-La búsqueda del conocimiento no debe convertirse en un fin en sí mismo, sino en vehículo para encontrar la armonía con todo lo que nos rodea. Desde la comprensión de las causas y las fuerzas que influyen en nuestras reacciones, nuestro fin único debe buscar la felicidad de nuestras almas, lo cuál conseguiremos en la medida en que nos acoplemos positivamente a las circunstancias, sin tratar de esquivarlas.
Se esforzaba el sabio por sobresalir entre el común de los mortales, pero cuanto más lo intentaba, menos reconocimiento recogía. Creía haber desterrado de sí el amor propio, y como un niño que descubre algo por primera vez, alzaba su voz sobre la multitud para proclamar su conocimiento; mas la multitud, sorda e ignorante, le contestaba con desconfianza y se disolvía bulliciosa quedando al sabio desconcertado y caviloso. Pensaba entonces que realmente no fuera un sabio: -No se encuentra solo entre los hombres el sabio- se decía-; al contrario estos suelen rendirle sus cuentas para pedirle consejos, y generalmente acatan sus opiniones. No es discutido el sabio. El sabio no tiene de qué discutir; y como pez en el agua favorecido por una buena corriente, así se desenvuelve entre los hombres...
Y de esta manera, perdido en tales pensamientos, le llegó la tristeza y el sabor del propio fracaso. La contradicción en estado puro. Y no pudo resistirlo. Como una cucaracha que no sabe para donde correr cuando se ve sorprendida entre pies humanos, con la seguridad de la repulsión que causa, así se sentía.
Decidió entonces ocultarse, alejarse lo máximo posible del contacto con los demás y cambiar por discreción su prédica; aprendiendo a saborear en intimidad el conocimiento de cada cosa en cada momento; sin exaltaciones, sin propósito último. Y como gotas de lluvia que caen en cántaro lleno de leche blanquísima, recién ordeñada, aprendió a mezclarse en el mundo sin dar ni pedir demasiado a éste. Podía estar ausente sin tener que alejarse , y sin esconderse pasar desapercibido entre los demás. Era parte ahora de las cosas y estas le pertenecían también. Ya no era la voz disonante que disgustaba a la armonía común y le sobraba tiempo para pensar en sí mismo sin esperar nada de los hombres. Y lo hacía sin ocuparse en ello demasiado y sin preocupación alguna. Perdió la percepción de su saber, y no se planteaba nada que no fuera parte que resolver en el momento. Y así se adaptaba a cada cambio que los tiempos producían en su devenir.
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