Y fue así, que aquella tarde de verano mis padres recibieron formalmente a sus futuros yernos.
Desde luego eran una pareja atípica. Uno, de lo más "beat", con su peinado a lo Paul McCartney, cara de niño bueno, camisa blanca de "chorreras"y pantalones de campana con botines negros de "chúpame la punta". El otro, grandes patillas que culminaban en la parte inferior de su mandíbula, pelo engominado peinado hacia atrás como en los años cincuenta y cara de pocos amigos.
A ambos les unía la amistad que desde siempre les propició la vecindad y un trabajo en común como monitores en una de las auto-escuelas que entonces existían en la ciudad.
Aparecieron en la tarde de un domingo caluroso de primavera buscando ligue por la pequeña carretera de acceso a mi pueblo, en la que se bifurca la" comarcal" que parte de la ciudad cinco kilómetros antes.
Las mozas salían de paseo por allí buscando ser cotejadas por alguien mejor que los mozos del pueblo, que las acosaban permanentemente durante la semana y de quienes pretendían librarse definitivamente, como del rígido y autoritario sistema familiar que de forma similar soportaban.
Y llegaron en su flamante "Ford" negro de arranque por manivela, con"frenos de asco"-como así se leía en uno de los varios rótulos que le habían pintado. Otro era: "Los Yeyés"- y un puñado de flores a lo "hippie" desparramadas por toda la carrocería. Entonces eran la bomba.
Mis hermanas se enamoraron al instante. Eran tan distintos a los otros chicos, que aquello fue suficiente. Pero estaba claro que los mozos de mi pueblo no iban a dejar que aquello fuera así como así, y a sabiendas de que más tarde o más temprano tendrían que pasar por el bar, donde mantenían su ambiente y se sentían fuertes, los esperaron pacientes para darles su bienvenida.
En aquella época, cuando las películas de acción eran "del Oeste", en todos los pueblos como el mio existían "los hermanos Clanton", que dirigían la pandilla más rastrera y violenta que pudiera existir. Coaccionaban al resto tratando de controlar el pueblo y sus mujeres.
Y eran mis hermanas pequeñas, precisamente, quienes entonces se encontraban al frente del negocio familiar, el motivo de su ambición, a la cuál ellas nunca asintieron. Así que el duelo estaba servido. "Doc y Wyatt Earp"- así me parecieron - tendrían que superar el primer y más duro de los escollos si querían un día poseer a mis hermanas.
Pero a parte de la ayuda incondicional que ellas les brindaran, disponían de un arma secreta infalible que les propiciaría el éxito seguro: uno de ellos, el más duro, cantaba flamenco- "Cante Grande", como le gustaba decir- tan bien como los clásicos; y pronto todo el pueblo se descubriría ante su voz rasgada y grave, potente, seria y vigorosa como un torrente. Tocaba todos los "palos" de forma precisa y cabal, seguro de su poderío, lo que aseguraba la sesión siempre que quería hasta altas horas de la madrugada, consiguiendo así que una noche tormentosa de principios de verano, cuando los truenos ensordecían y los relámpagos iluminaban el cielo como el sol al día, los Clanton riñeran entre ellos siendo despreciados por el resto, hartos ya de sus bravuconadas. Mi madre los echó del bar a patadas y empujones mientras seguían pegándose, llegando a revolcarse en la calle embarrada por la fuerte descarga de agua que estaba dejando la tormenta. Todos, incluido yo, que como otras noches acudiera con mi madre a cerrar el bar, salimos fuera para contemplar el espectáculo. Fue tan vergonzoso, que desde entonces cesaron en su hostilidad contra mis futuros cuñados.
Así se ganaron la confianza de mis padres, que empezaron a ver en ellos unos serios pretendientes.
Mis hermanas destacaban ambas, aunque por distintos motivos. La mayor de las dos era una auténtica belleza de mujer que cautivó desde el principio a ambos amigos. Y la pequeña, todo un carácter, de fuerte determinación y temperamento, terminó conquistando el corazón del "cantaor" por méritos propios, a pesar de su belleza inferior.
Así que aquel día todo estaba previsto. Era cuestión de formalidades, pues eso era lo que significaba la petición de mano a mis padres, los cuales bendijeron satisfactoriamente la unión con sus hijas.
Y ese fue el principio del fin del bar que mis padres regentaban, aunque todavía, durante algún tiempo mi hermano- el más pequeño que me precedía- se tendría que hacer cargo de él.
