El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

lunes, 27 de julio de 2009

Un hombre que amaba los animales. Cap. 4








































La guerra civil en la España de 1936 culminaba un proceso de descomposición nacional al que se había llegado tras las pérdidas de las últimas colonias en el Atlántico y en el Pacífico (Cuba y Filipinas) a finales del siglo XIX, y en Marruecos después, en los albores del siglo XX, que significó la desaparición del imperio que España había representado durante cuatro siglos y que llegaba a su fin abriendo la puerta grande por donde se iniciaría otro nuevo: Estados Unidos de América.


La decadencia total del sistema monárquico, catalizador hasta entonces de las diversas nacionalidades y culturas en un sólo reino, solo y acosado tras la desaparición del imperio Austro-Húngaro al finalizar la primera guerra mundial y el derrocamiento de los Zares en Rusia posteriormente, impulsó a un rey débil y no deseado, Alfonso XIII, a imponer una dictadura militar en manos del General Primo de Rivera que favoreció el enriquecimiento de las clases sociales más altas en detrimento de las clases obreras y campesinas del país, reprimiendo con dureza los movimientos sindicales en las grandes ciudades y favoreciendo a los terratenientes en defensa de sus intereses frente al campesinado que reclamaba mejores condiciones laborales. 

Por otra parte en Europa, como en el resto del mundo, el despertar de los nuevos nacionalismos ( Alemania, Italia y Japón ), el ensayo del comunismo en Rusia y el poder mercantilista de las democracias anglosajonas ( Reino Unido, EE.UU y Australia. ), predecía una época de cambios ineludibles y de difícil previsión.
Cada sistema intentaba ganar adeptos en una carrera alocada por la supremacía, e inevitablemente, igual que se expandían las ideas explotaban los conflictos. España era entonces el campo de cultivo ideal, de donde saldrían las bases de una nueva contienda internacional que definiría un orden mundial nuevo.

La monarquía española se había mantenido ajena a los nuevos cambios, pero estaba condenada a ahogarse en su decrepitud. El pueblo se disponía a jugar su futuro a pesar de las consecuencias, por terribles que fueran, y los deseos de auto-gobierno alentados por los sistemas hicieron inevitable el exilio del rey y la promulgación de la nueva República en la primavera de 1931. Ésta se desarrolló como un torbellino de violencia y desórdenes públicos provocados por la forma en que fueron llevadas a cabo las reformas sociales necesarias que modernizarían el país, para lo que la sociedad española del momento no estaba preparada por su alto grado de analfabetismo y su fuerte tradicionalismo religioso. También resultó equivocado, por precipitado, el encauzamiento de las aspiraciones nacionalistas de las diferentes regiones, fundamentalmente Cataluña y el País Vasco, que añadían un factor secesionista y ponían en jaque a la nueva conformación del estado.

La reforma agraria, el auge de los sindicatos y la declaración del estado laico en un país de mayoría católica, que facilitó la expoliación de los bienes de la iglesia, generó una espiral de violencia y represión en los siguientes cambios de gobiernos que hicieron inevitable la confrontación fratricida. La alternancia en el poder estuvo marcada por la represión brutal y desmedida y la eliminación sistemática de los adversarios políticos y sus reformas.
El país se polarizó drásticamente entre las derechas, de sesgo conservador y tradicionalista, y las izquierdas, de carácter socializador y reformista. Ambos frentes de pensamiento pasaron a la acción - desmedida siempre- en un periodo de quema de iglesias, fusilamientos masivos y grandes desórdenes urbanos, que los condujeron al desastre de una guerra entre paisanos donde los únicos vencedores serían las potencias extranjeras que participaron, que tras su apoyo a las distintas tendencias escondían el afán por controlar una zona estratégica clave durante el próximo conflicto que se avecinaba. Los españoles fuimos los conejillos de indias destinados a desvelar cual sería el resultado.

