- ¿Quien ha llamado? - Preguntó a su hijo mayor, que le contestó un poco por obligación y un tanto confundido, pues aquella llamada no le encajaba como casual .
- Se ha equivocado; preguntaba por Don Antonio González. Le he dicho muy educadamente que aquí sólo vive Don Miguel González; ningún Antonio González.
Repentinamente se encendió una luz en su cabeza; volvió a preguntar:
- ¿Te dio el segundo apellido?
Su hijo se quedó meditabundo por un instante y luego respondió:
- Sí. Antonio González... Alonso. Estoy seguro, Alonso era el segundo apellido, sí.
- ¡Joder! - Dijo. - Antonio González Alonso se llamaba mi padre. Sí, tu abuelo. ¿No te acuerdas del abuelo?
- ¿Cómo iba a imaginarme que se trataba del abuelo? - replicó un poco consternado el hijo. - Murió hace más de diez o doce años. ¿Quien puede preguntar ahora por alguien que no vive desde hace tanto tiempo?
- No tiene importancia - continuó el padre -; creo que se el motivo de esa llamada. Que lo intenten de nuevo. Pero a ti, que no se te olvide jamás: "la vida se prolonga por encima de la muerte pasajera". Hoy cesó la última decisión del abuelo, que ayer yo dejé de pagar. Siéntate y escucha:
- Desde que tuve consciencia oí en casa la misma discusión entre mis padres. Era un enfrentamiento menor, que se repetía año tras año toda vez que el carácter derrochador de mi madre se veía obligado a tapar algún desliz en la economía, el cual mi padre destapaba, sin pretenderlo siquiera, por una simple pregunta en una tarde de domingo cualquiera, sentados a la mesa camilla frente al televisor.
Era, como digo, una discusión menor entre ellos, pues hasta el año siguiente no volvería a repetirse y les daba tiempo a digerirla; pero en ella yo podía distinguir perfectamente la diferencia de caracteres y de personalidades de mis padres, unidos durante tanto tiempo aún siendo tan opuestos.
Todo comenzaba de la forma mas trivial:
- ¿No ha pasado esta semana el "pesquero"? Hace tiempo que no comemos pulpo. - Mi madre callaba mientras miraba el programa de "sobremesa" de la televisión.
- Y a mí me gusta comer pulpo; ahora es su tiempo - decía el abuelo -. Las personas, antes, tenían una sabiduría natural de las cosas, no como ahora, que con las fechas de caducidad nos volvemos locos. Claro, después es así, que el cuarenta por ciento de los productos elaborados se van a la basura sin consumir.
Bueno a lo que iba: a mi padre le gustaba el pulpo, sobre todo la forma que tenía mi madre de cocinarlo. - "Sabes, lo de la salsa americana es una burda copia del pulpo en salsa que cocinaba mi madre" -. El caso es como continua, para no extenderme:
- ¡A buen precio está el pulpo, "pa" lo que se queda! - Decía la abuela.
- ¡Joder, pero por comer un día pulpo...!
- Mira, este mes tenemos "el seguro de los muertos"; y en diciembre viene el de la casa.
- Pero, ¿otra vez el seguro? Yo creía que llegaba en junio.
- Claro, como tú no te enteras...
- No se de que tengo que enterarme - contestaba el abuelo contrariado -; esas son cosas tuyas.
- No, si todo es cosa mía. Yo tengo que preocuparme de todo, pues tú, con esa tranquilidad que tienes no te preocupas por nada.
- ¡Pero coño! ¿De qué tengo yo que preocuparme? Me ocupo de lo que debo y con eso es suficiente -. El abuelo tenía una forma de hablar muy peculiar; sus palabras podían entenderse de distintas maneras sacadas de contexto, pero alcanzaban siempre el objetivo que buscaban en cada momento.
- Además, ¿no eres tú la que compras todo, haces y deshaces lo que quieres? Resulta que todo es tuyo, que tú sola te lo has ganado y tú sola te bastas; pero a la hora de la verdad pago yo los recibos de los seguros, que son sólo cosa tuya, pues sabes que siempre estuve en contra. Y ahora digo que se me antoja comer pulpo y me contestas con que andamos estrechos de cartera. ¡Vamos, no me fastidies!
- ¡Si te digo que tiene la cabeza pequeña, pero dura! - decía mi madre mirando para mí -. ¿Pero es que tú no te das cuenta? - Le decía.- Claro, como a ti te da igual todo... El día que te mueras se lo dejas "pa" los hijos.
