El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Un hombre que amaba los animales. Cap. 28





El 15 de Diciembre de 1937, José y sus hombres permanecían aún en Fuentes de Ebro. Micaela seguía preocupada, no sólo por la desaparición de Alfredo, de quien no se tenían noticias, también por José, tan lejos de ella y tan cerca de Teruel; donde aquella misma tarde, entre una espesa niebla y nevando copiosamente, Lister arremetía contra Concud con su 11división cortando el kilómetro 137 de la carretera a Zaragoza, iniciando así la más mítica de las batallas de la guerra civil.


-Capitán - le informó el coronel -, tengo orden de que su compañía se reincorpore a la 150 división, que está agrupando sus fuerzas para intervenir en ayuda de Teruel.
Tiene que preparar pronto a sus hombres para la partida; mañana al amanecer deberán estar listos. El campillo acaba de ser ocupado por la 41 división republicana - le indicó sobre un mapa -, y con San Blas tomado también por la 25 división, ha quedado cerrado prácticamente el cerco sobre Teruel.
Estoy muy agradecido de su colaboración el tiempo que ha estado entre nosotros, capitán. Me gustaría que sus problemas personales se resolvieran pronto y favorablemente, y le deseo la mejor de las suertes en esta campaña, la necesitará .


-Muchas gracias mi coronel - le respondió José -; soy yo quien quiere darle las gracias por haberme ayudado en un momento tan crítico, cuando de verdad necesitaba una opinión cualificada y honesta. Del mismo modo deseo para usted lo mejor; y si un día hemos de volver a vernos, que sea cuando la guerra haya acabado.


-Que así sea. Ahora puede retirarse capitán.


-A sus órdenes mi coronel -. José se cuadró frente a su jefe haciendo el saludo marcial, y dando medía vuelta se encaminó a la puerta dispuesto a salir, pero cuando agarraba el pomo para abrirla, el coronel lo llamó:


-¡Ah, se me olvidaba! - dijo el camarada a su espalda -. Esta tarde llegó una carta para usted; es personal -. José se volvió para recoger de la mano de su coronel la carta, matasellada en su tierra con un remitente desconocido.


-Me gustaría - dijo el coronel - que el contenido de esa carta le afectase lo menos posible. Debo recomendarle que anteponga sus deberes como soldado a cualquier otro sentimiento personal, pues si no, no podrá cumplir con una cosa ni con la otra.


-Gracias señor; siempre lo tendré en cuenta -. Dijo José, que inmediatamente abandonó la estancia.


La noche era cruda, el viento soplaba helado del norte y la niebla caía convertida en escarcha. José sospechaba un cambio brusco del  clima, tal vez al amanecer, lo que propiciaría una extensa nevada, como así sucedió.
La marcha hacia Teruel no iba a ser fácil. La ropa de abrigo y el calzado escaseaban o eran de pobre calidad y las inclemencias del tiempo harían del camino un infierno congelado, donde el barro, endurecido como el granito por el hielo, rompería los pies de sus hombres, repletos ya de sabañones.




Entre tanto, Teruel resistía el terrible embate de tres cuerpos de ejercito republicanos, que con la fuerza de ochenta mil hombres y toda su maquinaria de guerra querían ganar la primera ciudad para la República con un ataque relámpago y audaz, que pronto se volvería en su contra convirtiendo a Teruel en su propio matadero. Una helada y olvidada capital de provincias, con su batalla imprevista pero forzosa, decidiría la suerte de la guerra. 


La linea del frente, defendida con un escaso número de tropas y discontinuamente fortificada, había favorecido la penetración de las divisiones republicanas que cerraban progresivamente la bolsa hacia el interior de la ciudad. Un reducido número de fuerzas defendían ésta, apenas diez mil hombres entre soldados de la 52 división y paisanos armados al mando del coronel 
Rey d´Harcourt y el coronel Barba, que tras perder progresivamente las defensas exteriores de la ciudad 
(Ermita de Santa Ana, Vértice Castellar y Cementerio Viejo primero, y Villaspesa, El Mansueto y Santa Bárbara después) ocuparon los principales edificios del interior.


