- No, nada nuevo en el horizonte. He abandonado tantos deseos que ya nada espero; el tiempo escapa presuroso mientras el destino me retiene, demasiado joven aún. Pero en mi soledad aceptada, al final del día que no se repetirá, encuentro el camino de la reconciliación que mi alma anhela fundido en el aire que respiro, en la luz que alimenta mi mente, en los sonidos que se lleva el silencio que se aproxima con la oscuridad.
Soledad, compañera fiel, necesaria para disolverme consciente un momento en los elementos y descifrar su belleza serena, perenne, inalterable; en perfecta sincronía con el tiempo, que por fin retengo en el espacio inabarcable que he salido a buscar.
Otra vez venciendo al tedio para no sucumbir en la decadencia impuesta de ésta época; para sobrevivir a la mediocridad, al absurdo de la existencia sin horizontes abarrotada de fronteras, de puertas cerradas, de ventanas desde donde mirar para consolar el alma encadenada en lo imposible, en lo que no se puede realizar.
Solo. Para morir el instante necesario que libera mi ansiedad contenida, mi miedo a pasar como pasan las nubes tantas veces, cargadas de agua pero sin dejar ni gota en la tierra sedienta.
Y comprendo que nada pasa y que todo queda, que todo retorna, como lo hacen mis pasos sobre el camino andado, aquel que tampoco pretendí, pero que el destino me impuso y tuve que abrazar para sobrevivir.
Mas lo he logrado de nuevo, no me ha vencido el desanimo de sentirme encadenado, atrapado y sin salida en el tiempo que me lleva, que de mi sentir escapar intenta sin dejar huella de su paso; sólo en mi piel, en mis huesos, en mi corazón dolorido.
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