Abrumado por la sorpresa, el discípulo corrió hasta la morada de su maestro para darle la noticia urgente: el Rey venía de camino para verle.
Los dos últimos mensajeros enviados por el Rey habían regresado sin contestación al requerimiento de su llamada, y el tercero se había adelantado a su partida para anunciar al más sabio entre los sabios su llegada inminente.
El discípulo esperó paciente que su maestro se levantara del suelo, donde estaba sentado reposando su meditación en mitad de la estancia desolada, despojada de objetos personales. No quería llamarlo por su nombre, sabía que no recibiría contestación de su parte; tampoco interrumpir sus pensamientos, algo que creía no ser del agrado del maestro.
Cuando éste se hubo levantado y tras comprobar la bondad en su mirada, el discípulo fiel le dijo:
- Maestro, el Rey viene hasta aquí y os busca a vos. Pero mucho me temo que su llegada parta del enojo de sentirse despreciado por la ausencia de vuestra presencia cuando ante él ha sido requerida.
El Rey tiene el dominio absoluto sobre los seres, sobre las cosas, más allá de donde llega su mirada. No le gustará que nadie lo contraríe, y menos cuando esa contrariedad nace del rechazo de los privilegios por él concedidos con el mayor de sus reconocimientos para mi maestro.
- Nada, por bueno que parezca, es un reconocimiento si por ello se nos exige subordinación. Nada es un privilegio si no se ejerce.
El Rey está subordinado a sus caprichos porque cree que todo le pertenece, y no es así.
Ha sido siempre mi deseo y ambición desprenderme de todo privilegio que pudiera serme dado, pues otro ser sufriría por la falta de lo que a mi me sobrara. Todos somos iguales al nacer y al morir, ¿por qué hacer distinciones mientras tanto?
Pero anda, ve delante, aún no estoy dispuesto; pronto estaré en presencia del Rey para aplacar la furia de su ansiedad por ser complacido, no le haré esperar, te lo aseguro.
El discípulo esperó paciente que su maestro se levantara del suelo, donde estaba sentado reposando su meditación en mitad de la estancia desolada, despojada de objetos personales. No quería llamarlo por su nombre, sabía que no recibiría contestación de su parte; tampoco interrumpir sus pensamientos, algo que creía no ser del agrado del maestro.
Cuando éste se hubo levantado y tras comprobar la bondad en su mirada, el discípulo fiel le dijo:
- Maestro, el Rey viene hasta aquí y os busca a vos. Pero mucho me temo que su llegada parta del enojo de sentirse despreciado por la ausencia de vuestra presencia cuando ante él ha sido requerida.
El Rey tiene el dominio absoluto sobre los seres, sobre las cosas, más allá de donde llega su mirada. No le gustará que nadie lo contraríe, y menos cuando esa contrariedad nace del rechazo de los privilegios por él concedidos con el mayor de sus reconocimientos para mi maestro.
- Nada, por bueno que parezca, es un reconocimiento si por ello se nos exige subordinación. Nada es un privilegio si no se ejerce.
El Rey está subordinado a sus caprichos porque cree que todo le pertenece, y no es así.
Ha sido siempre mi deseo y ambición desprenderme de todo privilegio que pudiera serme dado, pues otro ser sufriría por la falta de lo que a mi me sobrara. Todos somos iguales al nacer y al morir, ¿por qué hacer distinciones mientras tanto?
Pero anda, ve delante, aún no estoy dispuesto; pronto estaré en presencia del Rey para aplacar la furia de su ansiedad por ser complacido, no le haré esperar, te lo aseguro.
- Compruebo - dijo el Rey - que no has querido demorar tu presencia ante mí. ¿Acaso debo estar agradecido?
- Ser hospitalario con quienes pasan por mi vida para no quedarse, sino para continuar su camino - contestó el maestro -, lo considero obligación y en ello no veo mérito. Por lo tanto no pido agradecimiento, actuó de acuerdo a la norma natural.
- No paso por tu vida - insistió el Rey -. He venido a llevarte conmigo. Mi reino debe ser dirigido por los más válidos, aquellos que ven claro su destino y son imperturbables como una roca, que a pesar del azote de los elementos se mantiene inamovible.
- Pero yo no soy como la roca, insensible y rígida, sino como el agua que se adapta al espacio que la contiene y que está dispuesta a escapar por la más pequeña fisura. No soy maleable como la roca, que se puede esculpir para que transmita impertérrita una imagen; soy como el viento que sentimos en el rostro, que descubrimos en el movimiento de los árboles, imposible de contener, de dar forma. Por ello no soy el indicado para servir a las expectativas de un gran gobernante, que necesita hombres que no duden de sus nombres, seguros de lo que creen correcto, de lo que representan.
- ¿Acaso no soy tu Rey?¿No son órdenes para ti mis deseos? Tengo el poder para decidir sobre lo que me rodea, y podría ordenar tu muerte para complacerme. ¿Es que no temes como los demás mi ira?
- Tu eres el Rey de un gran país y tu palabra es ley para sus gentes y todas las cosas que contiene, pero reyes existen muchos y todos merecen admiración y respeto, hasta el mismo rey de ladrones; y yo no me debo a ninguno. Mi ser, ese que crees también poseer, responde sólo a las circunstancias que acepto para poder adaptarme a ellas, pero si me plegase a tus deseos no sería lo que represento y por lo que has venido hasta aquí; dejaría de ser lo que admiras para ser lo que deseas.
Claro que puedes decidir mi muerte, pero no como será mi vida si no lo haces. Eres el Rey, pero como ves, tu poder es limitado. El límite de un ser es otro ser;sólo ése es nuestro orden, nuestra norma.
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