- Hallé en sus palabras lo que de niño me negué a aceptar por imposible, pues entonces no comprendía que los hombres tuvieran escrito su destino antes de nacer. Por eso, cuando mi razón permitió que escapara, abandone la senda marcada para abrirme un nuevo horizonte, sin más ataduras que las impuestas por mi voluntad.
Pero fracasé, naufragué en un mar de destinos escritos por los deseos de quienes llegaron antes, como intruso inexperto que se ofrece cuando comienza la tormenta.
Otro barco me rescató de las aguas frías del desconcierto en el que se habían hundido mis sueños, demasiado frescos todavía, ingenuos aún, a pesar del fuerte desengaño. Mas pronto sería abandonado de nuevo a la deriva como un polizón descubierto en alta mar y del que nadie quiso saber.
Y retorné cual hijo pródigo, desnudo por dentro y desolado por fuera, inmensamente necesitado y confundido. Renuncié a todo aquello en lo que había creído con más fuerza que razón y me entregué a la espera mortecina que conduce a ninguna parte; sin que nada se me exigiera, como fruta verde en el árbol que espera madurar para desprenderse de la rama.
Esperé y esperé, mientras el tiempo se perdía dejando mis manos vacías y mi corazón herido por otros destinos, que se cumplieron sin quererlo y que formaban parte del mío.
Y me acostumbre a no esperar nada de mí, para no tener que sufrir otra vez el desengaño de mis ilusiones. Pero fracasé de nuevo, pues el abandono de mi iniciativa hizo que sufriera el fracaso de otro, que invirtió en mí para no perder.
Y el fracaso sería el motivo de mi primer éxito, cuando rompí las cadenas que creí insalvables, que me atarían para siempre. Luché por mí y conseguí no perder la siguiente batalla: esa fue mi primera victoria. Y en la soledad de la lucha, ahora consciente del peligro, abrí de nuevo mis alas a los sueños, a las ganas de afirmación, de revelar mi valor.
Mas creí en mí, pues sabía que nadie iba a hacerlo si no era capaz de entregarme de nuevo. Y en ese desafío me encontré con el amor verdadero, aquel que siempre aparece cuando se busca desde el conocimiento y la comprensión, desde las esperanzas y los deseos, desde el compromiso para engendrar un nuevo destino.
Y engendré para crecer, por fuera y por dentro, pues el hombre que aún se desconocía a sí mismo, despertó para crecer al lado del niño recién nacido y hacer más fuerte el amor que todo lo hace posible, y para el que no cuentan las adversidades del porvenir.
Pero no es fácil el camino del amor, pues retorna siempre al principio de las cosas, a la vida que le ha dado forma y que está llena de dolor; dolor que nos impulsa a revelarnos para subsistir y que un día será imprescindible para que cese también nuestra llama.
Pero fracasé, naufragué en un mar de destinos escritos por los deseos de quienes llegaron antes, como intruso inexperto que se ofrece cuando comienza la tormenta.
Otro barco me rescató de las aguas frías del desconcierto en el que se habían hundido mis sueños, demasiado frescos todavía, ingenuos aún, a pesar del fuerte desengaño. Mas pronto sería abandonado de nuevo a la deriva como un polizón descubierto en alta mar y del que nadie quiso saber.
Y retorné cual hijo pródigo, desnudo por dentro y desolado por fuera, inmensamente necesitado y confundido. Renuncié a todo aquello en lo que había creído con más fuerza que razón y me entregué a la espera mortecina que conduce a ninguna parte; sin que nada se me exigiera, como fruta verde en el árbol que espera madurar para desprenderse de la rama.
Esperé y esperé, mientras el tiempo se perdía dejando mis manos vacías y mi corazón herido por otros destinos, que se cumplieron sin quererlo y que formaban parte del mío.
Y me acostumbre a no esperar nada de mí, para no tener que sufrir otra vez el desengaño de mis ilusiones. Pero fracasé de nuevo, pues el abandono de mi iniciativa hizo que sufriera el fracaso de otro, que invirtió en mí para no perder.
Y el fracaso sería el motivo de mi primer éxito, cuando rompí las cadenas que creí insalvables, que me atarían para siempre. Luché por mí y conseguí no perder la siguiente batalla: esa fue mi primera victoria. Y en la soledad de la lucha, ahora consciente del peligro, abrí de nuevo mis alas a los sueños, a las ganas de afirmación, de revelar mi valor.
Mas creí en mí, pues sabía que nadie iba a hacerlo si no era capaz de entregarme de nuevo. Y en ese desafío me encontré con el amor verdadero, aquel que siempre aparece cuando se busca desde el conocimiento y la comprensión, desde las esperanzas y los deseos, desde el compromiso para engendrar un nuevo destino.
Y engendré para crecer, por fuera y por dentro, pues el hombre que aún se desconocía a sí mismo, despertó para crecer al lado del niño recién nacido y hacer más fuerte el amor que todo lo hace posible, y para el que no cuentan las adversidades del porvenir.
Pero no es fácil el camino del amor, pues retorna siempre al principio de las cosas, a la vida que le ha dado forma y que está llena de dolor; dolor que nos impulsa a revelarnos para subsistir y que un día será imprescindible para que cese también nuestra llama.
1 comentario:
Es una exposición con unas fotografías impresionantes; pero las reflexiones son profundamente lógicas y bellas. Es una delicada invitación a la meditación de nuestra propia vida y sus circunstancias. ¡¡Admirable!! Gracias, amigo Pablo.
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