- ¡Coño, como lo demás! - exclamaba tu abuelo -. Lo mismo crees que si me muero me van a dejar de enterrar por no pagar el "seguro de los muertos".
- ¡Míralo, si parece bobo! - como si le perdonara la vida, mi madre insistía en sus ofensas mientras me miraba. - ¿Tú te crees que son razones?
- ¡Oye, no faltes eh! Sólo te digo la realidad. Sabes que nunca me ha gustado pagar para morirme y que es cosa tuya. Antes enterramos nosotros a nuestros padres y para eso no tuvimos que empeñarnos. A ver porqué tengo que preocuparme por cuando me vaya a morir; lo que debo es ocuparme en comer bien para vivir más tiempo. Dime tú si no me interesa más el pulpo.
- No; tú haces igual con todo y lo que no sea llenar el buche no te inmuta.
- Pero hombre, ¿cómo dices eso? Si aquí están todos a apañar y tú a llenarles el saco, y el que menos pinto soy yo.
- Bueno, pues eso - volvía la abuela -. Que no hay pulpo.
- ¡Tiene narices con la tía esta! ¡Encima es que decirle las cosas es discutir!
- ¡Pero es que tú estás bobo hombre, estás bobo! ¿Te crees que ahora son las cosa como antes? Vamos anda, que no sabes lo que dices -. Y el abuelo me miraba y sonreía, y con sorna repetía otra vez:
- ¿Pero es que no me van a enterrar cuando me muera por no pagar el seguro?
- Sí, como la casa - no se callaba la abuela -. Menos mal que no prendió la viga, sino, te lo hubiera dicho yo.
- ¡Hombre, pues habría sido una desgracia! - Decía el abuelo. - Pero nunca ha faltado la caridad.
- ¿Hay que joderse con el tío éste? - volvía la abuela a la carga . - ¡Si es que estas bobico! Mira lo que le pasó a los "jamines" cuando se les quemó la casa.
- ¿Qué?¿Qué les pasó? Porque ahí están como los demás. Pudo ser una gran desgracia, pero no pilló a nadie. Siguen viviendo en su casa; ahora por cierto, más nueva que la tuya. Y que yo sepa no tenían seguro.
- Claro, todo el mundo les ayudó. El primero que movió al pueblo fue el cura; y no creo que estén de queja de como se ha portado en general la gente.
- Si tu misma lo reconoces - continuó el abuelo -. Los "jamines" han sido siempre buenos vecinos, ¿cómo se iban a quedar en la calle?
Además, vamos a ver: mi casa, que es mía, donde han vivido hasta morir mis padres, es mi techo y mi suelo, mi cobijo y mi seguridad. Ya pago un recibo de contribución urbana al estado, ¿a santo de qué, tengo que asegurar mi seguridad? Es absurdo. Es como lo otro: mañana me muero, pues que me entierren; si hay que empeñarse para enterrar a una esposa, que no hay porqué, a un hijo como a un padre, es ley de vida ocuparnos de lo nuestro, y para eso, entre otras muchas cosas, vivirán los que se quedan. Pero es absurdo pagar por adelantado la muerte inevitable cuando no se nos ha obligado a hacerlo para nacer primero.
- Bueno, me da igual - decía la abuela -. Y después no me digas que no te digo nada. En cuanto terminen la reforma del cementerio compro una sepultura. No quiero que el día de mañana me pise nadie.
- Ya ves tú; tres narices me importa a mí que me pisen después de muerto - continuaba el abuelo -. Lo que me importa, es que no hay forma posible, pues cuando no son los seguros son los muchachos, el caso es que las pagas extras se las comen otros antes que yo. Bueno, que ni para un pulpito en temporada.
De una manera parecida terminaba disolviéndose la discusión entre mis padres, pues él era un hombre tranquilo que pasaba fácilmente desapercibido al contrario que mi madre, que trataba de destacar por todo. Y como para ella sus hijos lo eran todo y ella les daba todo lo mejor; como siempre tenía que disponer de todo a su albedrío sin contar con nadie, todo continuó igual hasta hoy.
Antes pasaban a cobrar por casa. Ahora llaman primero por teléfono para saber que ha pasado, y como no les conteste, pronto mandarán una carta donde encima del nombre de la compañía y las firmas correspondientes pondrán: "De no recibir el importe de la prima del recibo, se aplicará cuanto indican las condiciones del contrato sobre el impago de la misma".
Menos mal que la casa es mía al cien por ciento, sino, además de echarme de ella me meten en la cárcel. Vaya con los seguros.
De todos modos ahora me siento más seguro sabiendo que nadie me engaña en ese sentido, que algún buitre menos se alimentará de los restos que dejamos por el miedo que nos infunden.