José llegó con sus hombres a Caudé el día veintiuno de Diciembre tras recorrer andando más de ciento cincuenta kilómetros, teniendo en contra las nefastas condiciones meteorológicas reinantes que llevaron a la baja por congelación a un gran número de sus hombres.
Durante todo el trayecto Berta se convirtió en un elemento fundamental, pues adelantada siempre del grupo, alertaba a éste con sus ladridos de la cercanía de las lineas enemigas, algo que facilitaría sobremanera el viaje. La niebla, la nieve, el frío intenso y mortecino que soplaba sin piedad haciéndola volar en rachas,  azotaba a los hombres dificultando su visión y convertía su caminar en un castigo. Todos los elementos estaban conjurados contra aquellos que iban a luchar, como si una maldición se abatiera sobre ellos para castigarles por sus pecados.


José guardaba celosamente la carta que le diera el Coronel, todavía no había encontrado el mejor momento para leerla y sentía cierto temor cuando pensaba que pudiera contener malas noticias. No imaginaba lo de Alfredo, y mucho menos la realidad en la que se encontraba: escondido como un topo en el subsuelo, viviendo al cobijo de la oscuridad y el silencio.
Al llegar a Caudé se enteraron de que algunas compañías de moros regulares se habían revelado contra sus mandos frente a San Blas, lo que provocó cierto desconcierto entre los hombres de José. Era la suya una compañía formada mayoritariamente por moros, mercenarios feroces y aguerridos que habían llegado desde África con licencia para matar "españoles rojos" y enriquecerse con el saqueo; algo, esto último, que José no permitía. Un Caid de Larache, jefe de los sublevados, quería que sus hombres tuvieran las manos libres después de la batalla. Aquello suponía otro problema que se añadía a las desfavorables condiciones meteorológicas, y que era necesario tener bien controlado antes de entrar en combate.  Para ello se buscó la intermediación de un capitán de la Guardia Civil, Roger Olite Navarro, jefe de la legendaria compañía de La Calavera, que fue creada en septiembre de 1936 en Zaragoza como fuerza de choque, y que participó en todos los frentes del sector a partir de octubre de ese mismo año destacándose por su bravura y ferocidad en la lucha, algo que debió impresionar mucho al jefe moro, que se había opuesto a cualquier otro intermediador que no fuese un oficial de la Guardia Civil. Resuelto el asunto, todo estaba dispuesto para tratar de romper la tenaza del ejército republicano que estrangulaba Teruel.


La Guardia Civil jugó un papel de primer orden, tanto en el momento en que se produjo el alzamiento militar, como en el desarrollo de la guerra. La mayoría de sus fuerzas estuvieron del lado de los sublevados y otras muchas se fueron pasando al bando nacional durante el transcurso de la contienda. Además de combatir en el frente como tropas de élite, se encargaban de la represión de las milicias y de los elementos discrepantes, o supuestamente contrarios al nuevo régimen en los territorios bajo dominio nacional, lo que acrecentó su leyenda negra. 


Seguía nevando copiosamente y las temperaturas rondaban los diez grados bajo cero, pero los combates se daban en toda la linea del frente; desde Los Altos de Las Celadas y El Muletón, pasando por Concud y San Blas, hasta el Campillo y La Muela.
Durante los primeros días de combates la aviación republicana fue superior, debido principalmente al factor meteorológico, que marchaba en contra de las fuerzas nacionales inutilizando sus aeropuertos con el hielo y la niebla. Los republicanos castigaron duramente toda la linea de defensas exteriores de la ciudad, que débilmente defendidas consiguieron ofrecer una resistencia colosal a las fuerzas asaltantes, las cuales sufrieron muy serias bajas para poder alcanzarlas.