Recuerdo aquellos años como los más felices de mi vida, y mi hermano fue el artífice principal de aquella sensación. Era de verdad un cómico, el que más me ha hecho reír de cuantos he conocido. Su chispa y desenfado sólo estaban reñidos con su inconsciencia juvenil y sus ganas de independencia.
Era un auténtico camarero, dispuesto y habilidoso, que aprendió rápidamente todo lo bueno y lo malo del oficio antes de la mayoría de edad, pero sin el carácter suficiente como para hacer frente a todo un negocio por si mismo.
Era un auténtico camarero, dispuesto y habilidoso, que aprendió rápidamente todo lo bueno y lo malo del oficio antes de la mayoría de edad, pero sin el carácter suficiente como para hacer frente a todo un negocio por si mismo.
Todo un figura de la barra que saltó del pueblo a la ciudad para trabajar en el sector, en un momento de expansión donde las nuevas cafeterías imponían un ambiente hasta el momento desconocido y transformador. La arteria principal de la ciudad se convirtió así en un nuevo "boulevard" por donde desfilaba la noche con sus vicios y pasiones, como en cualquier otra época, y donde mi hermano, acostumbrado al jaleo cutre y retrógrado del pueblo, supo acoplarse a la perfección; tan bien, que no dejo pasar nada sin probar. Aficionado al juego y a la bebida y habituado a trasnochar, pronto tendría mas deudas que ganancias, pues era lo normal, que al salir del trabajo entrara en otro bar para continuar la noche entre humo de tabaco, ríos de alcohol y muchas, muchas partidas de cartas, para las que nunca tuvo buena mano ni mejor vista. Y comenzó a "resbalar" mucho antes de darse cuenta, que en una capital pequeña de provincia rápidamente todos se conocen. Para entonces ya se había recorrido trabajando todos los locales de alterne nocturno - bares y cafeterías existentes - pasando de unos a otros de conflicto en conflicto con sus jefes, y lo que era peor, con mis padres, que no hacían vida ni de su tiempo ni de sus pagas.
Con el tiempo el vicio del juego le abandonaría, más por la falta de recursos económicos que por su afición. Sin embargo, el pitillo y el alcohol nunca más lo dejaron para ser sus fieles compañeros de camino en adelante, donde las más de las veces ahogaría sus fracasos.
Pero como antes decía, era un cómico de verdad, que convertía sus aventuras en puro esperpento lleno de fantasías.
Aquella, como todas las noches, le esperaba sin dormirme como se espera el agua de Mayo, cuando a eso de las tres y media de la madrugada apareció embutido en unos flamantes pantalones vaqueros blancos- tal vez fueran los primeros que él se compraba- con los párpados inflamados por el alcohol y la voz quemada por el tabaco. Se quitó la ropa dejándola sobre la silla de la habitación, los
pantalones colgando del asiento. Creí que había ido al servicio como hacía siempre antes de acostarse, pero al poco regresó de la cocina con una jarra llena de agua que vertió directamente sobre los nuevos vaqueros. Asombrado le pregunté por qué lo hacía, y la respuesta consiguió que aún me levantara al día siguiente riéndome por su ingenuidad: "estos pantalones- me dijo- hay que mojarlos bien antes de lavarlos para que cojan su forma y que se adapten bien al cuerpo. Chaval, que siempre tengo que estar enseñándote".
pantalones colgando del asiento. Creí que había ido al servicio como hacía siempre antes de acostarse, pero al poco regresó de la cocina con una jarra llena de agua que vertió directamente sobre los nuevos vaqueros. Asombrado le pregunté por qué lo hacía, y la respuesta consiguió que aún me levantara al día siguiente riéndome por su ingenuidad: "estos pantalones- me dijo- hay que mojarlos bien antes de lavarlos para que cojan su forma y que se adapten bien al cuerpo. Chaval, que siempre tengo que estar enseñándote".
Siempre que lo recuerdo no puedo por menos que sonreír. Parece que lo estoy viendo todavía con aquellos pantalones blancos de campana y zapatos de plataforma, alguna camisa ajustada con cuello de picos y gafas a lo "Ray Bang": un auténtico esnob de su época.
Me entristeció mucho su partida del hogar para buscar trabajo en el Norte, pues perdí entonces mi único y mejor amigo. Él me enseño a jugar y a tener el sentido del humor necesario para poder sobrellevar esta vida, a veces tan dolorosa y amarga. Y de él heredé la ternura y el calor que mi madre no supo darme.
A partir de aquel momento, empezó realmente mi auténtica vida, cuando comencé a pensar de verdad y a defenderme por mi mismo; pero eso ya es otra historia.
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