Un nuevo cambio de mentalidad en la sociedad se hace imprescindible para afrontar los desafíos que nuestro modo evolutivo requiere. Los descubrimientos científicos nos acercan soluciones, pero la sociedad no es un laboratorio experimental donde se puedan crear las condiciones optimas bajo constantes programadas y sostenidas desde el exterior; todo cambio motivado tiene que ser acometido desde el interior y eso requiere un periodo largo de incubación en las mentes, que ha de producirse de una forma individual y voluntaria; cualquier resistencia supone un receso en el tiempo de evolución.
Aún se utiliza la enseñanza, la educación, con parámetros socializadores, sin tener en cuenta al individuo, que debería ser formado antes como ser único e irrepetible, pues necesita conocer sus valores y limitaciones para desarrollarse en la aceptación de sí mismo y en su resolución de adaptarse a las circunstancias para evolucionar. Sólo una sociedad de individuos conscientes, seguros de su aportación positiva y felices por su contribución, es una sociedad sana, que camina hacia adelante con marcha adecuada y es capaz de imprimir los cambios necesarios que las herramientas de su tecnología posibilitan.
El desarrollo humanista del individuo - que no individualista, egocéntrico, y como tal consumista compulsivo de artificios con los que llenar su espíritu vaciado de contenidos propios - creará la nueva civilización necesaria para que la especie humana sobreviva a sí misma. Y no existe duda de que lo hará, sólo la resistencia de la vieja mentalidad, que se aferra a lo palpable, lo material, aquello con lo que se ha rodeado para darse sentido y de lo que se siente sierva, ralentiza su puesta en marcha.
Educar en, y para el humanismo, es enseñar a descubrir al individuo en su integridad primero, para que pueda reconocer los valores propios, exclusivos y necesarios en el entorno que comparte con otras individualidades. Nos confundimos socializando la educación, preparando a los individuos para las cualidades requeridas por la sociedad de cada momento, sin tener en cuenta su carácter individual y diferente; sin contemplar el grado de felicidad conque se entregan al cometido social requerido. Estamos formando profesionales despersonalizados que no saben resolver las dificultades en su ámbito personal, las cuales trasladan a su entorno social creando dificultades mayores, que requieren de otros profesionales que tampoco saben resolver las propias.
El individuo es el germen social, portador de vida, y debe conocerse a sí mismo primero antes de participar plenamente en libertad en el juego social. Hoy en día, la educación de los individuos todavía es herramienta para la esclavitud del pensamiento, pues, obviando la naturaleza pura de cada ser, predetermina a los mismos a destinos diferentes de los que, por su naturaleza, estarían mejor capacitados. Todo ello lleva a un grado de infelicidad social exacerbado cuando se incumplen los objetivos para los que fueron formados, y el concepto de modelo social se resquebraja. Si los individuos no se conocen suficientemente como para saber de sus capacidades únicas e intransferibles, serán siempre reos de las necesidades de otras individualidades y la sociedad nunca tendrá un rostro definido, sino que seguirá evolucionando de forma descontrolada y amorfa.
El desarrollo humanista del individuo - que no individualista, egocéntrico, y como tal consumista compulsivo de artificios con los que llenar su espíritu vaciado de contenidos propios - creará la nueva civilización necesaria para que la especie humana sobreviva a sí misma. Y no existe duda de que lo hará, sólo la resistencia de la vieja mentalidad, que se aferra a lo palpable, lo material, aquello con lo que se ha rodeado para darse sentido y de lo que se siente sierva, ralentiza su puesta en marcha.
Educar en, y para el humanismo, es enseñar a descubrir al individuo en su integridad primero, para que pueda reconocer los valores propios, exclusivos y necesarios en el entorno que comparte con otras individualidades. Nos confundimos socializando la educación, preparando a los individuos para las cualidades requeridas por la sociedad de cada momento, sin tener en cuenta su carácter individual y diferente; sin contemplar el grado de felicidad conque se entregan al cometido social requerido. Estamos formando profesionales despersonalizados que no saben resolver las dificultades en su ámbito personal, las cuales trasladan a su entorno social creando dificultades mayores, que requieren de otros profesionales que tampoco saben resolver las propias.
El individuo es el germen social, portador de vida, y debe conocerse a sí mismo primero antes de participar plenamente en libertad en el juego social. Hoy en día, la educación de los individuos todavía es herramienta para la esclavitud del pensamiento, pues, obviando la naturaleza pura de cada ser, predetermina a los mismos a destinos diferentes de los que, por su naturaleza, estarían mejor capacitados. Todo ello lleva a un grado de infelicidad social exacerbado cuando se incumplen los objetivos para los que fueron formados, y el concepto de modelo social se resquebraja. Si los individuos no se conocen suficientemente como para saber de sus capacidades únicas e intransferibles, serán siempre reos de las necesidades de otras individualidades y la sociedad nunca tendrá un rostro definido, sino que seguirá evolucionando de forma descontrolada y amorfa.
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