El " Alzamiento Nacional del 18 de Julio ", así llamado el golpe de estado militar contra la República en 1936, había cuajado parcialmente en el territorio nacional. En Navarra, Galicia, Castilla la Vieja y en Andalucía, por donde el General Franco había penetrado en la península con los ejércitos del norte de África (Ceuta y Melilla) después de su famoso vuelo en el "Dragón Rapide" desde las Islas Canarias.Y aunque la República se mantuvo fuerte en las provincias mas urbanas e industrializadas (Madrid, Barcelona, Bilbao y Valencia entre otras) reprimiendo con éxito la sublevación militar, desde las provincias sublevadas se expandió una fuerte ofensiva de guerra que por el sur avanzaba sobre Madrid y Valencia, y desde el centro-norte descargaba su presión ofensiva sobre la cornisa peninsular del Cantábrico (Gijón, Oviedo, Santander, Bilbao y San Sebastián), de indudable importancia estratégica para el desarrollo de la guerra, pues allí se encontraban las mayores reservas de hierro y carbón del país y la industria pesada del acero.










Había transcurrido casi un año desde el inicio de la contienda y para entonces el avance de las fuerzas nacionales sobre Madrid, que mantenía un frente encarnizado, había conseguido que el gobierno de la República fuese trasladado a Valencia, donde la defensa por mar estaba garantizada. En el norte los ejércitos franquistas asediaban las principales ciudades vascas, por lo que los dirigentes republicanos consideraron la posibilidad de una ofensiva desde la sierra del Guadarrama contra Segovia - ciudad que se había alzado en rebeldía desde el primer momento - como una maniobra de distracción que provocara el repliegue de tropas nacionales del frente norte, aliviando así el asedio de las capitales vascas. Además, buscaban dar un golpe propagandístico en el exterior que debilitase la moral de los sublevados. Indalecio Prieto, ministro de la guerra por aquel entonces en el nuevo gobierno de Negrín, pretendía una victoria necesaria y urgente que elevase el ánimo del nuevo Ejército Popular, recientemente creado. El factor sorpresa sería el elemento decisivo en una operación aparentemente falta de mayores dificultades.

Mandaba la guarnición de Segovia el General "Varela", militar laureado por su intervención en la guerra de Marruecos y de reconocido prestigio entre sus subordinados. A cargo de la 75 División del ejército nacional, desplegó ésta a los pies de la sierra del Guadarrama informado por las tropas destacadas en el Alto de los Leones de las intensas maniobras y trafico de camiones y material bélico del ejército republicano a través de la sierra del Guadarrama, algo que pasó inadvertido a las fuerzas republicanas y que evitó así el factor sorpresa que pretendían.

-Soldado - el capitán Gutiérrez se dirigió a José con autoridad -. Esta noche salimos para Segovia. Quiero que tenga preparado el ganado con la guarnición necesaria. Nos esperan tres largos días de marcha. Han incorporado nuestro batallón a la 75 División del general Varela, que está preparando la defensa de Segovia ante la inminente ofensiva que el ejército republicano tiene prevista para el próximo mes. Estamos a 26 de Mayo y debemos entrar en la ciudad el próximo 29. No quiero errores ni retrasos. Es impositivo que cumplamos con los tiempos previstos, y no tenemos ninguno para rectificaciones. Le pongo al mando del destacamento de mulas. Estos son sus nuevos galones de "cabo primera". Dispondrá de la escuadra de mulas al completo, de la cuál le hago responsable.


-Pero, mi capitán: yo no se mandar hombres, sino animales. No estoy seguro de que pueda hacer las dos cosas con éxito. Le pediría que pusiera a otro en mi puesto, no me encuentro capacitado. 


-Tonterías González. Si sabe doblegar una mula falsa, también sabrá hacerlo con los hombres que le encomiendo. Son nobles todos, y valientes. Tal vez a alguno le falte un poco de sentido común, pero para eso dispongo de usted. No acepto un no por respuesta, así que queda zanjado el asunto.

-A sus órdenes, mi capitán. ¿Cuándo partiremos?

-Deberá tener todo preparado antes de las ocho de la tarde, hora en que formará la tropa para iniciar la marcha. Se le dará un mapa del recorrido, así como las instrucciones necesarias. No pierda tiempo, le queda mucho por hacer.

-De acuerdo señor. Seguiré sus instrucciones inmediatamente.