Tras perder las posiciones los defensores se refugiaron en el interior de la ciudad, en los principales edificios, donde se pasó a una lucha encarnizada casa por casa. 



José, en la posición de trincheras, pasaba revista a sus hombres ante la inminente entrada en combate. Su objetivo partía de un plan estudiado por Estado Mayor de Franco para socorrer a los defensores de Teruel. Con él se trataría de romper la bolsa que asfixiaba la ciudad. Las divisiones del General Yagüe, en forma de cuña, presionarían el centro de la bolsa buscando abrir brecha; entre tanto los flancos serían debilitados por los cuerpos de ejército de Aranda (Norte), y de Varela (Sur), apoyados por un fuerte aparato artillero y aéreo que proporcionarían el Cuerpo de Voluntarios Italianos y la Legión Cóndor respectivamente.


Al norte los altos de Las Celadas y El Muletón; por el centro Concud y San Blas, y al sur La Muela y Villastar, serían escenarios de brutales y cruentos combates de desgaste, en los cuales se emplearía a fondo la artillería, los tanques y más tarde la aviación, masacrando compañías enteras que ya se desangraban con las duras condiciones climatológicas de aquel invierno extremadamente frío.


Aranda fue el primero en incorporarse al frente con sus tropas, mientras  que Yagüe y Varela preparaban aún sus divisiones. La 150 división fue encuadrada en el Cuerpo de Ejército de Galicia, al mando del General Aranda, que actuaría por el norte, por lo que José y sus hombres habían sido movilizados primero. Reforzarían de momento el Cerro Gordo, al este de Caudé, desde donde iniciarían los ataques para retomar las Celadas y El Muletón. 
  
-¡Despierte soldado! - le ordenó con determinación José mientras pasaba a su lado - Su obligación es estar despierto. No hemos llegado hasta aquí para que nos mate una helada. Si vuelve a quedarse dormido puede que no sea necesaria una bala enemiga para que muera; y resultará absurdo y ridículo haber sobrevivido a otras y palmarla de forma tan tonta.


El soldado, que había abierto los ojos bajo sus cejas llenas de escarcha, y que permanecía medio petrificado todavía, apoyado sobre el talud de la trinchera y calado hasta la cabeza con una manta que se había vuelto blanca y rígida, respondió a la provocación de José con un débil: 

-Si, Señor. Lo que ordene Señor. 
Y al levantar la mano para realizar el saludo, la rigidez de la manta se rompió dejando caer al suelo nieve y trozos de hielo de sus pliegues. 






José continuó repasando la trinchera. Delante iba Berta y a su espalda Sergio, su amigo inseparable. Berta de detuvo de pronto olisqueando el morral ensangrentado de un soldado moro, el cuál  José creyó herido, por lo que reclamó a Sergio para preguntarle, pues aún sus hombres no habían entrado en combate.
Sergio le recordó que la compañía cubrió las bajas por el frío con soldados que habían combatido en Concud y San Blas. Entonces José ordenó a Sergio que le atendieran. Berta no se apartaba del moro y no hacía otra cosa que olisquear nerviosa. Sergio se acercó entonces para comprobar las heridas al soldado, pero éste se revolvió para evitarlo y el morral cayó al suelo y se abrió, dejando escapar su carga siniestra.
 Sergio dio un paso atrás espantado: ante sus pies tenía la cabeza de un soldado republicano que el moro había cortado después de la lucha para extraerle sus dientes de oro. José se adelantó pistola en mano, y apartando a Sergio a un lado, disparó varias veces a quemarropa contra el soldado, que fulminado cayó al suelo.


-No permitiré nada de esto en mi compañía - dijo José con la pistola aún en la mano mientras miraba en ambas direcciones -. Yo mismo mataré a quien incumpla mis órdenes. Somos soldados, no pájaros carroñeros. ¡Y quiero a to Dios despierto joder! Con figurillas de cristal no se ganan combates.


