El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

lunes, 7 de junio de 2010

El adiestrador de mandriles.( Se buscaba, no lo puro, sino lo perfecto.)

Cierto día un hombre se interesó por la urgencia de otro que trabajaba a su lado, y descubrió su secreto: consistía su preocupación en un regalo con el que obsequiar a un ser querido por su cumpleaños; cuando regresase a casa el fin de semana siguiente, pues trabajaba fuera. El regalo en cuestión era un pajarillo cantor.
Motivado por el deseo de agradar a quien nunca antes había sido amable con él y ablandar su duro corazón, el primero le habló al compañero de un amigo que criaba pajarillos. El otro había estado buscando uno muy especial, por su bello y prolongado trino; pero las posibilidades de encontrar algo tan preciado en época de cría y en tierra desconocida donde se encontraba, eran escasas. Además, pocos días más tarde tendría que irse para no volver definitivamente, y no le agradaba el tener que hacerlo sin haber conseguido su anhelo.

Nada había que uniera a ambos hombres, exceptuando el hecho de tener que trabajar juntos; y para el primero resultaba penoso tener que hacerlo al lado de alguien que parecía no comprender que el trabajo - siempre penoso - no es propiedad de nadie, sino obligación de todos.
No sabía nada de esos pajarillos a excepción de aquello que sobre ellos le contara su amigo, quien los criaba en cautividad por pura afición, pero comprendía que aquello que es susceptible de deseo resulta conductor básico del negocio; y apremiado por la petición acosante del otro, aquella misma noche, antes de regresar a casa, visitó al amigo.
Después de contarle el motivo de su visita, se sorprendió cuando su amigo le comunicó que se había deshecho de los pájaros por falta de tiempo para atenderlos. Le dijo que si hubiera ido una semana antes, que aún le quedaba una pareja que después regaló a un familiar suyo, habría podido complacerle.




- Pero no te preocupes - le dijo el amigo -, llamaré ahora mismo a un compadre; ese si que tiene, seguro.
- Me hablaste una vez de tu sobrino. Dijiste que también criaba.
- Sí - le contestó -; pero mi sobrino sólo cría canarios, y no se dedica a comerciar con ellos. Los selecciona y adiestra para concursos y exposiciones. Además, tu me hablaste de un mixto, no de un canario. Los mixtos son difíciles de encontrar, y mucho menos en tiendas especializadas cuando no te conocen. Estos pájaros se consiguen cruzando canarias con jilgueros, los cuales están especialmente protegidos por la ley. En época de cría se hacen más inaccesibles, puesto que el mixto no recibe su valor por el color de su plumaje, sino por su canto, casi perfecto.
- No entiendo, ¿ dónde radica el problema ? Supongo que todos estos pájaros están protegidos. ¿ Por qué con los canarios se puede comerciar libremente y con los mixtos no ?
- Los canarios se reproducen perfectamente en cautividad, pero los mixtos son difíciles de sacar. Para poder conseguir un mixto se necesitan los huevos de jilguero, los cuales habrá que quitar del nido en el momento preciso, para ponerlos a incubar por una canaria en  cautividad. Los jilgueros nacidos en cautividad al calor de una madre adoptiva, harán que cuando estos sean adultos, "pisen" - fertilicen - a las canarias. Es prácticamente imposible que un jilguero nacido en libertad llegue a pisar a una canaria en cautividad; y esta práctica está prohibida porque atenta contra la conservación del ecosistema donde se reproducen los jilgueros.


Gracias al amigo comprobó lo que ya sospechaba: el compañero no había sido franco con él. Recordó cuando éste le dijo que también tenía canarias y que criaba; y que no le importaba adquirir, en caso de que no hubiera mixtos, uno, o un par de " colorinos " - así llamaban a los jilgueros en su tierra -; eso sí, siempre que no fueran excesivamente caros. Él mismo le indicó lo que cobraban por allí. Recordó también, que a eso había contestado diciéndole que le transmitiría el precio que le pidieran, pues en su misión sólo existía el deseo de ayudarle a conseguir su propósito; como un detalle por haberse conocido.
A pesar de todo, y después de comentar con el amigo tales detalles, insistió en conseguir aunque sólo fuese algún jilguero; para poder cumplir así su palabra.


























Pero ya había cambiado su interés por el asunto el hecho de comprobar lo que siempre pensó, que al compañero sólo lo movía el capricho interesado, económicamente hablando; y para lo que él sólo era el instrumento con el que el compañero pretendía conseguir su objetivo.
Pensaba ahora que cualquier solución sería válida para el otro; incluso una salida por la puerta de atrás, lo que empezó a planear en su cabeza al tiempo que acudía a su memoria el día en que le conoció:
Era un tipo rudo, de lengua sucia y suelta. La mirada enojosa y llena de ira mostraba una expresión fruncida y provocadora. El cuello, grueso y corto, se unía a una montaña de hombros que extendía su cuerpo más allá de lo proporcionalmente correcto, derivando en unas piernas cortas y poderosas. Sus movimientos eran enérgicos y rápidos a pesar de la corpulencia; y su presencia irradiaba enfrentamiento. Instigaba a los demás con el único propósito de ahorrarse algún esfuerzo y darse a respetar, lo que confundía con la sumisión más miserable. No sabía que el respeto parte de la admiración, no de la imposición; pero así  era como él percibía su realidad, cayendo en un juego que siempre terminaba poniéndolo a la defensiva; como si el mundo entero se pusiera en su contra.


