El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

LA LLAMADA.




La inconsciente felicidad de su amor adolescente ablandó su alma, educada para dirigir el mundo que coexistía por debajo de sus pies y más allá, dónde su visión no alcanzaba. Se preguntó si, como futuro rey, podría acabar con las necesidades que producían la infelicidad de sus súbditos, que pululaban cual enjambre frenético en torno a sus designios. Y después de mirar a su padre, a quien todos reconocían como un soberano justo y ejemplar, se dijo que él tampoco sería capaz de evitar las desigualdades que traían injusticias y aumentaban los padecimientos de las gentes, y pensó que ganarse el corazón de la mayoría para sentirse honrado, no sacaría de las penurias al resto. Y sintió piedad por todo lo que le rodeaba.

Meditó sobre su destino, aquel para el que fue educado desde la niñez, y no se creyó preparado: no era lo mismo dirigir la vida de los hombres, que entrar en sus almas para aliviar sus insatisfacciones, superar sus miedos y transformarlos en seres felices. Para ello debería ser uno de ellos, sentir como ellos, vivir como ellos, dejar de ser príncipe para ser mendigo y saber de las limitaciones de la pobreza, el hambre y la enfermedad, que doblegan al ser humano igual que al resto de las especies. Y a esto lo llamó comprensión.

Durante tres días logró alimentarse con el hueso de un dátil, sentado bajo la sombra de una higuera estéril donde llegó conducido por la suerte caprichosa, regulando la respiración con el ritmo lento de sus dientes royendo la cuña. Había querido dejarse llevar por la vida para sentirla en plenitud y saber de la resistencia de su cuerpo y la preparación de su mente, hasta llegar a aquel momento de contemplación de su alma en gravitación exterior con el resto de las cosas, de los seres. Y a esto lo llamó clarividencia.


Decidió entonces cumplir su destino, aquel para lo que un día fue llamado y que desoyó por sentir incompleto: dirigir, conducir a las gentes hacia la superación. Regresaría para enseñar a los hombres a descubrirse a sí mismos y encontrar la plenitud en la naturaleza de las cosas sin decantarse por ninguna, sin necesidad de posesión, sin necesidad de ambición, sin necesidad de felicidades incompletas, sin necesidad de tener que conformarse. A esto lo llamó iluminación.







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