- Se ha equivocado; preguntaba por Don Antonio González. Le he dicho muy educadamente que aquí sólo vive Don Miguel González; ningún Antonio González.
Repentinamente se encendió una luz en su cabeza; volvió a preguntar:
- ¿Te dio el segundo apellido?
Su hijo se quedó meditabundo por un instante y luego respondió:
- Sí. Antonio González... Alonso. Estoy seguro, Alonso era el segundo apellido, sí.
- ¡Joder! - Dijo. - Antonio González Alonso se llamaba mi padre. Sí, tu abuelo. ¿No te acuerdas del abuelo?
- ¿Cómo iba a imaginarme que se trataba del abuelo? - replicó un poco consternado el hijo. - Murió hace más de diez o doce años. ¿Quien puede preguntar ahora por alguien que no vive desde hace tanto tiempo?
- No tiene importancia - continuó el padre -; creo que se el motivo de esa llamada. Que lo intenten de nuevo. Pero a ti, que no se te olvide jamás: "la vida se prolonga por encima de la muerte pasajera". Hoy cesó la última decisión del abuelo, que ayer yo dejé de pagar. Siéntate y escucha:
- Desde que tuve consciencia oí en casa la misma discusión entre mis padres. Era un enfrentamiento menor, que se repetía año tras año toda vez que el carácter derrochador de mi madre se veía obligado a tapar algún desliz en la economía, el cual mi padre destapaba, sin pretenderlo siquiera, por una simple pregunta en una tarde de domingo cualquiera, sentados a la mesa camilla frente al televisor.
Era, como digo, una discusión menor entre ellos, pues hasta el año siguiente no volvería a repetirse y les daba tiempo a digerirla; pero en ella yo podía distinguir perfectamente la diferencia de caracteres y de personalidades de mis padres, unidos durante tanto tiempo aún siendo tan opuestos.
Todo comenzaba de la forma mas trivial:
- ¿No ha pasado esta semana el "pesquero"? Hace tiempo que no comemos pulpo. - Mi madre callaba mientras miraba el programa de "sobremesa" de la televisión.
- Y a mí me gusta comer pulpo; ahora es su tiempo - decía el abuelo -. Las personas, antes, tenían una sabiduría natural de las cosas, no como ahora, que con las fechas de caducidad nos volvemos locos. Claro, después es así, que el cuarenta por ciento de los productos elaborados se van a la basura sin consumir.
Bueno a lo que iba: a mi padre le gustaba el pulpo, sobre todo la forma que tenía mi madre de cocinarlo. - "Sabes, lo de la salsa americana es una burda copia del pulpo en salsa que cocinaba mi madre" -. El caso es como continua, para no extenderme:
- ¡A buen precio está el pulpo, "pa" lo que se queda! - Decía la abuela.
- ¡Joder, pero por comer un día pulpo...!
- Mira, este mes tenemos "el seguro de los muertos"; y en diciembre viene el de la casa.
- Pero, ¿otra vez el seguro? Yo creía que llegaba en junio.
- Claro, como tú no te enteras...
- No se de que tengo que enterarme - contestaba el abuelo contrariado -; esas son cosas tuyas.
- No, si todo es cosa mía. Yo tengo que preocuparme de todo, pues tú, con esa tranquilidad que tienes no te preocupas por nada.
- ¡Pero coño! ¿De qué tengo yo que preocuparme? Me ocupo de lo que debo y con eso es suficiente -. El abuelo tenía una forma de hablar muy peculiar; sus palabras podían entenderse de distintas maneras sacadas de contexto, pero alcanzaban siempre el objetivo que buscaban en cada momento.
- Además, ¿no eres tú la que compras todo, haces y deshaces lo que quieres? Resulta que todo es tuyo, que tú sola te lo has ganado y tú sola te bastas; pero a la hora de la verdad pago yo los recibos de los seguros, que son sólo cosa tuya, pues sabes que siempre estuve en contra. Y ahora digo que se me antoja comer pulpo y me contestas con que andamos estrechos de cartera. ¡Vamos, no me fastidies!
- ¡Si te digo que tiene la cabeza pequeña, pero dura! - decía mi madre mirando para mí -. ¿Pero es que tú no te das cuenta? - Le decía.- Claro, como a ti te da igual todo... El día que te mueras se lo dejas "pa" los hijos.
- ¡Coño, como lo demás! - exclamaba tu abuelo -. Lo mismo crees que si me muero me van a dejar de enterrar por no pagar el "seguro de los muertos".