Lo expeditivo en la conducta de José provocó un efecto inmediato en las filas, no así dentro de su corazón, acostumbrado ya a decidir sobre la vida de otros sin demasiados remordimientos. De aquel modo se había endurecido desde que matara al primer hombre a sangre fría. Para entonces no trataba de buscar explicaciones morales a su conducta ni cortapisas a lo que creía que era su primera obligación: sobrevivir.


Tras los primeros combates, infructuosos para el ejército nacional, Franco suspende las operaciones hasta el día 29 debido a la imposibilidad de utilizar la aviación por las malas condiciones del tiempo, que mantiene sus aviones parados en las pistas heladas de los aeropuertos castellanos con temperaturas que rozan los doce grados bajo cero en el mercurio. Mientras tanto reorganiza y dispone las fuerzas que ha ido concentrando en torno al cerco que el ejército republicano ha cerrado sobre Teruel.


En el interior de la ciudad se lucha con bravura y abnegación, unos para conservar la plaza y los otros para ganarla. Los combates se dan calle por calle y casa por casa, a golpe de granada de mano y ráfagas de metralleta; sin llamar, sin avisar, sin mirar siquiera antes para saber si no eran civiles indefensos contra quienes luchaban.
Los coroneles Rey d´Harcourt y Barba, atrincherados en los principales edificios de la ciudad, siguen ofreciendo una tenaz resistencia a las tropas republicanas; pero para el día de Noche Buena, el Estado Mayor del Ejército Republicano y el mismísimo Ministro de Defensa de la República, Indalecio Prieto, ya consideran a Teruel ganada y empiezan a llover las condecoraciones, los ascensos y el despliegue propagandístico de cara al exterior.




En su puesto de mando en trincheras, José espera órdenes para entrar en acción. Entre tanto, al abrigo de una estufa de leña, fuma un cigarro y apura un trago de brandy mientras lee la carta que le diera el coronel en Fuentes:


Hola José. 
Un saludo de tu amigo y camarada Daniel.
Espero que cuando recibas ésta te encuentres bien. Yo estoy bien, gracias a Dios, a pesar de haber sido una año funesto para mi salud. Pero bueno, poco a poco empiezo a encontrarme mejor.


Te preguntarás cómo es que he sabido tu dirección. Te diré que me escribió Tomás contándome que habíais estado juntos, y por eso me decidí a escribirte. Mantengo buenos recuerdos de otros tiempos a tu lado, como cuando siendo unos niños jugábamos al escondite en las ruinas del antiguo molino las tardes de verano, después de bañarnos en el río. Tu me decías siempre que me escondiera detrás de la piedra grande de moler, en aquel hueco más bajo detrás de la tarima, y a veces pasaba casi una hora hasta que volvías para decirme que el juego había terminado y que yo había ganado.


Deseo que esta guerra termine pronto y que regreses tal como te recuerdo. Así podremos disfrutar de otros buenos momentos y hablar de tantas y tantas cosas que nos han pasado desde la última vez que nos vimos.
Cuídate, procura que no te dominen los sentimientos, ésta es una guerra horrible. Y vuelve sano, todos te apreciamos.


Tu amigo Daniel.


                    Posdata:
                 Creo que tu compadre Alfredo anda desaparecido.


José se quedó estupefacto. No era Daniel, sino Alfredo, quien jugaba con él de niño al escondite en el viejo molino. Y Daniel no podía saber aquello a no ser que Alfredo se lo contara, no se conocían. Sólo las confidencias que José hiciera a Alfredo sobre sus compañeros aquellos días de permiso, eran lo que éste podía conocer de Daniel. Pero... ¡Maldición! Su propia batalla, la que más le importaba y que libraba a distancia muy lejos de él, la estaba perdiendo. Podía ser posible que Alfredo anduviera perseguido y que fuera Daniel quien estuviera ocultándolo, pero no comprendía bien por qué Micaela no había intentado comunicárselo aún. La sombra de una traición planeó entonces en su mente sorprendida por los celos.  


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