El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

viernes, 10 de julio de 2009

Un hombre que amaba los animales. Cap. 1






Era la tercera vez que hacía caso omiso al bando promulgado por la junta militar del "nuevo alzamiento", voceado sin cesar las últimas semanas por el alguacil calle por calle, plaza por plaza, camino por camino que llevaba a las tierras de labranza. Aún no creía que fueran ciertos los rumores de que las "falanges" - grupos paramilitares liberados para implantar el terror - estuvieran actuando en otros lugares como decían. No entendía cómo, si todavía allí no había llegado la guerra, tenía que combatir contra otros españoles como él que no le habían ofendido y a quienes no conocía, pues, más allá del pequeño término municipal sólo había viajado a la capital, que se encontraba cerca, y a otros pocos pueblos vecinos al suyo.

Ya se había hecho un hombre útil, necesario en su comunidad, que amaba, entendía y dominaba a las bestias de carga, animales de trabajo como lo eran los bueyes, las mulas y  los caballos; un oficio con el que se sentía feliz y orgulloso de su valía reconocida.

Mas aquella tarde, mientras soltaba la pareja de mulas de la reja con la que llevaban arando todo el día y que quedaría en el surco hasta el siguiente, su mejor amigo, compadre inseparable, lo estaba esperando en el linde de la tierra.

- ¡Hombre, Alfredo! ¿Cómo tú por aquí a estas horas? Hace demasiado calor todavía. Yo creía que las ratas como tú sólo salían por la fresca, o para buscar la sombra de la bodega.
- No te burles, anda, que tengo algo muy importante que decirte. Pero vamos, date prisa con esos arreos - insistió impaciente su amigo -, no puedes perder tiempo.
- Bueno, bueno, no tengas tanta prisa que el mundo no se acaba luego.
- Puede que si no andas listo... para ti sí.
-Pero, ¿qué dices compadre? Te ha afectado el sol por el camino.
- No, no, escúchame. Esta noche vendrán por ti. La Falange ha estado este mediodía en la plaza reclutando mozos y he oído como te nombraban. Han apuntado tu nombre en su lista negra y esta vez puede que no te libres.
-Tranquilo muchacho - le dijo José -, no se meterán conmigo. No pertenezco a ningún sindicato, estoy trabajando y a no ser por la fuerza no pienso alistarme.
- De eso mismo quería hablarte - replicó Alfredo -. No hace falta que estés metido en líos, has faltado a tres citaciones y estos cabrones no te lo perdonarán. Has ofendido con tu orgullo testarudo su patriotismo fanático. Mira lo que hicieron ayer en Fuentesardientes.
- ¿Cómo?¿Que ha pasado? - le preguntó José -.
- Esos hijos de puta de camisas azules del "Chino" han matado a Antonio, el "Capador".
- ¡No jodas; no me lo creo! Pero, ¿por qué?
- Dicen que el Capador le quitó una novia en un baile de fiesta de quintos, y el muy asesino no lo había olvidado.
- ¿Y cómo fue?
- Parece ser, que ayer a la hora del "ángelus" llegaron con su camión a la plaza del pueblo para reclutar gente y sacaron también a Antonio, que como sabes estaba casado y tenía dos mocosos pequeños. Pusieron a todos de espalda a la pared de la iglesia, y después de leerles el acta de reclutamiento apartaron de la fila a Antonio. El chino se dirigió a él socarronamente diciéndole: 
- Me han dicho que eres capador y que así te haces llamar-. Antonio asintió con la cabeza.
- Pues ahora voy a ser yo quien te cape a ti.
Antonio nada pudo hacer, pues entre cuatro hombres lo sujetaron atándole las manos de espaldas a la farola central, junto a la fuente. El mismo Chino fue quien le cortó sus partes. Lo dejaron atado al sol mientras se desangraba.
- ¿Estás seguro de lo que estás diciendo? - Insistió José, espantado por lo que oía.
- Tan seguro como que tú estás ahora aquí conmigo - le contestó Alfredo -, y  que si no te vas a la ciudad directamente para alistarte a filas, morirás también esta noche.
-No puedo dejar a mi familia, me necesitan. Tengo un trabajo respetable y una novia con quien quiero casarme, si es que esto pasa pronto.
- No seas bobo y hazme caso, yo llevaré las mulas al amo y le explicaré lo que pasa. Lo entenderá y nunca te lo reprochará. Te despediré de los tuyos, pero por favor, hazme caso y vete pronto. En cuanto caiga la tarde y entre la noche esos perros empezarán de nuevo a hacer de las suyas.
- ¿Y tú como has conseguido librarte?
- Debe ser que mi cojera y la viudez de mi madre me han salvado de momento. Aún no necesitan cojos ni huérfanos para pegar tiros.
- ¿Serás capaz de llevar las mulas hasta el corral? - Dijo José. - La torda es un poco "falsa". Ten cuidado. Llévalas con mano firme, sin pensar demasiado que pueden más que tú. Yo marcharé por el "camino viejo" a la ciudad para presentarme en la cámara de reclutamiento. Despídeme de mis padres y dile a Micaela que me espere, que le escribiré en cuanto pueda.

La noche cayó despacio mientras andaba con sigilo por el camino surcado de zarzas de espinos, negrillos y acerolos; dejando atrás el pueblo, sus viñas y campos de garbanzos y algarrobas; fijándose para distinguir las sombras que dejaban las "tobas" de cardos que crecían orilla del camino, de vez en cuando.










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