- ¿Porqué nos cuesta tanto perdonar, si a menudo es lo que necesitamos de los demás?
¿Porqué sufrimos tanto para arrepentirnos, si es realmente cuando aprendemos y nos renovamos?
- El perdón y el arrepentimiento nada tienen que ver con la soberbia y el orgullo personal, más bien tienen que ver con la humildad y la capacidad de superación. Desde niños aprendemos - por lo que nos conviene - qué hacemos bien y en qué erramos, distinguiendo entre los premios y los castigos. Pero según crecemos el carácter de nuestro yo tiende a dominarnos, y los demás, el resto, son secundarios. Nuestro ego no admite rivales, por lo que todo y todos son responsables de nuestro fracaso.
No siente necesidad de arrepentirse quien cree que todo lo hace bien; ni entra en su razonamiento pedir perdón. Como supone fueron buenas sus intenciones, no se siente responsable de sus resultados. Más la humildad - que surge con la paciencia - es reflexiva, y de ahí nace el arrepentimiento que busca rehacer, no cambiar; regenerar, no crear. Esto es, adaptarse. El error puede no ser reflexivo, nunca el arrepentimiento.
-Y el perdón siempre - aunque como los consejos - hay que darlo a quien lo pide; difícilmente puede sentir el beneficio de su bálsamo quien no cree necesitar curarse.
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