- ¡Míralo, si parece bobo! - como si le perdonara la vida, mi madre insistía en sus ofensas mientras me miraba. - ¿Tú te crees que son razones?
- ¡Oye, no faltes eh! Sólo te digo la realidad. Sabes que nunca me ha gustado pagar para morirme y que es cosa tuya. Antes enterramos nosotros a nuestros padres y para eso no tuvimos que empeñarnos. A ver porqué tengo que preocuparme por cuando me vaya a morir; lo que debo es ocuparme en comer bien para vivir más tiempo. Dime tú si no me interesa más el pulpo.
- No; tú haces igual con todo y lo que no sea llenar el buche no te inmuta.
- Pero hombre, ¿cómo dices eso? Si aquí están todos a apañar y tú a llenarles el saco, y el que menos pinto soy yo.
- Bueno, pues eso - volvía la abuela -. Que no hay pulpo.
- ¡Tiene narices con la tía esta! ¡Encima es que decirle las cosas es discutir!
- ¡Pero es que tú estás bobo hombre, estás bobo! ¿Te crees que ahora son las cosa como antes? Vamos anda, que no sabes lo que dices -. Y el abuelo me miraba y sonreía, y con sorna repetía otra vez:
- ¿Pero es que no me van a enterrar cuando me muera por no pagar el seguro?
- Sí, como la casa - no se callaba la abuela -. Menos mal que no prendió la viga, sino, te lo hubiera dicho yo.
- ¡Hombre, pues habría sido una desgracia! - Decía el abuelo. - Pero nunca ha faltado la caridad.
- ¿Hay que joderse con el tío éste? - volvía la abuela a la carga . - ¡Si es que estas bobico! Mira lo que le pasó a los "jamines" cuando se les quemó la casa.
- ¿Qué?¿Qué les pasó? Porque ahí están como los demás. Pudo ser una gran desgracia, pero no pilló a nadie. Siguen viviendo en su casa; ahora por cierto, más nueva que la tuya. Y que yo sepa no tenían seguro.
- Claro, todo el mundo les ayudó. El primero que movió al pueblo fue el cura; y no creo que estén de queja de como se ha portado en general la gente.
- Si tu misma lo reconoces - continuó el abuelo -. Los "jamines" han sido siempre buenos vecinos, ¿cómo se iban a quedar en la calle?
Además, vamos a ver: mi casa, que es mía, donde han vivido hasta morir mis padres, es mi techo y mi suelo, mi cobijo y mi seguridad. Ya pago un recibo de contribución urbana al estado, ¿a santo de qué, tengo que asegurar mi seguridad? Es absurdo. Es como lo otro: mañana me muero, pues que me entierren; si hay que empeñarse para enterrar a una esposa, que no hay porqué, a un hijo como a un padre, es ley de vida ocuparnos de lo nuestro, y para eso, entre otras muchas cosas, vivirán los que se quedan. Pero es absurdo pagar por adelantado la muerte inevitable cuando no se nos ha obligado a hacerlo para nacer primero.
- Bueno, me da igual - decía la abuela -. Y después no me digas que no te digo nada. En cuanto terminen la reforma del cementerio compro una sepultura. No quiero que el día de mañana me pise nadie.
- Ya ves tú; tres narices me importa a mí que me pisen después de muerto - continuaba el abuelo -. Lo que me importa, es que no hay forma posible, pues cuando no son los seguros son los muchachos, el caso es que las pagas extras se las comen otros antes que yo. Bueno, que ni para un pulpito en temporada.
De una manera parecida terminaba disolviéndose la discusión entre mis padres, pues él era un hombre tranquilo que pasaba fácilmente desapercibido al contrario que mi madre, que trataba de destacar por todo. Y como para ella sus hijos lo eran todo y ella les daba todo lo mejor; como siempre tenía que disponer de todo a su albedrío sin contar con nadie, todo continuó igual hasta hoy.
Antes pasaban a cobrar por casa. Ahora llaman primero por teléfono para saber que ha pasado, y como no les conteste, pronto mandarán una carta donde encima del nombre de la compañía y las firmas correspondientes pondrán: "De no recibir el importe de la prima del recibo, se aplicará cuanto indican las condiciones del contrato sobre el impago de la misma".
Menos mal que la casa es mía al cien por ciento, sino, además de echarme de ella me meten en la cárcel. Vaya con los seguros.
De todos modos ahora me siento más seguro sabiendo que nadie me engaña en ese sentido, que algún buitre menos se alimentará de los restos que dejamos por el miedo que nos infunden.
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