Aquel día, un viernes por la tarde, habían trabajado juntos y su primer contacto no podía haber sido más bronco: él era un hombre menudo, seco por sufrimientos no pasados; de mirada profunda y sonrisa burlona. En su cara se reflejaban la sobriedad y la resistencia que lo habían enfrentado siempre con el mundo dejando surcos en vez de arrugas, y convirtiendo en dura una fisonomía, que más que disimularse se potenciaba tras unas negras gafas de sol.
El otro le agredió verbalmente desde la distancia que los separaba, aludiendo contra el una supuesta falta de capacidad para el trabajo y quejándose de mal servicio; a lo que él contesto enérgicamente sin titubear, dejándole claro que la capacidad se la otorgaba su categoría y grado profesional; y que si lo que quería era irse pronto a casa, ya podía hacerlo; el trabajo se haría sin él de igual modo. Esto provocó que el nombre de Dios estallara en ambas direcciones.
Pero al no esperar aquel una respuesta tan contundente, sintiendo que nadie lo apoyaba, ceso de inmediato en la disputa y el trabajo continuó sin más problemas.
El enfrentamiento le proporcionó un grado de respeto en los demás, pero perdió al otro, en quien comenzó a anidar el resentimiento que habría de propiciar nuevos enfrentamientos entre los dos. Desde aquella tarde de viernes hasta entonces eso era lo que había pasado siempre que se encontraban; y aunque el otro de sobra sabía quien tenía más autoridad, no dudaba en absoluto que era más fuerte y trataba constantemente de intimidarlo de algún modo cada vez que trabajaban juntos, como si en ello estuviera su forma de resarcirse de la impotencia que sentía por no estar por encima de su oponente.
Pero el pájaro cambió todo aquello de pronto, y la posibilidad más que real de conseguirlo, hizo que cediera en su hostilidad. Además ya no tenía sentido algo que más que con él como compañero, se extendía al resto, lo que desde el principio dificultó su adaptación y terminó impidiendo su continuidad en el puesto. Aquello era lo que condicionaba su próxima partida y la impaciencia que mostraba en aquel asunto.
Él sabía que ese era el único motivo que había producido el acercamiento entre los dos, y que de no haber sido por ello el pájaro no hubiera significado nada; incluso hubiera sido el último en enterarse.
Aquello le dolía, pero sentía la necesidad de quedar a la altura. Le resultaría difícil explicarle al otro lo de su amigo sin caer en el ridículo más estrepitoso. Por ello insistió al amigo sobre la imperiosa necesidad de encontrar un pájaro. No importaba el precio que tuviese, lo que importaba era tener algo que ofrecer al otro.
Después de llamar a su compadre, el amigo le dijo:


- Ya tienes pájaros. Otras veces tiene mixtos, pero como te conté antes, últimamente escasean mucho. Dispone de jilgueros y me ha dicho lo que están cobrando, pero para mi y para ti, que eres mi amigo, sus pájaros son gratis.
- ¿ Sabes ? Me sentía angustiado. Desde el momento que inicié este trato siempre pensé que me sería fácil realizarlo, y muy al contrario he sentido por un tiempo como si yo mismo me hubiera tendido una trampa de la que es imposible salir airoso, con honor.
Ahora ya, realmente no necesito los pájaros. Antes de poder disponer de ellos se imponía la necesidad de una respuesta, y ésta la tengo en mis manos. Te explico:
Nuestro "socio" entiende sobradamente del tema; tanto, que es clavado el precio que él me insinuó al que te ha dado el criador, por lo que no aceptará un incremento del cincuenta por ciento, que es exactamente lo que pienso pedirle.
- Entonces - exclamó el amigo - ¿ A santo de qué tanto revuelo buscando pájaros ? ¿ Todo para esto ? Además, los pájaros nos los regalan, el beneficio es seguro. ¿ Por qué pedirle un cincuenta por ciento más ?
- En un principio - le contestó - no fue mi intención sacar provecho económico alguno de esto; sólo pretendía que él se llevara su pájaro, tu ganaras algo, que para eso eres mi amigo, y para mi quedara la satisfacción de su comprensión.
Pero como sospechaba y he comprobado a medida que se iba desarrollando el asunto, él no tiene nada que perder y nosotros, todos perderemos algo: el criador que nos regala sus jilgueros a pesar de saber que no son para ti, sino para un amigo, y que te muestra así su agradecimiento, no se sentiría especialmente bien si se enterara que los hemos vendido a un tercero; él no habría ganado nada y tu perderías su afecto. Yo por mi parte me sentiría debiendo algo por haber querido hacer un favor, y no por ello el compañero comprendería el esfuerzo que por su causa estoy haciendo, puesto que la humildad se aleja más cuanto más fácil nos resulta conseguir las cosas. No te preocupes, mañana conoceremos su respuesta y sabremos que persigue realmente. Si lo que pretende es lo puro, aquello por lo que con urgencia quería un pajarillo - un regalo para un ser querido -, nosotros hemos hecho lo posible para que así sea; pero precisamente lo puro tiene un precio especial. Y si por el contrario pretende lo perfecto, eso no existe y no tiene precio.


Al día siguiente en el trabajo, antes del almuerzo y forzando un poco el encuentro, el compañero le pregunto por la entrevista con el amigo. Él había estado esperándole mientras rumiaba lo que tenía que decirle y contaba con su impaciencia.





































- Ya te dije que no era seguro que encontrase un mixto, pero si puede cederte un par de jilgueros, colorinos de esos que llamáis por allí. Este es el precio que me ha dado -. Y le dijo el precio que el mismo había calculado.
- ¡ Tu estás de broma, o es que pretendéis reíros de mi ! ¡ Ese precio es de risa ! Dentro de cuatro días puedo coger los que yo quiera allí.
- Es el precio que me han dado - le espetó -. Como comprenderás, no pretendo ganar nada con ello; sólo quería ayudarte a encontrar lo que buscabas. Ya sabes... así somos en esta tierra.    
    

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