Salió del despacho del capitán cabizbajo, mirando sin demasiado aprecio los galones que le diera; sin acertar a comprender por qué él, que siempre se había alejado en lo posible de entrenarse para matar o morir, debería encargarse de la seguridad de otros hombres de cuyo trato había procurado alejarse lo suficiente como para que no le afectasen sus destinos, y que ahora empezaban a estar en sus manos sin pretenderlo.







Reflexionó sobre ello, sobre lo imprevisible de la vida; sobre cómo cada uno hace lo que debe sin planteárselo, sin pretenderlo siquiera. Y asumió su nueva misión aceptando que aquel era su sino, pensando que de ser así, su obligación era llevarla a cabo de la manera más eficiente, pues no era otro, sino él, quien se había colocado en tal situación por su forma de ser, su proceder ante las cosas.

Bajó a cuadras abstraído en tales pensamientos. Al llegar, aún con los galones en la mano, entró por la primera puerta de la nave donde estaban dos de sus compañeros limpiando y cambiando la paja que servía de cama al ganado.

-Hola Daniel, Tomás. Donde están Jacinto y Manuel, tengo que hablar con vosotros -. Y abriendo la mano les enseñó las tiras de tela que le distinguían como cabo primera.

-Están ahí dentro. Ya sabes como son, les gusta más la siesta y el cuchicheo que ayudar a los demás. Si no se están jugando a las siete y media su cuarterón de tabaco, será porque aún no se han despertado.

-Vete tú, Daniel, y llámalos. Dile que es muy importante, que salgan enseguida.

Daniel dejó la tornadera con la que acarreaba la paja y fue a buscarlos. Al momento aparecieron los tres.


-Muchachos, tengo algo que deciros: el capitán me ha nombrado cabo primera y os ha destinado a mi mando. Esta noche saldremos con las mulas cargadas derechos a Segovia. Nuestro batallón se ha unido a la 75 División y debemos estar allí el sábado. Se acabó nuestro recreo, vamos a entrar pronto en guerra con el enemigo y debemos tenerlo todo dispuesto para la noche cuando iniciemos la marcha.
Quiero deciros que he rechazado los galones, pero no me ha servido de nada, el capitán no me ha dado elección. Me gustaría que comprendierais que no se debe a mi ambición tal posición, pero que está en mi ánimo realizar tal cometido a toda costa, sin escatimar nada. Si alguno tiene algo que decirme que no espere otro momento, lo que haya que aclarar lo resolveremos ahora.

-¡No jodas José, que vas a ser tú ahora quien nos mande!- Dijo Manuel, un gitano extremeño que se había alistado al ejército, más obligado por el hambre que por otra cosa.

-Yo sólo soy una transmisión de mando, pero trataré de hacerlo lo mejor posible. Si no estás de acuerdo, todavía estás a tiempo. El capitán aún seguirá en su despacho. Pero no te entretengas, tenemos mucho trabajo que hacer.

-Vale, vale. Sabemos que se te dan bien las mulas, aunque no muestras con ellas tanta autoridad. De acuerdo, haré lo que tú digas, pero: ¡Maldita sea la hora que a alguien se le ha ocurrido mandarnos allá! Nos van a freír como conejos de monte y no tengo ninguna gana de convertirme en un héroe. ¡Hay que joderse! ¡Con lo bien que llevaba yo la vida campestre...Qué manera de quemar a uno la sangre!

-Bueno - dijo José -, si alguno tiene algo más que decir, está a tiempo; si no, empleemos bien el que nos queda hasta las ocho para prepararlo todo. Las mulas deben estar comidas y sin sed. Vamos a revisar bien su estado una por una, comprobando sus herraduras y si muestran algún problema. Para ello las sacaremos al patio con orden, para que vayan estirando las patas y ver como se mueven, no siendo que alguna nos la juegue. Después de esto empezaremos a cargarlas. Hay que dejar barrido y bien lavado el suelo antes de irnos, por lo que ahora mismo arrancamos tarea.


