preocupes por ello - dijo José -; yo me encargaré de que eso no suceda.
Sonó entonces el"toque de diana", que en el ejército es como el canto del gallo en el gallinero, y el gigante dormido poco a poco comenzó a desperezarse.
Franco disponía ahora de un impresionante ejército - casi un millón de soldados -; una máquina perfectamente engrasada por la moral elevada que proporcionaban las victorias que se sucedían una tras otra, sin dar motivo al desaliento.
Sus socios europeos pagaban bien la oportunidad que España les brindaba para controlar por el sur la entrada al continente, cualidad que suponía la posibilidad de dominar el tráfico marítimo en el Mediterráneo, algo que la Italia fascista de Mussolini pretendía desde la "campaña de Eritrea", cuando se anexionó Etiopía. Por aquel entonces era la marina mercante y de guerra inglesas quienes controlaban ese tráfico desde Gibraltar a Alejandría, y desde allí a todo el Asia menor y el África occidental a través del Canal de Suez. Desde 1875, tras comprar al gobierno egipcio - por entonces sumido en una grave crisis económica - el paquete de acciones del canal, Inglaterra aseguraba el tránsito de sus mercantes por él para enlazar con su colonia más rica, la India.
El resto del mundo suponía por entonces un gigantesco tablero colonial para las potencias europeas, los Estados Unidos y el Japón. África se encontraba dividida a golpe de escuadra y cartabón, y los procesos de independencia de sus estados controlados a merced de los intereses de estos países. Rusia hacía lo propio con los estados bálticos extendiendo también sus tentáculos sobre los países vecinos del sur.
En España se jugaban el devenir de los acontecimientos que se sucederían después y que incendiarían de nuevo el mundo con la guerra, y Franco era consciente de la encrucijada en la que se encontraba. Ir sobre Valencia suponía para los intereses de Alemania un retraso de su estrategia, pero no quería suscitar recelo alguno sobre Inglaterra y sus socios en América; sabía que cuando terminase la guerra en España, ésta no podría nutrirse de sus paneras vacías, y que el trigo americano sería básico para soportar la dura posguerra que vendría luego. Inglaterra aseguraba este suministro al no boicotear con sus barcos de guerra los convoyes procedentes del nuevo mundo; además, igual que la vecina Francia, le estaba siguiendo el juego con su no intervención en el conflicto.
Quizás, entre otras, éstas eran las razones de peso que condicionaban su decisión de atacar Valencia, algo que sus generales no contemplaban por el deseo de terminar cuanto antes la guerra; más el astuto "Caudillo" sabía que la guerra no terminaría en España, y no quería arrastrar a ésta a una posible derrota por servir a otros intereses después de la sangre vertida ya entre hermanos. España había sido la primera potencia colonial en caerse del sistema, pero no sería la primera víctima del nuevo orden internacional que resultara del gran conflicto que se preparaba con minuciosa precisión.
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