-Siendo niño sabía perfectamente quien era yo, lo que me permitió conocer la felicidad auténtica el tiempo necesario para perseguirla después por el resto de mis días.
Distinguía entonces mi mundo del de los adultos y estaba seguro de mi realidad y de mis sueños; fantasías de ilusión que permitían materializar los seres soñados, transformándome cada día en ellos.
Mas diferenciaba mis deseos, mis necesidades e inquietudes, de las que parecían arrastrar por el tiempo a mis mayores, angustiados siempre entre el hoy y el mañana, inseguros y miedosos del porvenir; encadenados a las decisiones en cada momento, donde se paga con tiempo y decepción las equivocaciones.
En mis juegos nada podía salir mal, yo era el autor del personaje y quien, a su vez, interpretaba su papel en la obra que representaba en cada oportunidad que entregaba el día. No tenía responsabilidad, sólo yo era el principio y el fin de mis decisiones, a nadie más afectaban, a nadie parecían importar, a ese nadie que suponían para mi los adultos con su mundo loco de realidades insalvables, sin vuelta atrás.
La realización de mis sueños no tenía límite, pues la imaginación me permitía transformar los elementos en escenario de mis proezas y alimentar el alma de cada personaje con las cinceladas de mis deseos. Nada podía destruirlos, y mis sueños se transformaban en realidades que vivía con intensidad en cada representación, sabiendo que en realidad eran eso, representaciones de mi mente, de mi ser inmaterial.
Mientras fui niño conocí mi autentico ser, mi yo; ese que era inmune a los cambios que el mismo provocaba.
Pero la niñez pasó, y en el ardor adolescente que desata la pasión por otro ser, real y distinto, desconocido, se ocultó el yo vital y auténtico, el que por sí sólo se valía para materializar ilusiones, para rebasar metas elegidas. Buscando a otro me perdí entre la multitud, esa misma de la que un día me tendría que apartar para reencontrarme con él de nuevo.
En mi desorientación conocí el fracaso de los errores que cometí mirando por otros ojos, sintiendo por otros corazones que ya sentían, otros seres que también tenían alma y que seguían el guión que la vida les imponía por el mismo motivo. Y comencé a preguntarme lo que nunca había dudado: ¿Quién era yo?
Desde entonces sigo recogiendo restos de su estela, del yo que reconocí antes de que otros lo hicieran para nutrirse de su fuerza, y que me descubrió un mundo feliz.
Ahora se, que sólo soy cuando busco lo que fui y mientas se mantiene mi búsqueda; como en mis juegos de niño, pues el resto es impropio, impuesto, forzado por las circunstancias.
Nunca volveré a la niñez, mas me aferro a su virtud para soportar el peso de la vida material que encadena al espíritu perenne, encerrado en una forma física y caduca.
Ya no se quien soy, pues mi cuerpo adulto ha ocultado mi alma eternamente joven; pero se lo que soy, y para realizarlo juego con mis sueños como un niño cada día.
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