Cada mañana iniciaba el paseo repitiendo mentalmente la oración aprendida de niño, intentando que no fuera un simple ejercicio intelectual para centrar su mente adormecida aún. No resultaba fácil retener el significado de cada verso y enlazar con el siguiente de forma consciente, pues los pensamientos que acudían precipitados luchaban desesperadamente por captar su atención, apenas inexistente a esas horas.
Se paró un momento mirando a los perros correr tras el primer gato que cruzaba el camino, y que presto se encaramó en un poste del tendido eléctrico para no ser alcanzado. Pero no fue la sorpresa del momento lo que detuvo sus pasos, sino la contradicción de sus pensamientos. En aquellos versos descansaban todas sus creencias, todas las razones que habían impulsado su personalidad para buscar al ser que ahora era, y con quien, a pesar de lo no alcanzado todavía, se sentía identificado. Pero pensó en otros hombres como él, que también se habían encontrado a sí mismos partiendo de un sendero totalmente opuesto al suyo para llegar a la misma conclusión, para pensar que la existencia humana era la realización de un sentimiento y que sin él la vida era materia inerte.
Unos pasearían por donde él lo hacía ahora, como otros lo hicieron antes, por ello existía el camino donde los seres mostraban sus sentimientos a la luz del día; como los perros persiguiendo al gato, como el pájaro emprendiendo el vuelo.
¿Que sentido tendría el camino sin los sentimientos surgidos, realizados, entrecruzados?
Comprendió entonces la simbiosis entre la materia y el espíritu para hacerse posibles y el auténtico sentido de la eternidad.
Desapareció su confusión y los pensamientos dejaron de agolparse en su mente haciendo sitio a los versos, que retornaban por sí mismos con toda la fuerza de su sentimiento. Se reconcilió de nuevo con las creencias que definían su ser y sintió la satisfacción de la certeza, necesaria siempre para re-emprender cada mañana el camino. Y comenzó de nuevo a andar.
Se paró un momento mirando a los perros correr tras el primer gato que cruzaba el camino, y que presto se encaramó en un poste del tendido eléctrico para no ser alcanzado. Pero no fue la sorpresa del momento lo que detuvo sus pasos, sino la contradicción de sus pensamientos. En aquellos versos descansaban todas sus creencias, todas las razones que habían impulsado su personalidad para buscar al ser que ahora era, y con quien, a pesar de lo no alcanzado todavía, se sentía identificado. Pero pensó en otros hombres como él, que también se habían encontrado a sí mismos partiendo de un sendero totalmente opuesto al suyo para llegar a la misma conclusión, para pensar que la existencia humana era la realización de un sentimiento y que sin él la vida era materia inerte.
Unos pasearían por donde él lo hacía ahora, como otros lo hicieron antes, por ello existía el camino donde los seres mostraban sus sentimientos a la luz del día; como los perros persiguiendo al gato, como el pájaro emprendiendo el vuelo.
¿Que sentido tendría el camino sin los sentimientos surgidos, realizados, entrecruzados?
Comprendió entonces la simbiosis entre la materia y el espíritu para hacerse posibles y el auténtico sentido de la eternidad.
Desapareció su confusión y los pensamientos dejaron de agolparse en su mente haciendo sitio a los versos, que retornaban por sí mismos con toda la fuerza de su sentimiento. Se reconcilió de nuevo con las creencias que definían su ser y sintió la satisfacción de la certeza, necesaria siempre para re-emprender cada mañana el camino. Y comenzó de nuevo a andar.
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