La tropa estuvo formada a las ocho, puntualmente. Completamente armados y equipados. Los camiones preparados con el avituallamiento, la munición y el armamento pesado. Las mulas portaban las piezas más pequeñas, morteros y cañones antitanques de tiro raso, todo despiezado y repartido en el convoy.
José comprobó personalmente los amarres de las cargas en las mulas y las dispuso alineadas en fila una tras otra, a la espera de las órdenes necesarias. Éstas llegaron a las nueve en punto, después de que el coronel del batallón pasara revista a la tropa. Era una hermosa noche de luna llena, por lo que partieron con las luces de los vehículos apagadas tras el último toque de cornetín.

Charlaban en voz baja mientras marchaban, comentándose unos a otros las noticias de que disponían. Tomás y Daniel estaban entusiasmados por dirigirse al frente. Ambos deseaban entrar cuanto antes en combate y se juraban mutuamente que estarían juntos hasta el último momento. 
Tomás había sido alguacil y sacristán en su pueblo, como lo había sido su padre, y antes su abuelo. Venía de tradición, pero cuando se instauró la República el Ayuntamiento de su pueblo sacó a concurso su puesto y fue despedido del cargo. Además, una hermana suya metida a monja en un convento de Madrid fue víctima de violación y después quemada viva en el claustro con otras veinte más, en las quemas de iglesias y conventos que sobrevinieron en los primeros momentos de la República. Mantenía un odio por lo republicanos compartido y sólo comparable con la aversión que su amigo Daniel demostraba hacia ellos.

Daniel era agricultor. Tras la muerte de su padre se hizo cargo de las tierras que labraba en arrendamiento y que habían sido el sustento familiar durante generaciones. Jamás tuvieron problemas con el propietario. Era un buen labrador, su pareja de mulas estaba siempre entre las mejores del pueblo, y con su buen hacer y unos pocos aperos de labranza se ganaba la vida honradamente. Pero la llegada de la República impulsó la reforma agraria y dio rienda suelta a los sindicatos del campo. El quedó entre la espada y la pared como chivo expiatorio de los terratenientes por no querer afiliarse al sindicato, pues consideraba que la explotación de las tierras que él labraba no debía estar supeditada a los criterios de otros que sabían menos que él. Los sindicatos estaban dirigidos por representantes de jornaleros que en la mayoría de los casos no disponían de conocimientos adecuados en la cuestión agrícola, sólo pretendían un reparto igualitario de las tierras al amparo de la nueva reforma agraria que intentaba llevar a cabo la República. "La tierra para el que la trabaja" era el lema, pero en la mayoría de los casos eran trabajadores temporeros que no sabían de producciones. Por eso Daniel siguió por libre hasta que un día envenenaron el agua de su pozo y las mulas murieron. Tuvo que desistir de las rentas pues le faltaba la herramienta más importante, y aunque el propietario le ofreció las suyas, consideró que sería mejor dejarlo de momento y mantenerse al margen de las circunstancias. Había tenido otras amenazas a las que nunca hizo caso, mas aquello pudo con su orgullo y decidió esperar tiempos mejores. Tomás y Daniel se había alistado en los primeros momentos de la rebelión.

Por la otra parte estaba Manuel, un ratero quincallero, salteador de caminos y asesino traicionero que había escapado de su Extremadura natal acuciado por el hambre después de salir de presidio, tras cumplir condena por el homicidio de un arriero en Zafra.
Jacinto era homosexual, hijo de una ramera de Zamora que practicaba abortos clandestinamente y que cuando se produjo la sublevación sintió peligrar su pellejo, por lo que se alistó de inmediato en el ejército. Ninguno de los dos sentía el menor aprecio por los ideales nacionales y ambos soñaban con el momento en que pudieran pasarse al otro bando.

José iba de una punta a otra del convoy de mulas pendiente de la marcha y de los incidentes del camino, escuchando deliberar a sus compañeros. Mientras tanto el rugido de las escuadras de aviones que pasaban sobre sus cabezas en dirección a Segovia ponía nerviosas a las mulas, que a veces trataban de romper la fila, por lo que José aleccionaba constantemente a los muchachos para que mantuviesen la formación del ganado.

























































































































































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